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petróleo y sangre


[Bob Herbert] A pesar del anuncio hecho ayer de reducción de tropas en Iraq, no todo el mundo cree en la sinceridad del gobierno estadounidense.
Ahora se acepta en general que la guerra dirigida por Estados Unidos en Iraq se ha convertido en una debacle. Sin embargo, se supone que los iraquíes ratificarán su constitución y elegirán un gobierno permanente a fines de año. Es el escape ideal para George W. Bush. Podría declarar la victoria, como sugirió una vez un senador a Lyndon Johson a principios de la guerra de Vietnam, y traer las tropas a casa lo más pronto posible.
Su mantra sería: Hay un gobierno instalado. Ganamos. Nos retiramos. Pero ni lo sueñes. El gobierno de Bush no tiene planes de retirar las tropas de su desventurada guerra, que se cobrado un espeluznante costes en vidas y heridos al mismo tiempo que debilita a las fuerzas armadas, perjudica la reputación internacional de Estados Unidos, sirve como una herramienta mundial de reclutamiento para grupos terroristas y hace un hoyo del tamaño de Bagdad en el presupuesto de Washington.
Un presidente más sabio empezaría a limitar esas pérdidas. Pero el punto de esta guerra era establecer una presencia militar a largo plazo en Iraq para asegurar el dominio americano en Oriente Medio y sus preciosas reservas de petróleo, que han sido descritas, nos dice el escritor Daniel Yergin, como "el botín más importante en toda la historia [de la humanidad]".
Uno puede repasar todas las variadas y estrambóticas justificaciones de esta guerra: las armas de destrucción masiva (que no se encontraron nunca), la necesidad de sacar el absoluto mal que era Saddam (al que tratábamos cariñosamente), la conexión con Al Qaeda (que era falsa) y, una de las favoritas del presidente Bush, la necesidad de luchar contra los terroristas "allá" para no tener que enfrentarse a ellos en casa.
Todas esas justificaciones se han inclinado ante ‘The Prize' [El Botín], el título del libro de Yergin que obtuvo un Premio Pulitzer.
Y el botín es el petróleo.
Lo que a menudo se pierde de vista en todo este debate sobre el terrorismo y las armas de destrucción masiva es el hecho de que para muchos miembros influyentes del gobierno de Bush, el obsesivo deseo de invadir Iraq precedió los atentados del 11 de septiembre. Precedió el gobierno mismo de Bush. Ya desde fines de los años noventa que los neoconservadores estaban tocando los tambores de guerra contra Iraq.
Se suponía que Iraq sería el primer paso. También estaba Irán en el punto de mira de los neoconservadores. Los neoconservadores planeaban el control norteamericano de la región (y de su petróleo), que debía ser seguido inevitablemente por la consecución de su sueño último, el imperio global estadounidense. Por supuesto suena a demencia, que es por qué deberíamos prestar atención al comienzo de la guerra.
La demencia se convirtió en strangeloviana en el verano de 2002, antes de que se lanzara la guerra contra Iraq. Como informó por primera vez el Washington Post, una influyente comisión asesora del Pentágono fue informada en una sesión informativa de un analista de la Rand Corporation, que dijo que Estados Unidos debía considerar ocuparse todos los yacimientos petrolíferos y recursos financieros de Arabia Saudí si no dejaba de apoyar el terrorismo.
Afortunadamente, esa sesión no llegó a ninguna parte. El ministro de Defensa Donald Rumsfeld dijo que no representaba la "opinión dominante" dentro del gobierno.
El punto aquí es que la invasión de Iraq formaba parte de un plan mucho más grande, de largo plazo, que tenía que ver con que Estados Unidos quería imponer su voluntad, militarmente si era necesario, en todo Oriente Medio y más allá. La guerra ha marchado desastrosamente, y la violencia de la resistencia iraquí ha terminado con la idea de más aventuras preventivas del gobierno de Bush.
Pero los sueños imperiales son difíciles de matar. Los marines americanos se han enterrado en Iraq, y se han construido bases para una presencia de largo plazo. La guerra puede estar resultando muy mal, pero lo primero que hay que considerar es que todavía hay un montón de petróleo en juego, las segundas reservas más grandes del planeta. Dejando de lado las fantasías de los neoconservadores, la competencia global por las reservas finitas del planeta se intensifica con cada hora que pasa.
Lyndon Johnson ignoró el consejo del senador George Aiken, de Vermont -declarar la victoria en Vietnam en 1966. La guerra continuó durante casi una década. Muchas figuras de alto nivel del gobierno creen que las tropas norteamericanas se quedarán en Iraq por al menos cinco años más, quizás diez.
Esto es lo que debe entender la gente que piensa que la formación de un gobierno iraquí permanente conducirá a la retirada de las tropas estadounidenses. No hay un verdadero plan de retirada. La guerra y las muertes continuarán indefinidamente.

E-mail: bobherb@nytimes.com

28 de julio de 2005
©new york times
©traducción mQh


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