mesada de nobles imaginarios
[Henry Chu] La monarquía se marchó hace 117 años, pero una ciudad todavía paga hoy un tributo a los descendientes del último emperador por medio de un impuesto llamado laudemio.
Petrópolis, Brasil. Todos los veranos, cuando el agobiante calor tropical hacía que sombreros y corpiños fueran simplemente demasiado estorbo, el último emperador de Brasil, y su séquito, se retiraban a este retiro en las montañas en las afueras de Rio de Janeiro.
Establecían la corte en las majestuosas casonas que se erigían a lo largo de los amplios y frondosos paseos de Petrópolis. Festejaban con suntuosos banquetes y bailaban en las elegantes fiestas que ofrecía el palacio real. Presidiendo indulgentemente sobre todo esto estaba Pedro II, el último monarca de la única familia real en la historia moderna de América del Sur, cuya sólida corona de oro centellaba con 639 diamantes y 77 perlas.
Esos días de pompa y jolgorio terminaron en 1989, cuando Pedro fue depuesto en un incruento golpe republicano y enviado al exilio.
Pero más de un siglo después, los residentes de esta antigua guarida real todavía pagan -literalmente- por la antiguamente exaltada condición de su ciudad.
En ciertas partes de Petrópolis, todas las transacciones inmobiliarias están sujetas a un impuesto del 2.5 por ciento, cuya recaudación se destina directamente a los herederos de Pedro II. Su ilustre ancestro perdió el trono hace 117 años, Brasil es ahora una próspera democracia y la mayoría de los ciudadanos se burlan de la idea de restaurar la monarquía; pero todavía paga por tener sangre real.
Ese derecho engendra un ligero descontento entre las masas, especialmente entre los que acusan a la progenie de Pedro de dar a Petrópolis poco de vuelta, a pesar de que el continuo desarrollo y subdivisión de la propiedad significa potencialmente que ganan más dinero.
"Creo que es lamentable que en estos días todavía exista una fuente de ingreso para una minoría a la que nunca le preocupó dar alguna suerte compensación para mejorar el ambiente de la ciudad", dice Ricardo Barelli, presidente de una asociación local de ingenieros y arquitectos. "Las ventas de propiedad continúan, el impuesto sigue siendo cobrado, y mientras más se divide la tierra, más grandes son los beneficios".
Pero los herederos insisten en que la suma que reciben difícilmente les permitiría vivir como reyes.
"Todos piensan siempre que la familia real es muy rica, pero no es así", dijo Dom João Henrique de Orleans e Bragança, tataranieto del último emperador.
Cada uno de los alrededor de 40 descendientes de Pedro II recibe unos tres mil reais (unos 1350 dólares) al mes, del fondo que Dom João describió como una miseria, pero que es más o menos diez veces el salario mínimo de un trabajador. Dom João vendió hace quince años su parte en la compañía que administra el fondo a sus primos, para poder concentrarse en inversiones en propiedad inmobiliaria en otro lugar.
A los 51, Dom João es quizás el miembro más destacado de la antigua familia real brasileña, conocido como el ‘príncipe del surf’ en su juventud por su afición a esquivar las olas en lugares tan remotos como Indonesia. (Todavía lo hace).
Pero el clan que en el pasado gobernó al país más grande de América Latina ya no causa tantas salpicaduras en las noticias, condenados como están a llevar vidas más mundanas como profesionales, científicos, artistas y otras profesiones plebeyas. Aparte de unas riñas sobre la porcelana de la familia que resultó en algunas feas acusaciones de robo hace algunos años, los tufillos de escándalos son poco frecuentes, en parte debido a que a nadie le importa demasiado.
Pocos de los herederos reales viven en Petrópolis. El actual patriarca de la familia Dom Pedro Gastão de Orleans e Bragança, un personaje afable pero algo extravagante, vivió aquí durante décadas antes de retirarse hace poco, enfermo, a España.
Su esposa es tía del rey Juan Carlos.
Que Brasil tenga del todo su propia realeza es parcialmente el resultado de una disputa familiar.
En 1807, durante las Guerras Napoleónicas, la familia real de Portugal huyó a su colonia en Brasil, fijó la corte en Río y se quedaron tan encantados que el rey João VI se quedó para gobernar a su tierra natal desde América del Sur años después de que fuera seguro volver a Europa. Cuando finalmente volvió a Lisboa, su hijo rebelde, Pedro, declaró la independencia de Brasil y se coronó emperador en 1822. Su avergonzado padre accedió años más tarde, reluctantemente, a dividir el imperio.
La monarquía brasileña alcanzó su edad de oro durante Pedro II, cuyo nombre completo es casi tan largo de recitar como su reinado de 48 años (Pedro de Alcántara João Carlos Leopoldo Salvador Bibiano Francisco Xavier de Paula Leocadio Miguel Gabriel Rafael Gonzaga de Bragança). Los libros de historia describen al único monarca nacido en Brasil como un hombre bondadoso, progresista y culto al que le fascinaba la ciencia. Le encantó conocer al inventor Alexander Graham Bell cuando visitó Filadelfia.
Pedro II murió en el exilio en París en 1891, dos años después de su derrocamiento.
"Murió pobre, sin nada. Todo lo que tenemos son los muebles que subieron al barco cuando se marcharon al exilio", dijo Dom João, cuya ventilada casa en los suburbios de Río alberga algunos de esos muebles.
Sin embargo, las tierras de Petrópolis fueron declaradas más tarde un caso especial por el gobierno brasileño. Los funcionarios decidieron que los herederos del emperador conservaban un derecho residual a la tierra y por eso a reclamar la aplicación del tributo de 2.5 por ciento, conocido como laudemio, en todas las transacciones.
Los defensores del laudemio se molestan con las críticas de que se está subsidiando a una pandilla a expensas del pueblo. Observan que la antigua familia real no es la única institución que se beneficia de una práctica tan anacrónica. La marina brasileña impone un impuesto similar sobre la tierra a lo largo de la costa, y la iglesia católica también cobra un laudemio en algunas regiones.
Pero eso no para los refunfuños de algunos petropolitanos -o el asombro de los extraños que vienen aquí a comprar propiedades.
"Se sorprenden y quedan perplejos. ‘¿Todavía existe?’, preguntan", dijo Marcos Labanca, un corredor de bienes raíces local.
Cuando los residentes se unieron al resto del país al rechazar en una votación de 1993 reintroducir la monarquía, el alcalde en ese momento mencionó el disgusto sobre el impuesto como una de las razones. El referéndum preguntó a los votantes si preferían un sistema presidencial, parlamentario o monárquico. La opción principesca, que fue derrotada estrepitosamente, nunca tuvo realmente una oportunidad.
Dom João todavía cree en ella. En una entrevista con Times dijo que un monarca constitucional como jefe de estado podría servir como "estabilizador", alguien que mantenga la dignidad del país por encima del clamor de la conflictiva escena política de Brasil.
El juvenil y entusiasta Dom João se ha declarado en el pasado dispuesto a servir a su país como su soberano si lo llama el deber. Pero sabe que la posibilidad de una restauración de la monarquía es prácticamente nula.
Además, se mantiene ocupado con sus intereses en el mercado inmobiliario y la fotografía amateur -ha publicado varios libros de salas de espera. Y poco después de la entrevista viajó a Marruecos, todavía a la búsqueda de algo tan elusivo como una corona: la ola perfecta.
Establecían la corte en las majestuosas casonas que se erigían a lo largo de los amplios y frondosos paseos de Petrópolis. Festejaban con suntuosos banquetes y bailaban en las elegantes fiestas que ofrecía el palacio real. Presidiendo indulgentemente sobre todo esto estaba Pedro II, el último monarca de la única familia real en la historia moderna de América del Sur, cuya sólida corona de oro centellaba con 639 diamantes y 77 perlas.
Esos días de pompa y jolgorio terminaron en 1989, cuando Pedro fue depuesto en un incruento golpe republicano y enviado al exilio.
Pero más de un siglo después, los residentes de esta antigua guarida real todavía pagan -literalmente- por la antiguamente exaltada condición de su ciudad.
En ciertas partes de Petrópolis, todas las transacciones inmobiliarias están sujetas a un impuesto del 2.5 por ciento, cuya recaudación se destina directamente a los herederos de Pedro II. Su ilustre ancestro perdió el trono hace 117 años, Brasil es ahora una próspera democracia y la mayoría de los ciudadanos se burlan de la idea de restaurar la monarquía; pero todavía paga por tener sangre real.
Ese derecho engendra un ligero descontento entre las masas, especialmente entre los que acusan a la progenie de Pedro de dar a Petrópolis poco de vuelta, a pesar de que el continuo desarrollo y subdivisión de la propiedad significa potencialmente que ganan más dinero.
"Creo que es lamentable que en estos días todavía exista una fuente de ingreso para una minoría a la que nunca le preocupó dar alguna suerte compensación para mejorar el ambiente de la ciudad", dice Ricardo Barelli, presidente de una asociación local de ingenieros y arquitectos. "Las ventas de propiedad continúan, el impuesto sigue siendo cobrado, y mientras más se divide la tierra, más grandes son los beneficios".
Pero los herederos insisten en que la suma que reciben difícilmente les permitiría vivir como reyes.
"Todos piensan siempre que la familia real es muy rica, pero no es así", dijo Dom João Henrique de Orleans e Bragança, tataranieto del último emperador.
Cada uno de los alrededor de 40 descendientes de Pedro II recibe unos tres mil reais (unos 1350 dólares) al mes, del fondo que Dom João describió como una miseria, pero que es más o menos diez veces el salario mínimo de un trabajador. Dom João vendió hace quince años su parte en la compañía que administra el fondo a sus primos, para poder concentrarse en inversiones en propiedad inmobiliaria en otro lugar.
A los 51, Dom João es quizás el miembro más destacado de la antigua familia real brasileña, conocido como el ‘príncipe del surf’ en su juventud por su afición a esquivar las olas en lugares tan remotos como Indonesia. (Todavía lo hace).
Pero el clan que en el pasado gobernó al país más grande de América Latina ya no causa tantas salpicaduras en las noticias, condenados como están a llevar vidas más mundanas como profesionales, científicos, artistas y otras profesiones plebeyas. Aparte de unas riñas sobre la porcelana de la familia que resultó en algunas feas acusaciones de robo hace algunos años, los tufillos de escándalos son poco frecuentes, en parte debido a que a nadie le importa demasiado.
Pocos de los herederos reales viven en Petrópolis. El actual patriarca de la familia Dom Pedro Gastão de Orleans e Bragança, un personaje afable pero algo extravagante, vivió aquí durante décadas antes de retirarse hace poco, enfermo, a España.
Su esposa es tía del rey Juan Carlos.
Que Brasil tenga del todo su propia realeza es parcialmente el resultado de una disputa familiar.
En 1807, durante las Guerras Napoleónicas, la familia real de Portugal huyó a su colonia en Brasil, fijó la corte en Río y se quedaron tan encantados que el rey João VI se quedó para gobernar a su tierra natal desde América del Sur años después de que fuera seguro volver a Europa. Cuando finalmente volvió a Lisboa, su hijo rebelde, Pedro, declaró la independencia de Brasil y se coronó emperador en 1822. Su avergonzado padre accedió años más tarde, reluctantemente, a dividir el imperio.
La monarquía brasileña alcanzó su edad de oro durante Pedro II, cuyo nombre completo es casi tan largo de recitar como su reinado de 48 años (Pedro de Alcántara João Carlos Leopoldo Salvador Bibiano Francisco Xavier de Paula Leocadio Miguel Gabriel Rafael Gonzaga de Bragança). Los libros de historia describen al único monarca nacido en Brasil como un hombre bondadoso, progresista y culto al que le fascinaba la ciencia. Le encantó conocer al inventor Alexander Graham Bell cuando visitó Filadelfia.
Pedro II murió en el exilio en París en 1891, dos años después de su derrocamiento.
"Murió pobre, sin nada. Todo lo que tenemos son los muebles que subieron al barco cuando se marcharon al exilio", dijo Dom João, cuya ventilada casa en los suburbios de Río alberga algunos de esos muebles.
Sin embargo, las tierras de Petrópolis fueron declaradas más tarde un caso especial por el gobierno brasileño. Los funcionarios decidieron que los herederos del emperador conservaban un derecho residual a la tierra y por eso a reclamar la aplicación del tributo de 2.5 por ciento, conocido como laudemio, en todas las transacciones.
Los defensores del laudemio se molestan con las críticas de que se está subsidiando a una pandilla a expensas del pueblo. Observan que la antigua familia real no es la única institución que se beneficia de una práctica tan anacrónica. La marina brasileña impone un impuesto similar sobre la tierra a lo largo de la costa, y la iglesia católica también cobra un laudemio en algunas regiones.
Pero eso no para los refunfuños de algunos petropolitanos -o el asombro de los extraños que vienen aquí a comprar propiedades.
"Se sorprenden y quedan perplejos. ‘¿Todavía existe?’, preguntan", dijo Marcos Labanca, un corredor de bienes raíces local.
Cuando los residentes se unieron al resto del país al rechazar en una votación de 1993 reintroducir la monarquía, el alcalde en ese momento mencionó el disgusto sobre el impuesto como una de las razones. El referéndum preguntó a los votantes si preferían un sistema presidencial, parlamentario o monárquico. La opción principesca, que fue derrotada estrepitosamente, nunca tuvo realmente una oportunidad.
Dom João todavía cree en ella. En una entrevista con Times dijo que un monarca constitucional como jefe de estado podría servir como "estabilizador", alguien que mantenga la dignidad del país por encima del clamor de la conflictiva escena política de Brasil.
El juvenil y entusiasta Dom João se ha declarado en el pasado dispuesto a servir a su país como su soberano si lo llama el deber. Pero sabe que la posibilidad de una restauración de la monarquía es prácticamente nula.
Además, se mantiene ocupado con sus intereses en el mercado inmobiliario y la fotografía amateur -ha publicado varios libros de salas de espera. Y poco después de la entrevista viajó a Marruecos, todavía a la búsqueda de algo tan elusivo como una corona: la ola perfecta.
29 de enero de 2006
©los angeles times
©traducción mQh
2 comentarios
Moncaira -
Una jefatura de Estado hereditaria ¡ que verguenza en el siglo XXI !
Diego -