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de ronda con policía musulmán


[Mary Jordan] Los críticos incluyen a agentes blancos y miembros de su fe.
Londres, Gran Bretaña. Cuando el agente de barrio de Scotland Yard, Saeed Hajjaj detuvo hace poco a un joven acusado de robo, el hombre le dijo enfadado: "Eres un musulmán. No deberías trabajar en la policía".
"También tú eres musulmán", le dijo Hajjaj. "Y no deberías robar".
En estos días, en Londes es a menudo complicado ser musulmán, a menudo difícil ser un agente de policía y siempre duro ser las dos cosas.
Mientras otros creyentes musulmanes están encantados de toparse con Hajjaj, un hombre de 25 de piel morena que patrulla a pie su barrio de Londres del Este saludando a la gente en árabe, otros se asombran de porqué se ha unido a un cuerpo policial abrumadoramente blanco y con la reputación de ser racista.
Todavía otros son derechamente hostiles. Consideran a los agentes de policía uniformados como los representantes más visibles de las guerras que libra el gobierno en Iraq y Afganistán que han terminado con la vida de muchos musulmanes.
Mientras la población musulmana de Europa aumenta rápidamente -ahora hay casi dos millones de musulmanes en Gran Bretaña y 15 millones en la Unión Europea-, los gobiernos están trabajando con variados grados de éxito y entusiasmo para integrar a los inmigrantes no sólo en la sociedad sino también en el gobierno.
Musulmanes y funcionarios policiales coinciden en la importancia de contratar a musulmanes para funciones policiales, pero está demostrando ser particularmente difícil. En su opinión, tener más agentes musulmanes puede ayudar a mitigar las ásperas relaciones entre las poblaciones mayoritarias y una minoría respetuosa de la ley y forjar mejores vínculos con las comunidades que han refugiado a extremistas violentos.
La Asociación de Policías Musulmanes, que apoya a los musulmanes en el cuerpo, calcula que de los 30 mil agentes de Scotland Yard, sólo unos 300 -el uno por ciento- son musulmanes, aunque casi el diez por ciento de los londinenses son musulmanes.
Una portavoz de Scotland Yard dijo que el cuerpo no lleva estadísticas sobre la religión de sus empleados, pero que estaba tratando de incrementar la diversidad étnica debido a que el siete por ciento de los agentes pertenecen a minorías.
"Si uno de nueve londinenses es musulmán, entonces quiero que uno de nueve agentes sean musulmanes", dijo Ian Blair, el comisario de la policía metropolitana el verano pasado. "Eso significa que nos faltan unos dos mil".
Hajjaj, cuya fotografía es usada frecuentemente en anuncios de Scotland Yard, quería ser agente de policía desde que tenía 14 años. Sorprendentemente alto -un metro 95- y nacido en Londres de padres marroquíes, dijo que ve el trabajo policial como un servicio comunitario, como un puente para abreviar las diferencias culturales. Pero después de 19 meses en el trabajo, dijo, ha resultado ser más difícil de lo que creía, y no está seguro de si seguirá por mucho tiempo más.
La cultura del cuerpo policial no es siempre acogedora, dijo Hajjaj. Como muchos musulmanes, no bebe alcohol, y sabe que en el cuerpo se forjan muchos vínculos y se acuerdan ascensos en sesiones de bebida después de horas de trabajo. Y las comisarías inglesas no fueron diseñadas con las oraciones en mente. Así que Hajjaj desenrolla su estera verde y amarilla para las oraciones en un pequeño espacio en la oficina de un sargento con paredes de cristal y sin ninguna privacidad. Cuando está ocupada, utiliza el vestuario.
"Yo nací aquí. Amo a Gran Bretaña", dijo, pero sin embargo lo llaman "extranjero" como un insulto -a veces por gente de dentro de la comisaría. "Algunos respetan tu religión", dijo, negándose a dar más detalles.
Mohammad Mahroof, secretario general de la Asociación de Policías Musulmanes, dijo que muchos agentes musulmanes son atacados de todos lados, incluyendo sus familias. Un agente de policía londinense le dijo que hace poco sus familiares le habían roto la mandíbula como una advertencia para que abandonara el cuerpo. Mahroof dijo que el agente no quiere ser identificado públicamente y explicó que la presión puede ser tan intensa que hay inclusive policías "en el armario", agentes que no se atreven a contar lo que hacen ni a sus familias.
Un agente musulmán uniformado, dijo Mahroof, fue hace poco golpeado frente a la mezquita de Shadwell por hombres jóvenes que le gritaban: "¿Cómo puedes trabajar para esa gente?" El imán denunció el incidente después de una visita de Mahroof, un veterano inspector de Scotland Yard.
Mahroof, que lleva barba larga y a menudo ropa musulmana tradicional, dijo que ha causado alarma al entrar a comisarías locales e incluso en el edificio central donde ha trabajado durante años. "Han habido alarmas terroristas a toda escala cuando he entrado", dijo, sacudiendo la cabeza.
Frecuentes cacheos en la calle de musulmanes tras los mortíferos atentados en el metro y en un autobús de Londres en julio pasado, que la policía dice que fueron llevados a cabo por extremistas musulmanes, han aumentado las fricciones entre la policía y jóvenes musulmanes en Londres. En Francia, jóvenes musulmanes marginados y enfadados provocaron disturbios callejeros durante tres semanas en octubre y noviembre, quemando coches y edificios.
Ningún distrito inglés tiene un porcentaje más alto de musulmanes que el que patrulla Hajjaj, Tower Hamlets. Aunque el censo de 2001 mostraba que el 36 por ciento de sus 200 mil habitantes eran musulmanes, funcionarios locales dicen que la cifra real es casi un 50 por ciento. Inmigrantes de Bangladesh, Pakistán, Somalia y otros países -y sus hijos nacidos en Gran Bretaña- se reúnen en más y más mezquitas en áreas de bajos ingresos que antes rebosaban de costureras judías y trabajadores portuarios irlandeses.
Muchos musulmanes mayores aquí no hablan inglés o prefieren no hablarlo. Muchos dejan rara vez los atiborrados bloques de pequeños apartamentos donde todo, desde diarios hasta tiendas de alquiler de videos, está en bengalí, sylheti (la lengua hablada por la mayoría de los bangladeses en Gran Bretaña), urdu o árabe. Es una burbuja sorprendentemente separada del cercano Canary Wharf, un vecindario de brillantes rascacielos de cristal habitado por financistas millonarios.
"Creo que he hecho mejores vínculos con la comunidad", dijo Hajjaj, relajado, mientras entraba a la mezquita de Shadwell una invernal noche reciente. Es un lugar al que sus colegas no han ido nunca. Hajjaj charla cómodamente con los imanes, parados con calcetines en la brillante alfombra verde de la cavernosa mezquita, que ha crecido en los últimos 11 años para servir ahora a dos mil personas.
Creada en un enorme espacio debajo de la línea ferroviaria de la maestranza -los cuartos vibran con cada vagón pasando por encima-, la mezquita contrasta con las viejas iglesias cristianas del vecindario, que están normalmente cerradas y desiertas. La mayoría de las tardes niños y niñas de hasta cinco años se inscriben para lecciones del Corán. Hajjaj para ahí para orar toda vez que puede.
Serio y reservado, Hajjaj sonríe más de lo que habla, pero saluda tranquilamente a prácticamete todos los que pasan. Su trabajo consiste en conocer el vecindario en los alrededores de la estación de trenes de Shadwell calle por calle, cara por cara, y ayudar a solucionar problemas que se presenten en el camino. La mayoría de los problemas tienen que ver con jóvenes desempleados que se reúnen en la calle, a menudo tocando su música a todo volumen y a veces vendiendo heroína.
Cuando empezó a presentarse por primera vez el año pasado, decía a los transeúntes: "Salaam aleikum", "Que la paz sea con usted", en árabe. Algunos se asombraron. "Nunca habían oído eso en boca de un agente".
Patrullando los alrededores de la estación de Shadwell un día reciente en una de sus rondas policiales, paró en el mercado de Watney, una ajetreada área de pequeñas tiendas y vendedores en las aceras vendiendo una colorida gama de artículos, tales como pijamas para niños y chirivías.
Se metió a Shoe World, donde saludó a una joven dependiente de Bangladesh, Parvin Begum, 26, que llevaba un pañuelo de cabeza de color aguamarina. Le dijo a Hajjaj que no tenía problemas, pero que la reconfortaba ver su cara amistosa.
"Es alguien como nosotros", dijo. "Con él podemos hablar más que con los otros".
En otro lado de la calle del mercado, Surman Miah, 48, de Bangladesh, charló con Hajjaj mientras vendía bolsas con pequeñas patatas y cebollas rojas en su puesto. Miah dijo que a veces "viene gente mala y me quitan el dinero" y que estaba agradecido de las patrullas más visibles que hacían agentes como Hajjaj.
Mientras Hajjaj continuó su ronda en Shadwell, Hassan Ahmed, 22, hijo de inmigrantes de Bangladesh, lo paró y le dijo que estaba ansioso de dejar su trabajo como manager de un restaurante.
"¿Quieres ser agente de policía?", le preguntó.
Hajjaj explicó el procedimiento y habló positivamente del trabajo, pero más tarde se mostró más circunspecto.
Hay días que consuelan, dijo. Mientras que algunos agentes han ofendido a mujeres musulmanas que llevan sus rostros y cuerpos cubiertos, durante interrogatorios, Hajjaj dice que sabe que no tiene que mirar a los ojos a una mujer, a menos que lo haga ella primero, y "no darle la mano, a menos que ella la extienda primero". Esos gestos básicos de cortesía crean buena voluntad, dijo.
Pero otros días son fastidiosos. "No hables con él. No es un musulmán", le dijo hace poco un hombre a su esposa, que volvía de saludar a Hajjaj.
Dijo que es agotador: Alguna gente no puede ir más allá del hecho de que es musulmán, otros niegan que lo sea.
"Antes, yo realmente quería ser policía", dijo. "Ahora tengo dudas. Es un trabajo muy exigente".

22 de enero de 2006

©washington post
©traducción mQh

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1 comentario

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