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torturados hasta la muerte


[Jeffrey Gettleman] La cara de una macabra y estúpida venganza en Bagdad.
Bagdad, Iraq. Mohannad al-Azawi había recién terminado de alimentar a sus pájaros enjaulados en su tienda de mascotas al sur de Bagdad cuando tres coches con hombres armados aparcaron frente a su tienda.
Fue agarrado por su camisa y metido a un coche, mientras la multitud miraba.
Azawi fue uno de los pocos sunníes de la manzana y, de acuerdo a testigos, cuando un amigo chií trató de intervenir, un pistolero le apuntó a su cabeza y le dijo: "¿Quieres que te volemos los sesos también a ti?"
El cuerpo de Azawi fue encontrado a la mañana siguiente en una planta de tratamiento de aguas servidas. El hombre menudo que criaba ruiseñores, había sido amarrado de pies y piernas, torturado con taladros y baleado.
En el último mes cientos de hombres han sido secuestrados, torturados y ejecutados en Bagdad. Mientras líderes iraquíes y estadounidenses se esfuerzan por evitar una guerra civil, los cadáveres se siguen apilando. La tasa de homicidio de la ciudad se ha triplicado de 11 a 33 muertes al día, dijeron funcionarios militares. El período que va del 7 al 21 de marzo fue brutalmente típico: al menos 191 cadáveres, muchos de ellos mutilados, aparecieron en tachos de basura, acequias de desagüe, furgonetas y camiones.
Fue lo que pasó con los cuatro hermanos Duleimi -Khalid, Tarek, Taleb y Salaam-, secuestrados en sus casas frente a sus mujeres. Y de Achmed Abdulsalam, visto por última vez en un puesto de control en su recientemente pintado BMW y encontrado muerto debajo de un puente dos días después. Y de Mushtak al-Nidawi, un estudiante de derecho apodado ‘Titanic’ por su parecido con Leonardo DiCaprio, cuyo cuerpo fue devuelto a su familia con su cabeza partida en dos.
Lo que más aterroriza a los iraquíes sobre estas ejecuciones al estilo de la mafia es la impunidad. De acuerdo a informes entregados por familiares y más de una docena de entrevistas, muchos hombres fueron secuestrados a plena luz del día, en público, a la vista de testigos. Sin embargo, pocos casos, si acaso, han sido investigados.
Parte de la razón puede ser que la mayoría de las víctimas son sunníes, y crece la sospecha de que muchos de ellos fueron asesinados por escuadrones de la muerte chiíes que son respaldados por fuerzas del gobierno en un ciclo de ‘venganzas’ religiosas. Esa acusación ha estado circulando en Bagdad durante meses, y a medida que aparecen más sunníes muertos, más gente se siente inclinada a creerla.
"Esta es una limpieza sectaria", dice Mahmoud Othman, miembro kurdo del parlamento, que se ha mantenido neutral en el conflicto entre chiíes y sunníes.
Othman dijo que los dos lados cometían atrocidades. "Pero lo que es diferente es que cuando los chiíes mueren en atentados suicidas, todo el mundo se agrupa para combatir a los terroristas sunníes", dijo. "Pero cuando los chiíes matan a sunníes, nadie dice nada, porque gran parte de los asesinatos son cometidos por milicias vinculadas con el gobierno".
El desnivel en los asesinatos, y la sospecha de que el gobierno está involucrado, está profundizando la división chií-sunní, justo cuando funcionarios americanos están instando a líderes sunníes y chiíes a formar un gobierno amplio, con la esperanza de que una muestra de unidad a ese nivel impida una guerra civil declarada.
La presión está aumentando sobre el primer ministro Ibrahim al-Jafaari, un chií, pero pocos creen que reprima los asesinatos, en parte porque necesita el apoyo de las milicias chiíes para seguir en el poder.
Haidar al-Ibadi, portavoz de Jafaari, reconoció que "algunas fuerzas policiales han sido infiltradas". Pero dijo que eran "extranjeros", y no iraquíes, sobre los que recaía la culpa.
Ahora muchos sunníes, que eran los más anti-norteamericanos en Iraq, están pidiendo su ayuda.
"Si los americanos se marchan, estamos perdidos", dijo Hassan al-Azawi, cuyo hermano fue secuestrado de su tienda de mascotas.
Pensó un momento.
"Quizá ya estamos perdidos".

La oficina de derechos humanos del Partido Islámico Iraquí, un grupo mayoritariamente sunní, ha registrado más de 540 casos de hombres sunníes y algunas mujeres sunníes que fueron secuestrados y asesinados desde el 22 de febrero, cuando la destrucción de un santuario chií en Samarra desencadenara aparentemente una ola de furia religiosa.
Como muestra el caso de Azawi, algunos son presa fácil.
Azawi era el menor de cinco hermanos. Tenía 27 años y vivía con sus padres. Amaba a los pájaros desde que era niño. Los ruiseñores eran sus preferidos. Luego los canarios, las palomas y las tórtolas.
Durante el régimen de Saddam Hussein fue reclutado por el ejército, pero desertó.
"Le gustaban los pájaros", dice un vecino chií, Ibrahim Muhammad.
Hace unos años Azawi abrió una pequeña tienda de mascotas en Dawra, un barrio pobre, predominantemente chií, al sur de Bagdad.
Los amigos dicen que a Azawi no le interesaba ni la política ni la religión. Nunca fue a una mezquita sunní, aunque sí lo hacían sus hermanos. No prestaba atención a las noticias ni miraba televisión. Eso puede haberle costado la vida.
El 22 de febrero el santuario de Askariya, en Samarra, fue atacado a las siete de la mañana. Pero Azai no supo lo ocurrido sino hasta las cuatro de la tarde de ese día, dicen sus amigos. Estaba en su pequeño universo, ocupándose de sus pájaros, cuando un tendero chií le contó la noticia y le dijo que cerrara la tienda. Se quedó en su casa durante tres días. Sus amigos dicen que estaba aterrorizado.
El día del ataque contra el santuario, las turbas chiíes empezaron a causar estragos en Bagdad, incendiando mezquitas sunníes y asesinado a los residentes sunníes. Algunos sunníes respondieron y mataron a chiíes. El caos se reclamó la vida de cientos de personas y expuso tensiones que hasta entonces habían estado borboteando justo debajo de la superficie.
Dos milicias chiíes, la Organización Báder, que antes se ejercitaba en Irán, y el Ejército Mahdi, los reclutas de un joven y fanático clérigo chií, Moqtada al-Sáder, fueron acusadas de gran parte del derramamiento de sangre. Los hombres de Sáder llevan a menudo uniformes negros, y muchos de los familiares de los hombres secuestrados dicen que hombres con uniformes negros fueron quienes se los llevaron. Mucha gente dice además que los hombres de negro llegaron juntos con la policía.
A eso de las nueve de la noche del día del atentado contra el santuario, una turba de hombres vestidos de negro rodearon a los hermanos Duleimi, dijeron familiares.
Los hermanos vivían en Nuevo Bagdad, un barrio de clase obrera predominantemente chií. Eran todos jardineros y religiosos que rezaban cinco veces al día. Tenían familiares en Faluya, en el corazón del territorio sunní.
El lugar de procedencia de las familias en Iraq revela a menudo si es sunní o chií. Hoy, debido a las fricciones religiosas, la gente está cada vez más consciente de los ligeros acentos regionales, estilos de vestidos y nombres. Algunos nombres de pila, como Omar entre los sunníes, o Haidar, entre los chiíes, delatan claramente el origen. Otros, como Kahlid, no lo hacen. Los nombres tribales también pueden ser indicativos.
Un primo de los hermanos Duleimi, que se identificó a sí mismo como Khalaf, dijo que los cuatro hombres fueron sacados a punta de pistola de la pequeña casa que compartían. Sus cuerpos aparecieron al día siguiente en una acequia de desagüe cerca de Ciudad Sáder, un bastión del Ejército Mahdi. Les habían cercenado todos los dedos de pies y manos.
Ese mismo día fue secuestrado Mushtak al-Nidawi, 20. De acuerdo a una tía, Aliah al-Bakr, estaba hablando por teléfono frente a su casa en Bayah cuando apareció en la calle un grupo de milicianos del Ejército Mahdi, gritando: "¡Venimos a por vosotros, sunníes!"
Bakr dijo que se llevaron a Nidawi mientras su madre miraba desde la puerta. Su cuerpo apareció en la calle siete días después, con su piel cubierta de magulladuras, su atractivo rostro quemado con ácido, las uñas arrancadas.
"Le dije a su madre que lo habían matado a balazos", dijo Bakr.

Sheik Kamal al-Araji, portavoz de Sáder, dijo que "el Ejército Mahdi no comete esos crímenes".
También dijo que los milicianos cambiarían pronto su uniforme para que no les confundieran con matones.
La pregunta de quién exactamente está detrás de estos asesinatos colectivos se ha convertido en un delicado problema político. También la disparidad en los asesinatos.
Muchos políticos sunníes, entre ellos políticos laicos como Methal al-Alusi, acusan al gobierno chií de respaldar una campaña de exterminio de los sunníes. Muchos líderes chiíes, incluyendo al primer ministro Jafaari, acusan a "terroristas extranjeros", sin ser más específicos. Parece que las milicias chiíes, incapaces de combatir a los terroristas suicidas presuntamente sunníes que matan a chiíes, están ahora atacando a civiles sunníes. No hay evidencias de que los sunníes que fueron secuestrados y asesinados hayan estado vinculados a los terroristas.
Zalmay Khalilzad, el embajador estadounidense, dice ahora que las milicias son la principal amenaza contra la seguridad de Iraq. Pero ha tenido la cautela de pintar el problema a grandes pinceladas, diciendo que los dos lados llevan culpa.
Hay pocas víctimas chiíes, como Mohammed Jabbar Hussein, que vivía en un área fundamentalmente sunní al oeste de Bagdad. Desapareció el 26 de febrero, y lo encontraron cuatro días después, con un balazo en la cabeza.
Pero las milicias bajo sospecha, y las que tienen los lazos más fuertes con el gobierno, son chiíes. El general de división Rick Lynch, portavoz de los militares estadounidenses, dijo que las milicias chiíes han desempeñado un papel en los asesinatos y que "el gobierno de Iraq ha tomado medidas".
Luego está el asunto de los procesos. Incontables insurgentes sunníes han sido detenidos y procesados por cargos de asesinato, pero muy pocos milicianos chiíes han sido aprehendidos.
Thamir al-Janabi, a cargo del departamento de investigaciones criminales del ministerio del Interior, se negó a hacer comentarios. Lo mismo hicieron varios otros funcionarios del ministerio.
Una nueva ronda de ataques ‘de venganza’ empezó el 12 de marzo, a eso de las seis de la tarde, cuando estallaron una serie de coches-bomba en Ciudad Sáder, causando la muerte a 50 civiles. La mayoría de los funcionarios de seguridad, chiíes y sunníes, culparon a terroristas sunníes.
Una hora y media más tarde, media docena de hombres armados llegaron a la tienda de mascotas de Azawi.
Wisam Saad Nawaf estaba jugando al pool al otro lado de la calle. Dijo que un hombre con un pasamontañas llegó con los pistoleros, que no llevaban máscaras, y que cuando agarraron a Azawi, el hombre enmascarado asintió: "Debe de haber sido un informante del barrio", explicó Nawaf.
Azawi fue subido al coche. Los pistoleros cerraron la puerta. A la mañana siguiente el cuerpo de Azawi fue encontrado en una planta de aguas servidas. Las fotos de la autopsia muestran que fue terriblemente torturado. Su piel estaba cubierta de verdugones morados. Sus piernas y cara tenían agujeros de taladro. Le habían quebrado los dos hombros.
Su hermano Hassan lleva las fotos de la autopsia con él, junto con una pistola. "No puedo vivir si no me vengo", dijo.
Hassan dijo que en el funeral había algunos chiíes, pero tomó como una triste pizca de esperanza.
Una semana después, el 20 de marzo, encontraron el cuerpo de Absulsalam, otro sunní, debajo de un puente. Abdulsalam, 21, trabajaba con su padre en propiedades inmobiliarias. Su familia dijo que lo vieron en su BMW cuando fue parado en un puesto de control del Ejército Mahdi.

25 de marzo de 2006
©new york times
©traducción mQh
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