pobres no comparten botín
[Peter S. Goodman] De los cambios en China. Suben los precios, baja nivel de vida.
Sanbaihi, China. La China que Wang Huazhong ve por televisión está en medio de una asombrosa transformación. En ciudades que no ha visitado nunca, los rascacielos se elevan entre autopistas atascadas y la gente se atocha en centros comerciales con paredes de cristal para comprar joyas y maletas simplemente para pasar el tiempo.
Aquí en su aldea en el noroeste del país, Wang mira el mismo reseco paisaje que no ha cambiado casi nada en sus 46 años. Un surcado camino de tierra se abre camino a través de montañas desnudas hacia la sede del cantón a 50 kilómetros de distancia, su frontera más lejana. Las plantas de sandía emergen a regañadientes de un suelo calcáreo, esperando lluvias que quizás no lleguen nunca. Una cocina de leña ocupa su suelo de tierra, y ha pintado sus paredes de hollín.
Pero el mundo de Wang está lejos de estar aislado de las grandes fuerzas que están moldeando las fortunas del país. Desde que China ingresara a la Organización Mundial del Comercio hace 3 años y medio, una agresiva industrialización combinada con un torrente de consumo ha subido los precios de todo, desde los fertilizantes hasta el transporte, gruesamente duplicando los costes del nivel de vida aquí.
Los que viven cerca de las prósperas ciudades costeras chinas se han visto compensados con nuevas oportunidades que han sacado a millones de personas de la pobreza -oportunidades como trabajos en fábricas que producen artículos para la exportación y mercados de frutas y verduras. Pero estas cosas buenas siguen estando fuera del alcance de esta comunidad rural y miles de otras como esta en este país todavía predominantemente rural. Los costes de la comida y del cultivo de sandías han aumentado más rápidamente de lo que Wang recibe por su cosecha. El ingreso familiar ha descendido en un 20 por ciento en los últimos cinco años, a cerca de 300 dólares al año.
"La vida es cada vez más difícil", dijo Wang, mientras su asno sondeaba el terreno cerca de la casa familiar a la busca de algún trigo extraviado. "Cada año se hace más difícil".
Un estudio reciente realizado por el Banco Mundial concluyó que el ingreso entre los chinos del campo -casi tres cuartos de la población- ha descendido ligeramente desde que China ingresara a la OMC, mientras los residentes urbanos han disfrutado de modestos aumentos.
Los economistas dicen que esta tendencia subraya el lado negativo de la globalización: Mientras el comercio libre se ha demostrado altamente eficiente en la generación de riqueza, ha fracasado en cuanto a compartir el botín, haciendo más profunda la brecha entre ricos y pobres, gente de la ciudad y del campo. En muchos casos, la nueva riqueza se acumula a expensas directas de los pobres, a medida que los gobiernos locales venden tierras para proyectos urbanísticos.
"Las compañías industriales se quedan con los beneficios, mientras la gente del campo pierde los elementos básicos de su subsistencia", dijo Wen Tiejun, decano de la Facultad de Economía Agrícola y Desarrollo Rural en la Universidad Popular de Pekín.
En China, la división entre ricos y pobres es más grande que antes de la revolución campesina que llevó al Partido Comunista al poder en 1949. El mes pasado, el gobierno chino anunció que la brecha en los ingresos había aumentado en los primeros tres meses del año, con el 10 por ciento más rico controlando el 45 por ciento de la riqueza del país y el 10 por ciento más pobre, menos del 1 por ciento, de acuerdo a la oficial Agencia de Noticias Nueva China.
En Pekín crece la preocupación de que los pobres del campo se quedan tan atrás que puedan retar la legitimidad del partido. Las manifestaciones se han transformado en ocurrencias casi diarias a medida que los campesinos protestan por la pérdida de sus tierras en beneficio de la urbanización y de impuestos excesivos. En respuesta, el gobierno central ha reducido los impuestos sobre los campesinos.
El año pasado, el Consejo de Estado de China, el equivalente de un gabinete ministerial, dio a conocer un documento público que describe una estrategia destinada a abreviar la brecha de ingresos entre el campo y la ciudad, incluyendo impuestos reducidos para los campesinos y fondos de desarrollo destinados a estimular el comercio en las áreas pobres. El presidente Hu Jintao y el premier Wen Jiabao son mencionados frecuentemente en la prensa oficial jurando aliviar la pobreza rural.
Algunos se preocupan de que la pobreza del agro sea una amenaza potencial para la economía china. China está agobiada por una producción excedente, a medida que inversiones extra-exuberantes crean demasiadas fábricas para producir más bienes de los que necesita el país. Los economistas cuentan con el consumo doméstico para absorber el excedente.
"Las áreas rurales no tienen poder de compra", dijo Yu Nanping, sociólogo en la Universidad Normal de Shanghai, al este de China. "Si los campesinos no tienen dinero, ¿quién va a comprar todos esos coches y aparatos?"
El reciente estudio del Banco Mundial observa que los campesinos chinos ya estaban sufriendo ingresos decrecientes antes del ingreso de China en la OMC. Pero el vínculo entre las fortunas de China y los mercados extranjeros ha aparentemente agravado la tendencia, especialmente cuando China remueve tarifas que en el pasado protegían de las importaciones a los campesinos locales. En algunas comarcas de la provincia de Liaoning, donde las importaciones de granos extranjeros están haciendo descender los precios para los granjeros locales, los ingresos han caído en más de un 5 por ciento, de acuerdo al estudio.
De modo crucial, esta aldea de 3.000 habitantes en la provincia de Gansu, una de las más pobres de China, ha visto algún progreso. El comunismo ha hecho camino para reformas de libre mercado, y los campesinos han podido acumular dinero vendiendo sus productos. Cuevas hechas por el hombre en las montañas, ahora abandonadas, recuerdan una época en que la gente no tenía otro refugio. Hoy, la mayoría de la gente vive en casas de adobe y ladrillos del mismo color y textura que la tierra reseca. Muchas casas exhiben parabólicas, trayendo las imágenes de la televisión desde la capital provincial de Lanzhou y las noticias nacionales desde Pekín.
"La vida de la gente ha mejorado un poco", dijo el secretario del Partido Comunista del pueblo, Yan Jiying, mientras sorbía de una botella refrigerada de refresco de naranjas en su casa, debajo de un destellante retrato del Presidente Mao que mira hacia un equipo de karaoke y un reproductor de video. "Antes, no nos podíamos siquiera alimentar a nosotros mismos. Ahora, tenemos comida".
El vínculo de China con la economía mundial ha producido un beneficio directo para esta aldea: Exporta cada vez más semillas de sandías, el principal cultivo de aquí y, secas, un popular tentempié en Asia. La demanda de semillas en Taiwán y Hong Kong ha disparado el precio de las cosechas locales en un 75 por ciento desde 2000. Sin embargo, los campesinos aquí están descontentos, afirmando que son engañados de una parte todavía mayor del precio de mercado por intermediarios que monopolizan el comercio. Los comerciantes tienen camiones para transportar las semillas a plantas procesadoras, de las que carecen los campesinos. Viviendo con lo mínimo, los campesinos no pueden permitirse almacenar el producto y esperar precios más altos.
"No tenemos poder de negociación", dijo Wang. "No es justo".
Los beneficios de los que están disfrutando han sido erosionados por la subida de los precios de prácticamente todo. Los fertilizantes han doblado su precio a medida que campesinos de las zonas costeras amplían sus operaciones para satisfacer la demanda de frutas y verduras en Japón y Corea -una opción prohibida para los campesinos de aquí, separados por más de 1.500 kilómetros del puerto marítimo más cercano.
La familia de Wang no puede comprar carne, y lo hacen solamente para el Año Nuevo chino. El resto del año se alimentan de las verduras que pueden cultivar y de fideos hechos de harina de trigo, un artículo ahora un tercio más caro que hace cinco años. En toda China los precios de los alimentos han aumentado en un 28 por ciento entre 2000 y 2004, de acuerdo a la Oficina Nacional de Estadísticas.
Los zapatos de Wang están llenos de hoyos. Tiene un solo par de pantalones. Los compró hace dos años en la sede cantonal, Jingyuan, por cerca de 3.50 dólares. Eso fue casi dos veces más que los pantalones que estaban remplazando, que había comprado en 2001.
En China más de 200 millones de campesinos han complementado sus ingresos encaminándose hacia las provincias costeras para trabajar en la construcción o en fábricas. Normalmente se marchan una o dos personas y envían dinero a familiares que se quedan en casa para cultivar la tierra.
Casi 360 habitantes de este pueblo trabajan fuera de la aldea, de acuerdo al secretario del partido, pero 80 por ciento de ellos trabajan en la provincia de Gansu, donde los salarios son bajos. El billete en tren o de autobús hacia la provincia de Guangdong cerca de Hong Kong, tradicionalmente la más importante fuente de trabajos bien pagados en la manufactura, cuesta unos 35 dólares, gruesamente un tercio de un ingreso per cápita local.
Los dos hijos mayores de Wang trabajan fuera de la aldea -su hijo de 22 como guardia de seguridad en un pueblo y su hija de 20 en Jingyuan como camarera. Pero ninguno de los dos gana más de 25 dólares al mes, dejándoles con nada para enviar a casa después de mantenerse a sí mismos.
Podrían ganar dos o tres veces más si fueran a la costa. Pero su padre no lo permite. No puede entender los boletines de prensa que ve en la casa del vecino porque no entiende el mandarín, la lengua nacional. No puede leer el diario porque es analfabeto. Pero ha oído historias sobre los explotadores dueños de fábricas en Guangdong.
"Tengo miedo de ponerles en peligro o de que los engañen, porque no han visto nunca el mundo", dijo Wang. "Me preocupa de que no vuelvan nunca más".
Wang ha depositado todas sus esperanzas en su hijo menor, ahora en la secundaria en Jingyuan. Es el primero de la familia en alcanzar ese nivel de educación. Los costes de mantenerlo en la escuela son monumentales: unos 250 dólares al año.
Cada año Wang pide ese dinero prestado a la cooperativa local de crédito, y cada año reúne unos 100 dólares entre sus amigos para pagar los intereses, de modo que puede pedir otro préstamo.
Su deuda total excede los 1.250 dólares -casi lo que una persona normal necesita aquí para vivir diez años. Sin embargo, la suya puede ser una estrategia racional para la época: Espera que su hijo entre a una universidad, consiga un trabajo de cuello blanco en la ciudad, y saque a su familia de la pobreza que todavía determina la realidad de gran parte de la China rural.
Jason Cai contribuyó a este reportaje.
1 de agosto de 2005
21 de julio de 2005
©washington post
©traducción mQh
Aquí en su aldea en el noroeste del país, Wang mira el mismo reseco paisaje que no ha cambiado casi nada en sus 46 años. Un surcado camino de tierra se abre camino a través de montañas desnudas hacia la sede del cantón a 50 kilómetros de distancia, su frontera más lejana. Las plantas de sandía emergen a regañadientes de un suelo calcáreo, esperando lluvias que quizás no lleguen nunca. Una cocina de leña ocupa su suelo de tierra, y ha pintado sus paredes de hollín.
Pero el mundo de Wang está lejos de estar aislado de las grandes fuerzas que están moldeando las fortunas del país. Desde que China ingresara a la Organización Mundial del Comercio hace 3 años y medio, una agresiva industrialización combinada con un torrente de consumo ha subido los precios de todo, desde los fertilizantes hasta el transporte, gruesamente duplicando los costes del nivel de vida aquí.
Los que viven cerca de las prósperas ciudades costeras chinas se han visto compensados con nuevas oportunidades que han sacado a millones de personas de la pobreza -oportunidades como trabajos en fábricas que producen artículos para la exportación y mercados de frutas y verduras. Pero estas cosas buenas siguen estando fuera del alcance de esta comunidad rural y miles de otras como esta en este país todavía predominantemente rural. Los costes de la comida y del cultivo de sandías han aumentado más rápidamente de lo que Wang recibe por su cosecha. El ingreso familiar ha descendido en un 20 por ciento en los últimos cinco años, a cerca de 300 dólares al año.
"La vida es cada vez más difícil", dijo Wang, mientras su asno sondeaba el terreno cerca de la casa familiar a la busca de algún trigo extraviado. "Cada año se hace más difícil".
Un estudio reciente realizado por el Banco Mundial concluyó que el ingreso entre los chinos del campo -casi tres cuartos de la población- ha descendido ligeramente desde que China ingresara a la OMC, mientras los residentes urbanos han disfrutado de modestos aumentos.
Los economistas dicen que esta tendencia subraya el lado negativo de la globalización: Mientras el comercio libre se ha demostrado altamente eficiente en la generación de riqueza, ha fracasado en cuanto a compartir el botín, haciendo más profunda la brecha entre ricos y pobres, gente de la ciudad y del campo. En muchos casos, la nueva riqueza se acumula a expensas directas de los pobres, a medida que los gobiernos locales venden tierras para proyectos urbanísticos.
"Las compañías industriales se quedan con los beneficios, mientras la gente del campo pierde los elementos básicos de su subsistencia", dijo Wen Tiejun, decano de la Facultad de Economía Agrícola y Desarrollo Rural en la Universidad Popular de Pekín.
En China, la división entre ricos y pobres es más grande que antes de la revolución campesina que llevó al Partido Comunista al poder en 1949. El mes pasado, el gobierno chino anunció que la brecha en los ingresos había aumentado en los primeros tres meses del año, con el 10 por ciento más rico controlando el 45 por ciento de la riqueza del país y el 10 por ciento más pobre, menos del 1 por ciento, de acuerdo a la oficial Agencia de Noticias Nueva China.
En Pekín crece la preocupación de que los pobres del campo se quedan tan atrás que puedan retar la legitimidad del partido. Las manifestaciones se han transformado en ocurrencias casi diarias a medida que los campesinos protestan por la pérdida de sus tierras en beneficio de la urbanización y de impuestos excesivos. En respuesta, el gobierno central ha reducido los impuestos sobre los campesinos.
El año pasado, el Consejo de Estado de China, el equivalente de un gabinete ministerial, dio a conocer un documento público que describe una estrategia destinada a abreviar la brecha de ingresos entre el campo y la ciudad, incluyendo impuestos reducidos para los campesinos y fondos de desarrollo destinados a estimular el comercio en las áreas pobres. El presidente Hu Jintao y el premier Wen Jiabao son mencionados frecuentemente en la prensa oficial jurando aliviar la pobreza rural.
Algunos se preocupan de que la pobreza del agro sea una amenaza potencial para la economía china. China está agobiada por una producción excedente, a medida que inversiones extra-exuberantes crean demasiadas fábricas para producir más bienes de los que necesita el país. Los economistas cuentan con el consumo doméstico para absorber el excedente.
"Las áreas rurales no tienen poder de compra", dijo Yu Nanping, sociólogo en la Universidad Normal de Shanghai, al este de China. "Si los campesinos no tienen dinero, ¿quién va a comprar todos esos coches y aparatos?"
El reciente estudio del Banco Mundial observa que los campesinos chinos ya estaban sufriendo ingresos decrecientes antes del ingreso de China en la OMC. Pero el vínculo entre las fortunas de China y los mercados extranjeros ha aparentemente agravado la tendencia, especialmente cuando China remueve tarifas que en el pasado protegían de las importaciones a los campesinos locales. En algunas comarcas de la provincia de Liaoning, donde las importaciones de granos extranjeros están haciendo descender los precios para los granjeros locales, los ingresos han caído en más de un 5 por ciento, de acuerdo al estudio.
De modo crucial, esta aldea de 3.000 habitantes en la provincia de Gansu, una de las más pobres de China, ha visto algún progreso. El comunismo ha hecho camino para reformas de libre mercado, y los campesinos han podido acumular dinero vendiendo sus productos. Cuevas hechas por el hombre en las montañas, ahora abandonadas, recuerdan una época en que la gente no tenía otro refugio. Hoy, la mayoría de la gente vive en casas de adobe y ladrillos del mismo color y textura que la tierra reseca. Muchas casas exhiben parabólicas, trayendo las imágenes de la televisión desde la capital provincial de Lanzhou y las noticias nacionales desde Pekín.
"La vida de la gente ha mejorado un poco", dijo el secretario del Partido Comunista del pueblo, Yan Jiying, mientras sorbía de una botella refrigerada de refresco de naranjas en su casa, debajo de un destellante retrato del Presidente Mao que mira hacia un equipo de karaoke y un reproductor de video. "Antes, no nos podíamos siquiera alimentar a nosotros mismos. Ahora, tenemos comida".
El vínculo de China con la economía mundial ha producido un beneficio directo para esta aldea: Exporta cada vez más semillas de sandías, el principal cultivo de aquí y, secas, un popular tentempié en Asia. La demanda de semillas en Taiwán y Hong Kong ha disparado el precio de las cosechas locales en un 75 por ciento desde 2000. Sin embargo, los campesinos aquí están descontentos, afirmando que son engañados de una parte todavía mayor del precio de mercado por intermediarios que monopolizan el comercio. Los comerciantes tienen camiones para transportar las semillas a plantas procesadoras, de las que carecen los campesinos. Viviendo con lo mínimo, los campesinos no pueden permitirse almacenar el producto y esperar precios más altos.
"No tenemos poder de negociación", dijo Wang. "No es justo".
Los beneficios de los que están disfrutando han sido erosionados por la subida de los precios de prácticamente todo. Los fertilizantes han doblado su precio a medida que campesinos de las zonas costeras amplían sus operaciones para satisfacer la demanda de frutas y verduras en Japón y Corea -una opción prohibida para los campesinos de aquí, separados por más de 1.500 kilómetros del puerto marítimo más cercano.
La familia de Wang no puede comprar carne, y lo hacen solamente para el Año Nuevo chino. El resto del año se alimentan de las verduras que pueden cultivar y de fideos hechos de harina de trigo, un artículo ahora un tercio más caro que hace cinco años. En toda China los precios de los alimentos han aumentado en un 28 por ciento entre 2000 y 2004, de acuerdo a la Oficina Nacional de Estadísticas.
Los zapatos de Wang están llenos de hoyos. Tiene un solo par de pantalones. Los compró hace dos años en la sede cantonal, Jingyuan, por cerca de 3.50 dólares. Eso fue casi dos veces más que los pantalones que estaban remplazando, que había comprado en 2001.
En China más de 200 millones de campesinos han complementado sus ingresos encaminándose hacia las provincias costeras para trabajar en la construcción o en fábricas. Normalmente se marchan una o dos personas y envían dinero a familiares que se quedan en casa para cultivar la tierra.
Casi 360 habitantes de este pueblo trabajan fuera de la aldea, de acuerdo al secretario del partido, pero 80 por ciento de ellos trabajan en la provincia de Gansu, donde los salarios son bajos. El billete en tren o de autobús hacia la provincia de Guangdong cerca de Hong Kong, tradicionalmente la más importante fuente de trabajos bien pagados en la manufactura, cuesta unos 35 dólares, gruesamente un tercio de un ingreso per cápita local.
Los dos hijos mayores de Wang trabajan fuera de la aldea -su hijo de 22 como guardia de seguridad en un pueblo y su hija de 20 en Jingyuan como camarera. Pero ninguno de los dos gana más de 25 dólares al mes, dejándoles con nada para enviar a casa después de mantenerse a sí mismos.
Podrían ganar dos o tres veces más si fueran a la costa. Pero su padre no lo permite. No puede entender los boletines de prensa que ve en la casa del vecino porque no entiende el mandarín, la lengua nacional. No puede leer el diario porque es analfabeto. Pero ha oído historias sobre los explotadores dueños de fábricas en Guangdong.
"Tengo miedo de ponerles en peligro o de que los engañen, porque no han visto nunca el mundo", dijo Wang. "Me preocupa de que no vuelvan nunca más".
Wang ha depositado todas sus esperanzas en su hijo menor, ahora en la secundaria en Jingyuan. Es el primero de la familia en alcanzar ese nivel de educación. Los costes de mantenerlo en la escuela son monumentales: unos 250 dólares al año.
Cada año Wang pide ese dinero prestado a la cooperativa local de crédito, y cada año reúne unos 100 dólares entre sus amigos para pagar los intereses, de modo que puede pedir otro préstamo.
Su deuda total excede los 1.250 dólares -casi lo que una persona normal necesita aquí para vivir diez años. Sin embargo, la suya puede ser una estrategia racional para la época: Espera que su hijo entre a una universidad, consiga un trabajo de cuello blanco en la ciudad, y saque a su familia de la pobreza que todavía determina la realidad de gran parte de la China rural.
Jason Cai contribuyó a este reportaje.
1 de agosto de 2005
21 de julio de 2005
©washington post
©traducción mQh
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