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museo del futuro


[Edward Rothstein] En mayo pasado se inauguró museo de la ciencia ficción.
Seattle, Estados Unidos. "La mayoría de los museos te muestran la historia", se jacta el Museo de la Ciencia Ficción, que abrió hace un año, y la Galería de la Fama, en Seattle, "pero sólo uno te lleva al futuro".
Y así lo hace, si el futuro incluye un modelo natural de la Reina Alienígena, de la película de 1986, de James Cameron, ‘Aliens'; un ejemplar de la primera edición de ‘Crónicas marcianas', de 1950; una colección de pistolas de rayos, de ‘Star Trek' (1966 hasta hoy); la gabardina de vinilo que llevó Joanna Cassidy en la película de 1982, ‘Blade Runner'; y una réplica a medio tamaño del robot autopropulsado Sojourner, usado en la superficie de Marte de 1997.
Por supuesto, en realidad no es el futuro lo que se exhibe, y tampoco es realmente historia. Es algo parecido a una historia del futuro, o una historia de las ideas sobre el futuro. Y tal como se exhibe aquí, su contemporaneidad causa mareo. Ahora mismo también presenta algunas inusuales resonancias, debido a que franquicias de ciencia ficción como las películas de las series ‘La Guerra de las Galaxias' y ‘Star Trek' han sido recién completadas.
En el museo, la influencia de esas épicas es inconfundible, con efectos sonoros y de luces que definen la atmósfera de cada exposición. Una vitrina de ‘Stardock' da a un espacio cinematográfico, donde naves de ‘E.T.', y ‘Star Trek' y ‘La Guerra de las Galaxias' (junto a antigüedades como la cápsula lunar de H.G. Wells), se deslizan una junto a otra mientras los observadores frente a las pantallas táctiles se enteran de sus orígenes y poderes.
Otras exhibiciones mezclan los géneros y los medios de comunicación con un abandono casi festivo. El chaleco que llevó Michael York en ‘La Fuga de Logan' (1976) no está muy lejos de una primera edición de una novela de Ursula K. LeGuin y un ejemplar de la revista Mad. Inolvidables y delicados dibujos de un artista brasileño no muy conocido, Alvim Corrêa, ilustrando una edición belga de 1906 de ‘La Guerra de los Mundos', de H.G. Wells, están a la vuelta de modelos de extraterrestres reunidos en un simulacro de bar-restaurante intergaláctico parecido a uno de ‘La Guerra de las Galaxias'.
Es como si un manipulador molecular de ‘La Mosca' hubiera mezclado un siglo de objetos, reuniendo instrumentos y criaturas disparatadas.
Pero dentro de esta fantasmagórica gama de recuerdos, películas y coleccionables, empieza a tomar forma un retrato de la historia del futuro. La sala de la exposición principal, envuelta en una cinta de estrellas como si fuera un planetario, ofrece un cronograma de la ciencia ficción a medida que la exposición recorre sus preocupaciones, sus yuxtaposiciones con la ciencia real, sus intereses sociales, sus fans convertidos en practicantes.
Y el museo en sí mismo es realmente un crudo primer borrador de esa historia, creada por el multimillonario de Microsoft, Paul G. Allen, 52, en gran parte con su propia colección, que albergó en una casa de 1.200 metros cuadrados de 20 millones de dólares en el mismo edificio de Frank O. Gehry que el museo de 240 millones de dólares dedicado a otra de las pasiones de Allen: la música rock; en el Experience Music Project, como se llama, la guitarra de Jimi Hendrix se exhibe con tanta soltura como la túnica del Capitán Kirk. De hecho, la reducción de las ambiciones del proyecto musical, que ha tenido problemas en estar a la altura de las expectativas originales, crearon espacio para el Museo de la Ciencia Ficción.
Pero el museo no deja la ciencia ficción al nivel de los juguetes y caballitos de madera. Es un buen lugar para recordar que un género que estaba hace 80 años en los márgenes, está ahora, al menos en sus reencarnaciones cinematográficas, en el centro de la cultura.
Las revistas baratas de ciencia ficción que presentaban lo que los entendidos llamaban "BBBs" huyendo de "BEMs" -"Nenas con Sujetadores de Lata" huyendo de "Monstruos con Ojos de Chinches". No por mucho tiempo. Los escritores de mediados del siglo 20 convirtieron la ciencia ficción en algo más profundo; muchos escritores recientes han sido científicos.
Incluso el cine moderno, con sus efectos sonoros y universos generados en el ordenador, fue moldeado por la ciencia ficción: la película ‘La Guerra de las Galaxias', de 1977, de George Lucas, fue una declaración de independencia y dominio del género, estableciendo su curso actual. La saga de cine y televisión de largo plazo, ‘Star Trek', también crearon nuevos tipos de fans, satirizados y homenajeados en la película ‘Héroes Fuera de Órbita' (1999).
El fin de estas franquicias no significan, por cierto, el fin de la importancia del género, ni presagian una época de disolución. Y aunque, a excepción de los ítemes cinematográficos, el centro de gravedad del museo parece depender de los años setenta, inclinándolo hacia atrás en lugar de hacia adelante, la colección también proporciona una mirada en el permanente atractivo de la ciencia ficción.
Por ejemplo, es sorprendente cómo a menudo los límites entre la fantasía y la realidad son desglosados en las exposiciones mismas. Los objetos de ‘Star Trek' son reales ("La pistola de rayos", nos dicen, "fue desarrollado a principios del siglo 23 como un arma defensiva"), mientras otros objetos, como una radio Dick Tracy de 1951, son llamados juguetes. Un "chapa comunicadora de Starfleet", de ‘Star Trek', es llamada "reproducción", presumiblemente porque no era un "comunicador" usado en la película.
Pero en una exposición de uniformes, una túnica de la película ‘Planeta Prohibido', de 1956, comparte la misma vitrina que un traje espacial de la NASA, del programa Gemini. La ficción y la realidad se entremezclan.
Este es un punto de la exposición dedicada a ‘La Guerra de los Mundos'. Ofrece una grabación de un programa de radio de 1938, de Orson Welles, que se hizo famoso por persuadir a los radioyentes que Nueva Jersey estaba siendo invadida por los marcianos.
Hace unos años, después de un programa radial en Ecuador, nos dice la exposición, la noticia de que no había sido más que una novela radiofónica, atacaron la emisora y causaron numerosas muertes.
Esta reacción, por extrema que sea, es una fantasía de fantasiosos: para la ciencia ficción las descripciones del futuro no son fantasía. En lugar de eso, crean una especie de "pensamiento experimental". En una sala se nos pregunta: "¿Qué si sólo viéramos las estrellas cada 2.000 años?"
Esta es una aproximación que también se usa en la ciencia, poniendo a prueba la interpretación y explorando posibilidades; a menudo los científicos mencionan la ciencia ficción como una influencia temprana. La directora del museo, Donna Shirley, dijo que la lectura de ‘Crónicas marcianas', de Bradbury, a los 12, la inspiró a escoger su carrera. En el Laboratorio de Propulsión de Reactores de la NASA, era la encargada del Programa de Exploración de Marte; aquí, ayudó a montar la exposición del museo, que hace malabares con la ciencia ficción y la realidad.
Por supuesto, las realidades alternativas apelan tanto a adolescentes como a sus inventores, y de algún modo, los museos de Allen se inclinan hacia los primeros, consagrando sus propias pasiones adolescentes.
En realidad ahora la colección determina fácilmente lo que se muestra: una serie de exposiciones sobre distopías y utopías pudieron haber sido mucho más potentes si los objetos hubiesen sido seleccionados más cuidadosamente, y las ideas exploradas más completamente.
Pero la pasión y el homenaje son bienvenidos, pues la ciencia ficción puede aspirar realmente a ser parecerse más a la historia que a la fantasía. De hecho, a menudo está menos preocupada con el futuro que con el pasado; estudiar cómo era, puede ayudar a mostrar cómo puede ser. Las tres primeras películas de ‘La Guerra de las Galaxias', por ejemplo, en realidad se oponen al ataque contra el futuro. Los malos son los amos de una radiante tecnología; los héroes son retro y destartalados, en contacto con los poderes perdidos del pasado.
Las historias del futuro realmente merecen un museo, aunque sólo sea para sugerir dónde pueden estar luego.

13 de agosto de 2005
24 de mayo de 2005
©new york times
©traducción mQh

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