dándose por aludidos
[Ann Scott Tyson] En una ciudad iraquí, las tropas estadounidenses sienten la presión. Vecinos achacan los atentados a la presencia de tropas.
Hit, Iraq. El teniente coronel Thomas Graves no esperaba tener problemas cuando su convoy se arrastraba por esta asediada ciudad junto al río Eúfrates un mediodía hace poco, hacia la misión de vigilar las mezquitas durante las oraciones de los viernes.
Funcionarios locales habían asegurado a Graves, el oficial americano de más alto rango en la zona, que Hit atravesaba "por un período de paz y tranquilidad", dijo, poco antes de salir del campamento.
Pero justo cuando Graves llegaba al límite de la ciudad, la carretera junto al primer vehículo blindado del convoy estalló en una nube de polvo y escombros. Un rebelde oculto en un palmar cercano había hecho detonar dos proyectiles de artillería enterrados en el lugar. El coronel se salvó por poco.
"¡Bienvenido a Hit! Es una pequeña y pacífica ciudad", le dijo Graves a la periodista que viajaba con él.
Así son las cosas en la provincia de Anbar, al occidente de Iraq, un centro de la resistencia sunní. En Hit, las fuerzas estadounidenses y sus contrapartes iraquíes son el blanco de la mayoría de las dos docenas de ataques -bombas improvisadas, disparos y fuego de morteros- que hay a la semana. Los vecinos discurren rápidamente que la presencia americana provoca esos ataques y culpan a los militares estadounidenses, antes que a los rebeldes, de convertir su ciudad en una zona de combate. Los estadounidenses deberían marcharse, dicen, y dejarlos resolver sus propios problemas.
Cada vez más los militares estadounidenses parecen ansiosos de hacerles el favor.
Aunque los jefes militares estadounidenses han indicado que las tropas deberán seguir en Anbar por un período más largo que en otras partes de Iraq, ya han empezado a reducir los niveles de fuerzas en ciudades más pequeñas de menor valor estratégico a lo largo del Eúfrates. En Hit, el batallón de ejército de Graves remplazó al contingente mucho más grande de marines; las tropas estadounidenses han empezado hace poco a dejar otras regiones al oeste de Anbar para reforzar Bagdad.
"Queremos hacer lo mismo. Quiero volver a mi casa y estar con mi mujer", dijo Graves, de Killeen, Tejas, a los oficiales en Hit cuando su unidad, el Primer Batallón del Regimiento de Infantería 36, de la Primera División de Blindados, llegó aquí en febrero. El objetivo, dijo Graves, es que las fuerzas estadounidenses dejen Hit en buen orden y patrullen solamente la principal autopista que atraviesa la ciudad.
Otro oficial estadounidense lo dijo más francamente: "Aquí no nos quiere nadie, así que ¿para qué estamos? Esa es la gran pregunta", dijo el mayor Brent E. Lilly. Lilly dirige el equipo de asuntos civiles de los marines que ha desembolsado muchos miles de dólares para pagar reclamos por perjuicios y proyectos en Hit, pero todavía es atacado casi todos los días. "Si nos vamos, los ataques pararían".
Retroceso
A 56 kilómetros río arriba de Ramadi, la capital de Anbar, Hit es una antigua ciudad conocida por sus depósitos de alquitrán y su población relativamente educada. Pero más de dos años de guerra han empujado a la ciudad de 40 mil habitantes de vuelta a la era pre-industrial.
Todos los sistemas telefónicos de Hit han sido destruidos. La guerra ha cerrado las industrias, así que al menos el 50 por ciento de la gente está sin trabajo y un cuarto de la población vive en la miseria. Los bancos de la ciudad no tienen dinero. El combustible es escaso, y la mayor parte del que está disponible es vendido por los rebeldes a precios de mercado negro, de acuerdo a oficiales estadounidenses e iraquíes. La policía se desbandó hace más de un año y Hit todavía no tiene agentes que hagan el trabajo, aunque hay una nueva fuerza en adiestramiento.
Las condiciones en la ciudad son tan malas que hace poco el alcalde de Hit pidió a los militares estadounidenses que lo enviaran a la cárcel de Abu Ghraib -"sólo por el verano", le dijo a un oficial norteamericano, que habló a condición de preservar el anonimato debido a lo delicado del tema. "Allá tienes aire acondicionado, tres comidas al día, partidas de fútbol. Abu Ghraib es un lugar bonito", dijo el alcalde, de acuerdo al oficial estadounidense.
Los vecinos se quejan amargamente de los controles policiales y toques de queda, incluso aunque su propósito sea prevenir atentados. Desde 2003, siete unidades militares norteamericanas diferentes han entrado a Hit en misiones de asalto. Calles importantes son interrumpidas durante meses, dejando algunas zonas deshabitadas, excepto por jaurías de perros callejeros. El puente de Hit sobre el río Eúfrates está cerrado para vehículos no militares, obligando a los habitantes a cruzarlo a pie o en carretas de madera.
Una tarde reciente, el teniente primero Joshua Buchanan salió de un puesto de avanzada norteamericano entre las ruinas de barro que dan al puente de Hit. La ribera del río abajo -en el pasado llena de restaurantes marítimos, tiendas y casas- está ahora prácticamente abandonada, y muchos de sus edificios han sido destruidos. El terreno está cubierto por una gruesa capa de polvo creada por los tanques y vehículos de combate norteamericanos.
Los transeúntes pasaban a cuentagotas por el puente cuando Buchanan dirigía a su patrulla hacia la zona del mercado de Hit. Los residentes miraban inexpresivos, respondiendo sólo cuando se los saludaba en árabe. "Tratas de construir una relación silenciosa", dijo Buchanan, 27, antiguo profesor de historia en Great Falls, Virginia. "Sabes que nunca vamos a ser buenos amigos".
Interrogados sobre Hit, los vendedores del mercado dieron libre curso a su frustración con los militares norteamericanos. "El problema son los americanos. Sólo traen problemas", dijo el vendedor de melones Sefuab Ganiydum, 35. "El cierre del puente, el toque de queda, el hospital. Sería mejor que las tropas estadounidenses se marcharan de la ciudad", dijo. Mujeres embarazadas y otros pacientes deben cruzar el puente en carretas de madera para ir al hospital, se quejó. Por la noche, muchos tienen miedo de que se les disparen si cruzan el puente.
"Hasta a los muertos hay que llevarlos en carretilla", agregó Mohammed Hussein, 30, en su puesto de pepinos.
Akram Mushaan, 45, dijo que la guerra había perjudicado los negocios, ya que había menos clientes y muchos no podían pagar. Antes que dejar que sus melones se pudran, los regala, dijo, hojeando un libro lleno de pagarés.
"¿Qué hicimos para merecer todas estas penurias?", preguntó Ramsey Abdullah Hindi, 60, sentado frente a su salón de té. Haciendo caso omiso de los soldados norteamericanos junto a él, dijo que los iraquíes tenían razón de atacarlos. "Tienen el derecho a pelear contra los norteamericanos debido a su religión y malos tratos. Pelearemos hasta el último hombre", dijo, sombrío.
Buchanan siguió avanzando, demasiado familiarizado con los refunfuños. "Todo es culpa nuestra. Lo entiendo", dijo.
Corrupción Descarada
Los funcionarios del ayuntamiento también se muestran implacables sobre la retirada de las tropas estadounidenses. Pero muchos -corruptos y protegidos por sospechosos lazos con los rebeldes- están usando sus posiciones para hacerse con dinero americano tanto como puedan, dicen oficiales estadounidenses.
"El ayuntamiento sobrevive porque trabajan en problemas que afectan a todo el mundo, como el agua. Los rebeldes también necesitan agua", explicó Lilly, un reservista de la marina y analista financiero en Detroit. "Si quiero decir algo a los rebeldes, simplemente se lo digo al ayuntamiento. Sé que recibirán el recado".
En una sala de clases abandonada bordeada de polvorientos libros y maniquíes de yeso de órganos del cuerpo, Lilly se sienta a la cabecera de una mesa y revisa una pila de proyectos de reconstrucción mientras es observado por los funcionarios de Hit.
"No vamos a comprar ambulancias porque no hay un sistema telefónico. Nadie puede llamar", dijo. "No vamos a reparar la gasolinera, porque tenía un alijo de armas". Luego regañó al director de aguas de Hit, Usama Abdul Rahman Jameel, por tratar de conseguir cuatro mil dólares para un proyecto de dos mil.
"Es mi día con suerte", replicó Jameel, sarcástico.
"Es corrupto, pero al menos lo dice abiertamente", dijo Lilly más tarde sobre Jameel. "Es de los que te dice derechamente que te va a sacar todo el dinero que pueda'".
Poco después de que se marcharan los funcionarios del ayuntamiento, un proyectil de mortero impactó el recinto de Lilly. Se puso su chaleco antibalas, cogió su rifle y corrió al tejado. Lilly, que habla árabe y es musulmán, y es conocido en Hit como ‘Abdul Rahman', se desconcierta por la frecuencia con que es atacado. "¡Yo soy el tipo que está haciendo las cosas buenas y me disparan todo el tiempo!", dijo más tarde en su oficina, ignorando los estallidos de morteros. "En esta ciudad no hay nadie pro-americano. O nos toleran o nos odian".
En un intento por ganarse la cooperación de la población, Graves ha recurrido a tácticas más suaves. Los allanamientos son todavía frecuentes -Graves ha enviado a 130 hombres de Hit a la cárcel-, pero sus soldados evitan el uso de granadas aturdidoras después de que un funcionario del ayuntamiento se quejara de que así no podía hacer el amor con su mujer en las noches.
Lilly y otros oficiales estadounidenses dijeron que estaban cada vez más convencidos de que las fuerzas norteamericanas podrían retirarse a las afueras de la ciudad con pocas consecuencias militares, incluso dejando en Hit un gobierno local rudimentario y una fuerza de seguridad iraquí. Aunque el contingente del ejército iraquí en Hit se ha reducido a unos 400 hombres, el 60 por ciento de su fuerza, agentes de policía reclutados en tribus periféricas están siendo adiestrados.
"Si nos marchamos, la ciudad estará mucho mejor y la reconstruirán mejor", dijo Lilly.
Retirar las fuerzas estadounidenses también significaría reabrir el puente de Ht al tráfico civil. Las tropas americanas han ocupado el puente por más de un año desde que los rebeldes lo atacaran con un coche bomba. "Realmente no ganamos nada con él", dijo el mayor Michael Fadden, de Dayton, Ohio, el oficial de operaciones del batallón.
Otro oficial norteamericano agregó: "¡Si los insurgentes quieren volar el puente, que lo hagan, maldita sea!"
Funcionarios locales habían asegurado a Graves, el oficial americano de más alto rango en la zona, que Hit atravesaba "por un período de paz y tranquilidad", dijo, poco antes de salir del campamento.
Pero justo cuando Graves llegaba al límite de la ciudad, la carretera junto al primer vehículo blindado del convoy estalló en una nube de polvo y escombros. Un rebelde oculto en un palmar cercano había hecho detonar dos proyectiles de artillería enterrados en el lugar. El coronel se salvó por poco.
"¡Bienvenido a Hit! Es una pequeña y pacífica ciudad", le dijo Graves a la periodista que viajaba con él.
Así son las cosas en la provincia de Anbar, al occidente de Iraq, un centro de la resistencia sunní. En Hit, las fuerzas estadounidenses y sus contrapartes iraquíes son el blanco de la mayoría de las dos docenas de ataques -bombas improvisadas, disparos y fuego de morteros- que hay a la semana. Los vecinos discurren rápidamente que la presencia americana provoca esos ataques y culpan a los militares estadounidenses, antes que a los rebeldes, de convertir su ciudad en una zona de combate. Los estadounidenses deberían marcharse, dicen, y dejarlos resolver sus propios problemas.
Cada vez más los militares estadounidenses parecen ansiosos de hacerles el favor.
Aunque los jefes militares estadounidenses han indicado que las tropas deberán seguir en Anbar por un período más largo que en otras partes de Iraq, ya han empezado a reducir los niveles de fuerzas en ciudades más pequeñas de menor valor estratégico a lo largo del Eúfrates. En Hit, el batallón de ejército de Graves remplazó al contingente mucho más grande de marines; las tropas estadounidenses han empezado hace poco a dejar otras regiones al oeste de Anbar para reforzar Bagdad.
"Queremos hacer lo mismo. Quiero volver a mi casa y estar con mi mujer", dijo Graves, de Killeen, Tejas, a los oficiales en Hit cuando su unidad, el Primer Batallón del Regimiento de Infantería 36, de la Primera División de Blindados, llegó aquí en febrero. El objetivo, dijo Graves, es que las fuerzas estadounidenses dejen Hit en buen orden y patrullen solamente la principal autopista que atraviesa la ciudad.
Otro oficial estadounidense lo dijo más francamente: "Aquí no nos quiere nadie, así que ¿para qué estamos? Esa es la gran pregunta", dijo el mayor Brent E. Lilly. Lilly dirige el equipo de asuntos civiles de los marines que ha desembolsado muchos miles de dólares para pagar reclamos por perjuicios y proyectos en Hit, pero todavía es atacado casi todos los días. "Si nos vamos, los ataques pararían".
Retroceso
A 56 kilómetros río arriba de Ramadi, la capital de Anbar, Hit es una antigua ciudad conocida por sus depósitos de alquitrán y su población relativamente educada. Pero más de dos años de guerra han empujado a la ciudad de 40 mil habitantes de vuelta a la era pre-industrial.
Todos los sistemas telefónicos de Hit han sido destruidos. La guerra ha cerrado las industrias, así que al menos el 50 por ciento de la gente está sin trabajo y un cuarto de la población vive en la miseria. Los bancos de la ciudad no tienen dinero. El combustible es escaso, y la mayor parte del que está disponible es vendido por los rebeldes a precios de mercado negro, de acuerdo a oficiales estadounidenses e iraquíes. La policía se desbandó hace más de un año y Hit todavía no tiene agentes que hagan el trabajo, aunque hay una nueva fuerza en adiestramiento.
Las condiciones en la ciudad son tan malas que hace poco el alcalde de Hit pidió a los militares estadounidenses que lo enviaran a la cárcel de Abu Ghraib -"sólo por el verano", le dijo a un oficial norteamericano, que habló a condición de preservar el anonimato debido a lo delicado del tema. "Allá tienes aire acondicionado, tres comidas al día, partidas de fútbol. Abu Ghraib es un lugar bonito", dijo el alcalde, de acuerdo al oficial estadounidense.
Los vecinos se quejan amargamente de los controles policiales y toques de queda, incluso aunque su propósito sea prevenir atentados. Desde 2003, siete unidades militares norteamericanas diferentes han entrado a Hit en misiones de asalto. Calles importantes son interrumpidas durante meses, dejando algunas zonas deshabitadas, excepto por jaurías de perros callejeros. El puente de Hit sobre el río Eúfrates está cerrado para vehículos no militares, obligando a los habitantes a cruzarlo a pie o en carretas de madera.
Una tarde reciente, el teniente primero Joshua Buchanan salió de un puesto de avanzada norteamericano entre las ruinas de barro que dan al puente de Hit. La ribera del río abajo -en el pasado llena de restaurantes marítimos, tiendas y casas- está ahora prácticamente abandonada, y muchos de sus edificios han sido destruidos. El terreno está cubierto por una gruesa capa de polvo creada por los tanques y vehículos de combate norteamericanos.
Los transeúntes pasaban a cuentagotas por el puente cuando Buchanan dirigía a su patrulla hacia la zona del mercado de Hit. Los residentes miraban inexpresivos, respondiendo sólo cuando se los saludaba en árabe. "Tratas de construir una relación silenciosa", dijo Buchanan, 27, antiguo profesor de historia en Great Falls, Virginia. "Sabes que nunca vamos a ser buenos amigos".
Interrogados sobre Hit, los vendedores del mercado dieron libre curso a su frustración con los militares norteamericanos. "El problema son los americanos. Sólo traen problemas", dijo el vendedor de melones Sefuab Ganiydum, 35. "El cierre del puente, el toque de queda, el hospital. Sería mejor que las tropas estadounidenses se marcharan de la ciudad", dijo. Mujeres embarazadas y otros pacientes deben cruzar el puente en carretas de madera para ir al hospital, se quejó. Por la noche, muchos tienen miedo de que se les disparen si cruzan el puente.
"Hasta a los muertos hay que llevarlos en carretilla", agregó Mohammed Hussein, 30, en su puesto de pepinos.
Akram Mushaan, 45, dijo que la guerra había perjudicado los negocios, ya que había menos clientes y muchos no podían pagar. Antes que dejar que sus melones se pudran, los regala, dijo, hojeando un libro lleno de pagarés.
"¿Qué hicimos para merecer todas estas penurias?", preguntó Ramsey Abdullah Hindi, 60, sentado frente a su salón de té. Haciendo caso omiso de los soldados norteamericanos junto a él, dijo que los iraquíes tenían razón de atacarlos. "Tienen el derecho a pelear contra los norteamericanos debido a su religión y malos tratos. Pelearemos hasta el último hombre", dijo, sombrío.
Buchanan siguió avanzando, demasiado familiarizado con los refunfuños. "Todo es culpa nuestra. Lo entiendo", dijo.
Corrupción Descarada
Los funcionarios del ayuntamiento también se muestran implacables sobre la retirada de las tropas estadounidenses. Pero muchos -corruptos y protegidos por sospechosos lazos con los rebeldes- están usando sus posiciones para hacerse con dinero americano tanto como puedan, dicen oficiales estadounidenses.
"El ayuntamiento sobrevive porque trabajan en problemas que afectan a todo el mundo, como el agua. Los rebeldes también necesitan agua", explicó Lilly, un reservista de la marina y analista financiero en Detroit. "Si quiero decir algo a los rebeldes, simplemente se lo digo al ayuntamiento. Sé que recibirán el recado".
En una sala de clases abandonada bordeada de polvorientos libros y maniquíes de yeso de órganos del cuerpo, Lilly se sienta a la cabecera de una mesa y revisa una pila de proyectos de reconstrucción mientras es observado por los funcionarios de Hit.
"No vamos a comprar ambulancias porque no hay un sistema telefónico. Nadie puede llamar", dijo. "No vamos a reparar la gasolinera, porque tenía un alijo de armas". Luego regañó al director de aguas de Hit, Usama Abdul Rahman Jameel, por tratar de conseguir cuatro mil dólares para un proyecto de dos mil.
"Es mi día con suerte", replicó Jameel, sarcástico.
"Es corrupto, pero al menos lo dice abiertamente", dijo Lilly más tarde sobre Jameel. "Es de los que te dice derechamente que te va a sacar todo el dinero que pueda'".
Poco después de que se marcharan los funcionarios del ayuntamiento, un proyectil de mortero impactó el recinto de Lilly. Se puso su chaleco antibalas, cogió su rifle y corrió al tejado. Lilly, que habla árabe y es musulmán, y es conocido en Hit como ‘Abdul Rahman', se desconcierta por la frecuencia con que es atacado. "¡Yo soy el tipo que está haciendo las cosas buenas y me disparan todo el tiempo!", dijo más tarde en su oficina, ignorando los estallidos de morteros. "En esta ciudad no hay nadie pro-americano. O nos toleran o nos odian".
En un intento por ganarse la cooperación de la población, Graves ha recurrido a tácticas más suaves. Los allanamientos son todavía frecuentes -Graves ha enviado a 130 hombres de Hit a la cárcel-, pero sus soldados evitan el uso de granadas aturdidoras después de que un funcionario del ayuntamiento se quejara de que así no podía hacer el amor con su mujer en las noches.
Lilly y otros oficiales estadounidenses dijeron que estaban cada vez más convencidos de que las fuerzas norteamericanas podrían retirarse a las afueras de la ciudad con pocas consecuencias militares, incluso dejando en Hit un gobierno local rudimentario y una fuerza de seguridad iraquí. Aunque el contingente del ejército iraquí en Hit se ha reducido a unos 400 hombres, el 60 por ciento de su fuerza, agentes de policía reclutados en tribus periféricas están siendo adiestrados.
"Si nos marchamos, la ciudad estará mucho mejor y la reconstruirán mejor", dijo Lilly.
Retirar las fuerzas estadounidenses también significaría reabrir el puente de Ht al tráfico civil. Las tropas americanas han ocupado el puente por más de un año desde que los rebeldes lo atacaran con un coche bomba. "Realmente no ganamos nada con él", dijo el mayor Michael Fadden, de Dayton, Ohio, el oficial de operaciones del batallón.
Otro oficial norteamericano agregó: "¡Si los insurgentes quieren volar el puente, que lo hagan, maldita sea!"
4 de agosto de 2006
©washington post
©traducción mQh
1 comentario
Yanina -
Yanina
Pd. Antes les mandé un mail pero me rebotó