tropas sospechosas
[Jonathan Finer] Tropas iraquíes son también sospechosas. Soldados estadounidenses sospechan traición.
Hawujah, Iraq. Pasada la medianoche en un tramo yermo de la carretera cerca de esta destartalada ciudad la semana pasada, el sargento de segunda clase Jason Hoover vio lo que parecía ser una línea de pescar tensada sobre la carretera y ordenó frenar abruptamente. El todoterrenos se detuvo con un chirrido.
La cuerda estaba conectada a un viejo proyectil de artillería ruso, medio enterrado en la berma de barro y manipulado para ser activado por un fuerte tirón. Hoover siguió la cuerda durante algo más de medio kilómetro sobre un campo arado, cruzó otra carretera y atravesó un canal, hasta que dio con cuatro agentes de la policía de la infraestructura iraquí que se suponía que estaban custodiando un oleoducto. Dijeron que no sabían nada sobre la cuerda.
"Aquí hay dos tipos de iraquíes, los que nos ayudan y los que nos disparan, y hay un montón de ellos que hacen las dos cosas", dijo Hoover, 26, de Newark, Ohio. "¿Que si es frustrante? Sí, es frustrante. Pero no podemos dejar de trabajar con ellos".
El incidente es una ventada sobre los tibios resultados de las campañas estadounidenses de adiestramiento de las tropas iraquíes. Soldados americanos que tratan de dominar a la inquieta ciudad norteña de Hawijah han logrado lo que parece imposible en muchos enclaves sunníes: formar una fuerza de seguridad con voluntarios de la localidad. Más de 1500 soldados y dos mil agentes de policía iraquíes patrullan el área, prácticamente todos ellos de la ciudad y los pastorales villorrios que la rodean.
Pero en una ciudad donde la población local es hostil a la presencia americana en Iraq, los soldados estadounidenses han adquirido una profunda desconfianza de sus contrapartes iraquíes después de un montón de incidentes que sugieren que las tropas que están adiestrando, están colaborando con sus enemigos.
En noviembre, el más importantes comandante local del ejército iraquí de aquí fue enviado a la prisión de Abu Ghraib acusado de informar a los insurgentes sobre las rutas de los convoyes americanos, dijo el teniente coronel Marc Hutson, comandante de un batallón del Destacamento de Combate de la Primera Brigada de la 101 División Aerotransportada. El jefe de policía de la ciudad también fue despedido y brevemente arrestado en enero por negarse a perseguir a los grupos armados.
Antes este mes un equipo de tiradores norteamericanos capturaron a catorce policías colocando bombas improvisadas en un pueblo cercano a Riyadh. Más de sesenta policías más aparecen en una lista de sospechosos de colaborar con los rebeldes, de acuerdo a policías militares estadounidenses que los adiestran. Y la semana pasada estalló un furioso incendio en un oleoducto atacado a 150 metros de un puesto de control de la policía iraquí, que cubrió el cielo de una manta de humo negro.
Una ciudad de unos 40 mil habitantes, Hawijah se acurruca entre los verdes pastizales que crecen a ambos lados del río Zab, a unos 280 kilómetros al norte de Bagdad. Sus calles están picadas de cráteres dejados por bombas improvisadas y cercadas por canales de verdes y fétidas aguas residuales. Las pintadas en las paredes y aceras saludan las proezas del grupo conocido como los Héroes de Hawijah, los rebeldes locales cuyos ataques filmados en video contra tropas estadounidenses son éxitos de venta en los mercados de la ciudad.
Sus residentes, casi todos ellos sunníes, estaban antes en todas partes en los escalones superiores del ejército de Saddam Hussein y del Partido Baaz. Pero se sienten frustrados por el decline de su estatus desde la invasión estadounidense que sacó a Hussein del poder, especialmente en comparación con los kurdos étnicos que ahora dominan la política en la capital provincial, Kirkuk. Los comandantes americanos calculan el desempleo aquí en casi del 90 por ciento.
La ira y el malestar han provocado una implacable resistencia formada en su mayor parte por iraquíes -se han capturado pocos combatientes extranjeros aquí-, que han infligido a las tropas americanas su buena dosis de violencia.
Han muerto once soldados desde que llegara el Destacamento de Combate de la Primera Brigada hace seis meses para patrullar la región de Kirkuk. Diez estaban asignados al batallón estacionado en Hawijah. Al menos 64 soldados del batallón han sido heridos, casi uno de diez de los estacionados aquí. Y el convoy de Hutson, el comandante del batallón, ha sido atacado diez veces con bombas improvisadas, seis veces contra su propio todoterrenos, una cifra extraordinaria para un oficial de alto rango.
"En algunos lugares ocultan el hecho de que no les gustas. Aquí, no", dice Hutson, que visita su consultorio médico en la base periódicamente para una inyección de Toradol para aliviar un hombre lesionado cuando su vehículo se volteó durante uno de esos ataques.
Los comandantes estadounidenses han mantenido siempre que el fortalecimiento de la policía y ejército iraquíes es la clave de la seguridad del país y de la eventual retirada de tropas americanas. El funcionamiento de las tropas estacionadas en Hawijah ha aumentado en los últimos meses hasta el punto de que ocasionalmente realizan operaciones para enfrentarse a los insurgentes y ya no huyen de las balaceras como hacían en el pasado, dicen oficiales estadounidenses que los adiestran. La mejor prueba, sigue el argumento, es que ahora los insurgentes apuntan sus armas contra otros iraquíes.
"Suena extraño, pero en los últimos tiempos han muerto más policías, lo que quiere decir que algunos de ellos están haciendo mejor su trabajo", dijo un oficial norteamericano.
Pero los esfuerzos por pasar más responsabilidad a las fuerzas iraquíes están envueltos en dudas sobre su lealtad.
"Es como el departamento de policía de Chicago de los años veinte: están tan infestado de mafiosos que incluso los buenos son corruptos, en el sentido de que no quieren morir", dijo el sargento de segunda clase Ryan Horton, 28, un policía militar de Dallas que trabaja estrechamente con la policía iraquí. "Todos viven en la comunidad con los terroristas, con sus familias. Y tienen mucho, mucho miedo".
Horton dice que informa a los oficiales iraquíes de las misiones apenas minutos antes, y nunca les dice dónde irán exactamente, para impedir que los delaten a los insurgentes. "Los he visto reír cuando volvemos con un vehículo destrozado por una bomba", dice. "Los he visto estar parados a 15 metros y no hacer más que mirar cuando estamos enmedio de una balacera".
Sorbiendo un dulce té en una sucia comisaría de policía en el centro de Hawijah la semana pasada, el comandante de la comisaría, el mayor Ghazey Ahmed Khalif, aseguró a Horton y su destacamento que ese día las cosas estaban tranquilas en la ciudad. Pero cuando Horton pidió a algunos agentes iraquíes que lo acompañaran a dar una vuelta por la ciudad, Khalif susurró discretamente algo en el oído del traductor.
"De repente se acordó de que había recibido un dato sobre una bomba", dice Horton. "Si nosotros no le hubiésemos pedido a los tipos que vinieran con nosotros, poniéndolos en peligro, no nos habría dicho nada sobre el atentado".
Los soldados que trabajan aquí con el ejército iraquí informan sobre problemas similares. Los soldados iraquíes han sido reprendidos por vender municiones del gobierno en los mercados locales de armas y por empeñar sus botas, presentándose al servicio con pantuflas de cuero.
Antes de salir a patrullar la carretera buscando bombas la semana pasada, una unidad iraquí que acompañaba a los soldados estadounidenses se negó a subir a todoterrenos americanos, que proporcionan mucho mejor protección contra ataques con bomba que las camionetas no blindadas utilizadas normalmente por las fuerzas iraquíes.
Sacudiendo su cabeza y mirando el suelo, el sargento Ghazi Esa Muhammad, 25, explicó que un clérigo local había dicho que los iraquíes que murieran en "vehículos de los invasores" no irían al cielo.
"Di a tu gente que si se niegan a subir al todoterrenos, los mandaré a la cárcel por diez días. No hay alternativas", dijo el teniente Aaron Tapalman, 23, el jefe de la patrulla.
"Quieren estar en posición de decir que no están asociados con nosotros", dijo Tapalman, después de que el sargento iraquí cedió y ordenó a sus hombres subir al vehículo.
Cerca de una hora después, la patrulla vio una bolsa blanca a orilla de la calle y Tapalman sospechó que podría ser una bomba. Cuando le pidió a los soldados iraquíes que la empujaran hacia fuera, el comandante se negó a hacerlo, diciendo que no era su trabajo.
"Tu trabajo es proteger a la gente", dijo Tapalman, cada vez más exasperado. "Yo puedo sacar esa bolsa yo mismo y, sabes, lo voy a hacer, pero no creas que tu gente no debiera verte haciendo este tipo de cosas. Algún día ya no estarás aquí".
El soldado iraquí se volvió a negar, se disculpó nuevamente y se marchó.
Aunque dicen que sus tropas están mejorando, los comandantes iraquíes reconocen que la lealtad de sus hombres ha menudo, en el mejor de los casos, es doble.
"Los soldados rechazan la ocupación", dice el teniente coronel Abdul Rahman Sekran, 42, oficial ejecutivo del Primer Batallón de la Cuarta División del Ejército iraquí. Ubicado justo al este de Hawijah, el recinto rodeado de huertos pertenecían a un primo de Hussein, Ali Hassan al-Majeed, apodado ‘Alí el Químico’, por ordenar el ataque con gas que mató a miles de kurdos en los años ochenta.
"Recuerda", dijo Sekran cuando le pregunté sobre las acusaciones de que algunos de sus hombres minaban los esfuerzos para mejorar la seguridad, "que hay otra organización en la calle, los terroristas, que les dan información falsa".
La mala voluntad corre en las dos direcciones. Después de que fuerzas estadounidense detuvieran a algunos policías hace algunas semanas, otros agentes colgaron un enorme lienzo blanco junto a un transitado puente en el centro. Escrito en árabe y en inglés, el texto inglés decía: "La policía de Al-Hawijah rechaza acompañar a las tropas de la coalición a las patrullas mutuas en Al-Hawijah porque la policía existe para proteger a la gente y no a los soldados de la coalición".
Dirigentes políticos locales también han obstaculizado los llamados americanos a la colaboración para mejorar la situación de seguridad. Representantes del área de Hawijah organizaron hace poco un boicot del consejo provincial de Kirkuk.
Dirigiéndose a una sala llena de alcaldes y miembros del consejo la semana pasada, el coronel David R. Gray, comandante del Destacamento de Combate de la Primera Brigada, anunció que había accedido a financiar 15 proyectos de reconstrucción por un valor de casi tres millones de dólares. Pero crear un ambiente seguro para poder llevarlos a cabo, dijo, era en parte responsabilidad de los residentes.
"Muchos de ustedes me han dicho que los ataques son el trabajo de extranjeros", dijo Gray, 48, de Herscher, Illinois. "Señores, mi conclusión es que el problema no son los extranjeros, sino gente de vuestras propias tribus. Y si el problema se encuentra dentro de vuestras propias tribus, la solución reside en todos los que estáis en esta sala".
El coronel se retiró rápidamente para otro encuentro y la sala estalló de ira.
"Siempre se acusa a los árabes de ser parte de los terroristas", dijo Sami al-Assi, un líder tribal local, tamborileando con los dedos contra podio para dar más énfasis y sus colegas asentían en señal de aprobación.
"Todo lo que hacéis es venir a nuestro área y arrestar a la policía y a los soldados", dijo Ruhan Sayyid, el presidente de la reunión. "¿Cómo se espera que peleen contra los insurgentes si los tratáis así?"
Hutson, ocupando el lugar de Gray tras la partida de este, advirtió: "Si recibo un informe de que un agente de policía está haciendo mal su trabajo, que está actuando como si fuera un insurgente, lo haré arrestar".
Gray y Hutson dijeron que habían pensando a traer a Hawijah un batallón del ejército iraquí desde Kirkuk, donde las fuerzas de seguridad están compuestas en su mayor parte por kurdos. La medida, reconocieron, sería considerado como una grave provocación por una población que ya está furiosa con el objetivo kurdo de hacerse con más territorio para colocarlo bajo el control de la región semiautónoma en el norte.
"Sería un desastre", dijo Sekran, el oficial ejecutivo del batallón del ejército iraquí. "La población reaccionaría con violencia, y estallaría una guerra civil".
Otros oficiales norteamericanos dijeron que lo mejor sería retirar todas las tropas extranjeras y dejar la seguridad de la ciudad en manos de las fuerzas de seguridad locales. "A veces creo que sólo les damos un blanco contra el que disparar. Pero si nos vamos, eso podría terminar", dijo Tapalman. "Pero entonces ellos estarían a cargo de todo".
La cuerda estaba conectada a un viejo proyectil de artillería ruso, medio enterrado en la berma de barro y manipulado para ser activado por un fuerte tirón. Hoover siguió la cuerda durante algo más de medio kilómetro sobre un campo arado, cruzó otra carretera y atravesó un canal, hasta que dio con cuatro agentes de la policía de la infraestructura iraquí que se suponía que estaban custodiando un oleoducto. Dijeron que no sabían nada sobre la cuerda.
"Aquí hay dos tipos de iraquíes, los que nos ayudan y los que nos disparan, y hay un montón de ellos que hacen las dos cosas", dijo Hoover, 26, de Newark, Ohio. "¿Que si es frustrante? Sí, es frustrante. Pero no podemos dejar de trabajar con ellos".
El incidente es una ventada sobre los tibios resultados de las campañas estadounidenses de adiestramiento de las tropas iraquíes. Soldados americanos que tratan de dominar a la inquieta ciudad norteña de Hawijah han logrado lo que parece imposible en muchos enclaves sunníes: formar una fuerza de seguridad con voluntarios de la localidad. Más de 1500 soldados y dos mil agentes de policía iraquíes patrullan el área, prácticamente todos ellos de la ciudad y los pastorales villorrios que la rodean.
Pero en una ciudad donde la población local es hostil a la presencia americana en Iraq, los soldados estadounidenses han adquirido una profunda desconfianza de sus contrapartes iraquíes después de un montón de incidentes que sugieren que las tropas que están adiestrando, están colaborando con sus enemigos.
En noviembre, el más importantes comandante local del ejército iraquí de aquí fue enviado a la prisión de Abu Ghraib acusado de informar a los insurgentes sobre las rutas de los convoyes americanos, dijo el teniente coronel Marc Hutson, comandante de un batallón del Destacamento de Combate de la Primera Brigada de la 101 División Aerotransportada. El jefe de policía de la ciudad también fue despedido y brevemente arrestado en enero por negarse a perseguir a los grupos armados.
Antes este mes un equipo de tiradores norteamericanos capturaron a catorce policías colocando bombas improvisadas en un pueblo cercano a Riyadh. Más de sesenta policías más aparecen en una lista de sospechosos de colaborar con los rebeldes, de acuerdo a policías militares estadounidenses que los adiestran. Y la semana pasada estalló un furioso incendio en un oleoducto atacado a 150 metros de un puesto de control de la policía iraquí, que cubrió el cielo de una manta de humo negro.
Una ciudad de unos 40 mil habitantes, Hawijah se acurruca entre los verdes pastizales que crecen a ambos lados del río Zab, a unos 280 kilómetros al norte de Bagdad. Sus calles están picadas de cráteres dejados por bombas improvisadas y cercadas por canales de verdes y fétidas aguas residuales. Las pintadas en las paredes y aceras saludan las proezas del grupo conocido como los Héroes de Hawijah, los rebeldes locales cuyos ataques filmados en video contra tropas estadounidenses son éxitos de venta en los mercados de la ciudad.
Sus residentes, casi todos ellos sunníes, estaban antes en todas partes en los escalones superiores del ejército de Saddam Hussein y del Partido Baaz. Pero se sienten frustrados por el decline de su estatus desde la invasión estadounidense que sacó a Hussein del poder, especialmente en comparación con los kurdos étnicos que ahora dominan la política en la capital provincial, Kirkuk. Los comandantes americanos calculan el desempleo aquí en casi del 90 por ciento.
La ira y el malestar han provocado una implacable resistencia formada en su mayor parte por iraquíes -se han capturado pocos combatientes extranjeros aquí-, que han infligido a las tropas americanas su buena dosis de violencia.
Han muerto once soldados desde que llegara el Destacamento de Combate de la Primera Brigada hace seis meses para patrullar la región de Kirkuk. Diez estaban asignados al batallón estacionado en Hawijah. Al menos 64 soldados del batallón han sido heridos, casi uno de diez de los estacionados aquí. Y el convoy de Hutson, el comandante del batallón, ha sido atacado diez veces con bombas improvisadas, seis veces contra su propio todoterrenos, una cifra extraordinaria para un oficial de alto rango.
"En algunos lugares ocultan el hecho de que no les gustas. Aquí, no", dice Hutson, que visita su consultorio médico en la base periódicamente para una inyección de Toradol para aliviar un hombre lesionado cuando su vehículo se volteó durante uno de esos ataques.
Los comandantes estadounidenses han mantenido siempre que el fortalecimiento de la policía y ejército iraquíes es la clave de la seguridad del país y de la eventual retirada de tropas americanas. El funcionamiento de las tropas estacionadas en Hawijah ha aumentado en los últimos meses hasta el punto de que ocasionalmente realizan operaciones para enfrentarse a los insurgentes y ya no huyen de las balaceras como hacían en el pasado, dicen oficiales estadounidenses que los adiestran. La mejor prueba, sigue el argumento, es que ahora los insurgentes apuntan sus armas contra otros iraquíes.
"Suena extraño, pero en los últimos tiempos han muerto más policías, lo que quiere decir que algunos de ellos están haciendo mejor su trabajo", dijo un oficial norteamericano.
Pero los esfuerzos por pasar más responsabilidad a las fuerzas iraquíes están envueltos en dudas sobre su lealtad.
"Es como el departamento de policía de Chicago de los años veinte: están tan infestado de mafiosos que incluso los buenos son corruptos, en el sentido de que no quieren morir", dijo el sargento de segunda clase Ryan Horton, 28, un policía militar de Dallas que trabaja estrechamente con la policía iraquí. "Todos viven en la comunidad con los terroristas, con sus familias. Y tienen mucho, mucho miedo".
Horton dice que informa a los oficiales iraquíes de las misiones apenas minutos antes, y nunca les dice dónde irán exactamente, para impedir que los delaten a los insurgentes. "Los he visto reír cuando volvemos con un vehículo destrozado por una bomba", dice. "Los he visto estar parados a 15 metros y no hacer más que mirar cuando estamos enmedio de una balacera".
Sorbiendo un dulce té en una sucia comisaría de policía en el centro de Hawijah la semana pasada, el comandante de la comisaría, el mayor Ghazey Ahmed Khalif, aseguró a Horton y su destacamento que ese día las cosas estaban tranquilas en la ciudad. Pero cuando Horton pidió a algunos agentes iraquíes que lo acompañaran a dar una vuelta por la ciudad, Khalif susurró discretamente algo en el oído del traductor.
"De repente se acordó de que había recibido un dato sobre una bomba", dice Horton. "Si nosotros no le hubiésemos pedido a los tipos que vinieran con nosotros, poniéndolos en peligro, no nos habría dicho nada sobre el atentado".
Los soldados que trabajan aquí con el ejército iraquí informan sobre problemas similares. Los soldados iraquíes han sido reprendidos por vender municiones del gobierno en los mercados locales de armas y por empeñar sus botas, presentándose al servicio con pantuflas de cuero.
Antes de salir a patrullar la carretera buscando bombas la semana pasada, una unidad iraquí que acompañaba a los soldados estadounidenses se negó a subir a todoterrenos americanos, que proporcionan mucho mejor protección contra ataques con bomba que las camionetas no blindadas utilizadas normalmente por las fuerzas iraquíes.
Sacudiendo su cabeza y mirando el suelo, el sargento Ghazi Esa Muhammad, 25, explicó que un clérigo local había dicho que los iraquíes que murieran en "vehículos de los invasores" no irían al cielo.
"Di a tu gente que si se niegan a subir al todoterrenos, los mandaré a la cárcel por diez días. No hay alternativas", dijo el teniente Aaron Tapalman, 23, el jefe de la patrulla.
"Quieren estar en posición de decir que no están asociados con nosotros", dijo Tapalman, después de que el sargento iraquí cedió y ordenó a sus hombres subir al vehículo.
Cerca de una hora después, la patrulla vio una bolsa blanca a orilla de la calle y Tapalman sospechó que podría ser una bomba. Cuando le pidió a los soldados iraquíes que la empujaran hacia fuera, el comandante se negó a hacerlo, diciendo que no era su trabajo.
"Tu trabajo es proteger a la gente", dijo Tapalman, cada vez más exasperado. "Yo puedo sacar esa bolsa yo mismo y, sabes, lo voy a hacer, pero no creas que tu gente no debiera verte haciendo este tipo de cosas. Algún día ya no estarás aquí".
El soldado iraquí se volvió a negar, se disculpó nuevamente y se marchó.
Aunque dicen que sus tropas están mejorando, los comandantes iraquíes reconocen que la lealtad de sus hombres ha menudo, en el mejor de los casos, es doble.
"Los soldados rechazan la ocupación", dice el teniente coronel Abdul Rahman Sekran, 42, oficial ejecutivo del Primer Batallón de la Cuarta División del Ejército iraquí. Ubicado justo al este de Hawijah, el recinto rodeado de huertos pertenecían a un primo de Hussein, Ali Hassan al-Majeed, apodado ‘Alí el Químico’, por ordenar el ataque con gas que mató a miles de kurdos en los años ochenta.
"Recuerda", dijo Sekran cuando le pregunté sobre las acusaciones de que algunos de sus hombres minaban los esfuerzos para mejorar la seguridad, "que hay otra organización en la calle, los terroristas, que les dan información falsa".
La mala voluntad corre en las dos direcciones. Después de que fuerzas estadounidense detuvieran a algunos policías hace algunas semanas, otros agentes colgaron un enorme lienzo blanco junto a un transitado puente en el centro. Escrito en árabe y en inglés, el texto inglés decía: "La policía de Al-Hawijah rechaza acompañar a las tropas de la coalición a las patrullas mutuas en Al-Hawijah porque la policía existe para proteger a la gente y no a los soldados de la coalición".
Dirigentes políticos locales también han obstaculizado los llamados americanos a la colaboración para mejorar la situación de seguridad. Representantes del área de Hawijah organizaron hace poco un boicot del consejo provincial de Kirkuk.
Dirigiéndose a una sala llena de alcaldes y miembros del consejo la semana pasada, el coronel David R. Gray, comandante del Destacamento de Combate de la Primera Brigada, anunció que había accedido a financiar 15 proyectos de reconstrucción por un valor de casi tres millones de dólares. Pero crear un ambiente seguro para poder llevarlos a cabo, dijo, era en parte responsabilidad de los residentes.
"Muchos de ustedes me han dicho que los ataques son el trabajo de extranjeros", dijo Gray, 48, de Herscher, Illinois. "Señores, mi conclusión es que el problema no son los extranjeros, sino gente de vuestras propias tribus. Y si el problema se encuentra dentro de vuestras propias tribus, la solución reside en todos los que estáis en esta sala".
El coronel se retiró rápidamente para otro encuentro y la sala estalló de ira.
"Siempre se acusa a los árabes de ser parte de los terroristas", dijo Sami al-Assi, un líder tribal local, tamborileando con los dedos contra podio para dar más énfasis y sus colegas asentían en señal de aprobación.
"Todo lo que hacéis es venir a nuestro área y arrestar a la policía y a los soldados", dijo Ruhan Sayyid, el presidente de la reunión. "¿Cómo se espera que peleen contra los insurgentes si los tratáis así?"
Hutson, ocupando el lugar de Gray tras la partida de este, advirtió: "Si recibo un informe de que un agente de policía está haciendo mal su trabajo, que está actuando como si fuera un insurgente, lo haré arrestar".
Gray y Hutson dijeron que habían pensando a traer a Hawijah un batallón del ejército iraquí desde Kirkuk, donde las fuerzas de seguridad están compuestas en su mayor parte por kurdos. La medida, reconocieron, sería considerado como una grave provocación por una población que ya está furiosa con el objetivo kurdo de hacerse con más territorio para colocarlo bajo el control de la región semiautónoma en el norte.
"Sería un desastre", dijo Sekran, el oficial ejecutivo del batallón del ejército iraquí. "La población reaccionaría con violencia, y estallaría una guerra civil".
Otros oficiales norteamericanos dijeron que lo mejor sería retirar todas las tropas extranjeras y dejar la seguridad de la ciudad en manos de las fuerzas de seguridad locales. "A veces creo que sólo les damos un blanco contra el que disparar. Pero si nos vamos, eso podría terminar", dijo Tapalman. "Pero entonces ellos estarían a cargo de todo".
29 de abril de 2006
©washington post
©traducción mQh
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