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evocando al rey del poker


[Alex Williams] Vida corta y rápida, se convertirá en mito de Hollywood. Uno de los mejores jugadores de poker de todos los tiempos.
Las Vegas, Estados Unidos. Stu, o Stuey the Kid [El Niño], Ungar era el enfant terrible de capa y espada del poker antes de que se convirtiera en una obsesión tradicional de los años noventa. El diminuto hijo de un corredor de apuestas del Lower East Side, ganó sin parar sus títulos de la Serie Mundial de Poker a la insólita edad de 27 y llegó a ganar, y perder, 30 millones de dólares según una estimación, antes de que su épico gusto por los excesos le causara la muerte en un barato motel de Las Vegas el 22 de noviembre de 1998, a los 45.
Una leyenda cuando vivía, Ungar dejó un legado que se ha dejado sentir en la Serie Mundial de Poker. [...] Su biografía ‘One of a Kind: The Rise and Fall of Stuey 'the Kid' Ungar, the World's Greatest Poker Player', de Nolan Dalla y Peter Alson, llegó a las librerías esta semana.
Para sus contemporáneos, Ungar sigue siendo la mejor historia aleccionadora del jugador, la personificación de un riesgo peligroso. Pero para una endeble nueva generación de jugadores, engalanados con gafas de sol de practicantes de snowboarding Oakley e iPods, instruidos en el poker de internet y esforzándose por conseguir el patrocinio de las empresas, Ungar es un genio renegado, el último y más indomable de una cepa de jugadores que aprendieron a jugar en los cuartos de atrás de clubes de juegos de cartas, que jugaba por la excitación con el abandono del rock'n'roll.
"Era completamente desprendido", dijo Adam Schoenfeld, un juvenil jugador de 41 de Brooklyn, con Pumas y un sombrero de camionero, que se considera miembro de la "secta de Stuey" y ha enmarcado la fotografía del joven Ungar en su apartamento. "Lo podría mirar todo el día", dijo. "Ahí se está echando hacia atrás. Tenía el virus. Se puede ver en su cara lo indiferente que lo deja todo".
Como dijo Alson, co-autor de la biografía de Ungar: "Era el Jim Morrison del poker".
Con sus mejillas ahuecadas y mala cara, Ungar era el personaje del rebelde romántico. Y habiéndose convertido en la mascota de la extensa familia mafiosa Genovese después de pulir sus habilidades en los oscuros salones de cartas de Nueva York de los años sesenta, como cuenta su biografía, se convirtió en un fanfarrón.
En Las Vegas, adonde se mudó a fines de los años setenta, empezó a asociarse con un tipo diferente de forajidos. Los tiburones del naipe reinantes en esa época era fundamentalmente ‘apostadores' de edad mediana que venían del Sur rural que habían perfeccionado sus juegos durante décadas, preferían los sombreros vaqueros Stetsons y se hacían llamar con nombres como Amarillo Slim Preston y Doyle Texas Dolly Brunson.
"En esa época se trataba de hombres del petróleo, gángsteres, traficantes de drogas", recordó Dalla. "Era el Salvaje Oeste. Ahora es un juego técnico. Los matemáticos se están apoderando del negocio".
Los jugadores más viejos se escosen ante el arrogante y abrasivo estilo de Ungar, pero no podían negar su talento.
"Su cabeza funcionaba un 99.999 por ciento más rápido que la del resto del mundo", recordó Mike Sexton, un prominente jugador que a menudo jugaba contra Urgan, desde fines de los años setenta.
Mientras los jóvenes campeones de hoy tienden a ser reservados en su osadía, Ungar, en contraste, era conocido por su suicida temeridad combinada con un olfato de cazador de la debilidad. "Recuerdo que me dijo: ‘Tengo que hacer que mi oponente me odie'", dijo Sexton, hablando sobre el estrépito como coro de grillos de miles de tintineantes fichas. "‘Simplemente quiero cercenarles las gargantas'".
Colocando las proezas de Ungar en perspectiva, Dalla, que es director de prensa de la Serie Mundial, señaló que Undar había ganado 10 de los 30 eventos importantes en los que participó, a pesar de perder muchos de sus mejores años consumiendo drogas. Este es un récord "asombroso", dijo. "Hay gente que ha ganado más de 10 veces torneos de 10.000 dólares, pero extendiéndose en 20 años, literalmente en cientos de torneos".
Pero para los que juegan a la sombra de Ungar, su auto-destrucción sigue siendo una parte indeleble de su encanto. "Es una leyenda", dijo Shane Schleger, 28, un jugador de Nueva York, haciendo una pausa de cigarrillo entre las partidas. "El tipo de personalidad que está encadenada a un estilo de vida que incluye un montón de vicios en tu vida. No es algo que desconozca".
"Digamos", agregó, "que Stuey murió por todos nuestros pecados".

Stuart Errol Ungar nació el 18 de septiembre de 1953 en Lower Manhattan. Su padre, Isidore Ungar, tenía un bar, pero su dinero lo ganaba con las apuestas en deportes. Cuando Stuey estaba todavía en la primaria, fue reclutado para que guardara las papeletas. Aprendió a jugar al naipe -especialmente qué no hacer- mirando por encima del hombro de su madre mientras jugaba a las cartas la noche de los domingos en los balnearios de verano de Catskills. Para cuando tenía 10, le estaba diciendo a su madre cómo jugar.
Resultó que el joven Ungar tenía el don de casi cualquier juego de cartas que intentara, y a la edad de 15 abandonó la secundaria para jugar gin rummy, ganando a menudo hasta 500 dólares en juegos en varios clubes de cartas de la ciudad. Fue en un club semejante que conoció a una sensual y rubia camarera de cócteles llamada Madeline Wheeler. De 1 metro 68 y vestido con el chillón poliéster de un capitán de la mafia de Brooklyn de los años cincuenta, Ungar era difícilmente un pretendiente ideal, pero su tenacidad y carisma finalmente le ganaron un cita -después de un año. Se casaron en 1982.
"Yo sabía en lo que me estaba metiendo", recordó la señora Ungar, ahora de 52, a principios de junio durante un almuerzo en Caesars Palace, donde trabaja en una boutique de ropa. "Sabía que serían las cartas".
En ese momento de la carrera de jugador de Ungar el poker era todavía algo secundario, y sus dones parecían bordear la magia, recuerdan sus amigos. Como chapero era un desastre, pero humillaba a jugador tras jugador". "Se desmoronaban frente a sus ojos", dijo a Dalla. "Tenían esa mirada como si supieran que no podían ganar. Era bonito".
Con el tiempo se le hizo imposible conseguir un juego. Así que una mañana de primavera, en 1978, se apareció en el juego de poker con las apuestas más altas de Las Vegas en esa época, el torneo sin límites de Texas en el casino de Dunes, arrojando un fajo de 20.000 dólares sobre la mesa. Desaparecieron en menos de 15 minutos, cuenta su biografía. Pero al final de 36 horas, Ungar había recuperado esa suma, más otros 27.000 dólares.
En 1980, cuando Ungar ganó su primera Serie Mundial, llevándose a casa 365.000 dólares, estaba viviendo en Las Vegas con Madeline y su hijo, Richard Wheeler, de un breve matrimonio de cuando tenía 18. Como marido tenía serios defectos, dijo Madeline Ungar. Desaparecía durante varios días, para dedicarse a jugar a las cartas y persiguir mujeres.
Entretanto, los rituales básicos de la vida cotidiana le eran un misterio. Nunca abrió una cuenta bancaria, dijo la señora Ungar, y hacía las compras en el 7-Eleven.
"En esa época llevaba dos o tres millones de dólares en sus bolsillos, pero le cortaban la luz porque no pagaba la cuenta", dijo Sexton.
Los apostadores altos tienen, como raza, una curiosa relación con el dinero. (¿Cómo podrías de otro modo arriesgar 20.000 dólares en un bluf?) Pero para Ungar, dicen los que le conocieron, el dinero no significaba nada, excepto como un modo de seguir ganando.
Mickey Appleman, otro jugador de Nueva York que conocía bien a Ungar, dijo que siempre hacía una corta lista mental de la gente que ‘jugaba de verdad' en Las Vegas. "Esos eran los jugadores que buscan la emoción, que no piensan en cosas como el IRA y ese tipo de sin sentidos". Appleman se incluía en la lista, pero Ungar, dijo, "más allá de todos los rankings".
En el Starbucks de Sahara Avenue, Stephanie, 22, hija de Ungar y que se describe a sí misma como cristiana, está estudiando psicología. Recordó hace poco que él dejaba propinas de 100 dólares de una cuenta de 50 dólares. "Le daría una propina de 20 dólares a un mozo solamente porque le retiraba el plato", dijo. Compró, y perdió, casas de estilo Tudor y Jaguares.
"Llevaba la apuesta dentro", dijo Sexton, que dijo que Ungar podía ganar decenas de miles de dólares en el poker, un juego en el que era un jugador de clase mundial, para perderlo todo en las carreras de galgos, un deporte sobre el que no sabía nada.
"Era el mejor jugador de poker que he conocido, y uno de los peores perdedores al poker", dijo Doyle Brunson, 71, con su arrastrado acento sureño, una leyenda del poker.
Para comenzar, Ungar era volátil, pero su coqueteo con la cocaína, que creció hasta transformarse en una profunda adicción en los años ochenta, fue catastrófica, dicen sus amigos. Él y Madeline se divorciaron en 1986; Ungar continuó deslizándose.

En 1990, de acuerdo a su biografía, Billy Baxter, amigo de Ungar y también un gran jugador, apostó 10.000 dólares contra Ungar en la Serie Mundial. Al tercer día, después de ir ganando 70.000 dólares, Ungar no apareció de vuelta a la mesa y fue encontrado inconsciente, en ropa interior, en el suelo de su cuarto. Nunca volvió a la mesa en ese torneo, pero sus primeras partidas le obtuvieron el noveno lugar y un premio de 20.050 dólares.
A medida que la industria de los juegos de azar se iba convirtiendo en una empresa moderna, otros jugadores encontraron medios de apuntalar sus habilidades. Bobby Baldwin trabajó para Steve Wynn, operador de casinos, como un importante ejecutivo. Sexton se convirtió en comentador del World Poker Tour. Brunson y otros lanzaron salas de poker online. Entretando, Ungar seguía a la deriva.
Entonces, en 1997, llevando gafas de sol redondas de lentes azules ("para ocultar que su nariz se había desmoronado debido a la cocaína", explicó Alson) y pareciendo un "sin casa", de acuerdo a Dalla, que estaba allá, Ungar se sentó a jugar en la Serie Mundial y se fue a casa con el millón de dólares del primer premio. Dalla dijo que las ganancias, que eran repartidas con el patrocinador de Ungar, Baxter, desaparecieron en cuatro meses.
En ese momento, la hija de Ungar, que hablaba a menudo con él hasta cinco veces al día, dijo que le dijo: "No voy a volver a coger el teléfono hasta que no vea Montaña Vista en mi teléfono -el número del centro de rehabilitación".
Poco días después de esa conversación, Stu Ungar fue hallado muerto de un ataque al corazón, solo, en la cama de un motel en un extremo del Strip. Tenía 800 dólares en contante. Y aunque era conocido por ingerir grandes cantidades de drogas, el forense sólo encontró rastros en su sistema. Una ama de llaves lo vio en la cama, temblando, el día anterior.
La rápida y corta vida de Ungar ya ha inspirado una película, la poco vista ‘Stuey', con Michael Imperioli, en 2003. Graham King, productor de cine británico que respaldó ‘El Aviador' y ‘Traffic', compró los derechos de ‘One of a Kind'. Si Ungar estuviera vivo, dicen los amigos, no le sorprendería ver su vida convertida en un mito de Hollywood. De hecho, lo estaba esperando.
Sólo tenía un problema, dijo Mike Sexton: "Stuey siempre decía: ‘Sí, pero ¿hay tipos guapos que puedan hacer mi papel?'"

27 de septiembre de 200526 de junio de 2005
©new york times
©traducción mQh

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