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la reforma islámica


[Reza Aslan] Osama bin Laden pasará a la historia no solamente como el asesino que declaró la guerra santa a Estados Unidos, sino también como una figura de la Reforma Islámica.
El 6 de julio de 2005, en una exhibición sin precedentes de colaboración entre grupos religiosos, 170 de los más importantes clérigos y académicos musulmanes del mundo se reunieron en Amán, Jordania, para emitir una fatwa conjunta, para denunciar los actos de terrorismo cometidos en nombre del islam.
Este tardío intento de las instituciones religiosas tradicionales de ejercer algún tipo de influencia y autoridad sobre los musulmanes del mundo fue ciertamente uno de los desarrollos más interesantes de lo que se ha convertido en una épica guerra por definir la fe y su práctica por más de mil millones de personas. Nunca antes en la historia del islam representantes de las sectas y facultades de derecho más importantes del mundo se habían reunido como un solo organismo, mucho menos para ponerse de acuerdo sobre temas de interés mutuo.
Sin embargo, lo que hizo tan extraordinaria la declaración de Amán no fue su condena del terrorismo desde el 11 de septiembre de 2001. Declaraciones similares han sido emitidas por innumerables organizaciones musulmanas en todo el mundo, pese a creencias de lo contrario en Occidente. Más bien, fue la inclusión de un edicto tan abarcador recordando a los musulmanes que sólo aquellos que han dedicado sus vidas al estudio de las ciencias islámicas tradicionales -en otras palabras, los clérigos mismos- podían, en primer lugar, emitir una fatwa.
Esta declaración fue un intento deliberado de despojar a los militantes islámicos como Osama bin Laden de su autoproclamada autoridad para hablar a nombre de los 1.3 billones de musulmanes del mundo.
Pero si estos clérigos pensaron que podría ejercer autoridad sobre los militantes, se equivocaron. Al día siguiente, el 7 de julio, cuatro jóvenes musulmanes británicos se hicieron volar, ellos mismos y a 52 pasajeros del metro y un autobús en hora punta. Los terroristas de Londres, como los perpetradores de ataques similares en Madrid, Nueva York, Túnez, Turquía, Casablanca, Riad, Bali, Egipto y, más dramáticamente, Iraq, creían que estaban obedeciendo los llamados de bin Laden a una guerra santa global.
Así, no sorprende que desde el 11 de septiembre de 2001 bin Laden haya adquirido una estatura casi mítica en la imaginación del planeta como el líder incontestable de una red global unificada del terrorismo islámico (llamado más propiamente ‘yihadismo'). En realidad, según el presidente Bush, bin Laden es el Hitler o el Lenin de hoy. Pero en la mente de muchos estudiosos del islam y observadores del mundo musulmán, bin Laden no es solamente un asesino; se ha convertido a sí mismo en una de las principales figuras de lo que ahora muchos llaman la Reforma Islámica.
Obviamente, el término ‘reforma' tiene ciertas inevitables connotaciones cristianas y europeas que simplemente no son aplicables a los complejos conflictos sociopolíticos que asolan gran parte del mundo árabe y musulmán. Y toda comparación entre la gente y sucesos del siglo 16 con los del 21 debe hacerse con la advertencia de que las analogías históricas no son nunca simples y deberían formularse con cautela. Pero hay que recordar que la Reforma Cristiana fue, sobre todo, una disputa sobre quién tenía autoridad para definir la fe: el individuo o la institución. De muchos modos, este mismo debate está teniendo lugar al interior del islam, con consecuencias igualmente violentas.
Pese a la creencia corriente en Europa y Estados Unidos, el principal objetivo de bin Laden no son ni los cristianos ni los judíos (que son, ambos, llamados por al Qaeda los ‘enemigos distantes'), sino más bien las instituciones clericales tradicionales del islam, junto con esos cientos de millones de musulmanes que no comparten su punto de vista puritano (los ‘enemigos cercanos') y que, como consecuencia, constituyen la inmensa mayoría de las víctimas de al Qaeda.

Obviamente, a diferencia del cristianismo, el islam no ha tenido nunca nada parecido a un ‘Papa musulmán' ni a un ‘Vaticano musulmán'. En el islam, la autoridad religiosa no se centraliza en una sola institución o individuo; más bien, se encuentra dispersa en un montón de instituciones religiosas y escuelas jurídicas cada vez más poderosas.
Esta autoridad, se entiende, es auto-conferida, no ordenada divinamente. Como un rabí judío, el clérigo musulmán es un estudioso, no un sacerdote. Sus opiniones sobre un tema específico son respetadas y obedecidas no porque conlleven la autoridad de Dios, sino porque se supone que la erudición del clérigo le confiere un conocimiento más profundo de lo que quiere Dios para la humanidad. Consecuentemente, durante 1400 años las instituciones religiosas musulmanas han logrado mantener su monopolio de la interpretación religiosa afianzando su monopolio de la enseñanza religiosa.
Este ya no es el caso. El siglo pasado presenció un dramático aumento de la alfabetización y educación en todo el mundo árabe y musulmán, dando a hombres y mujeres musulmanes un acceso sin precedentes a nuevas ideas y fuentes de conocimiento. El resultado ha sido una firme erosión de la autoridad religiosa de las instituciones religiosas tradicionales del islam. Después de todo, los musulmanes ya no necesitan ir a una mezquita para oír la palabra de Dios; pueden vivir el Corán por sí mismos, en sus propias casas, entre sus propios amigos, y, cada vez más, en sus propias lenguas.
Durante el siglo pasado, el Corán se tradujo a más lenguas que en todos los catorce siglos previos. Hasta hace poco, casi el noventa por ciento de los musulmanes del mundo, para los que el árabe no es la lengua natal, dependían de sus líderes religiosos para definir la significación y el mensaje del Corán. Ahora, a medida que más laicos musulmanes, y especialmente mujeres musulmanas, están estudiando el Corán por sí mismos, están cada vez más dejando de lado siglos de interpretaciones religiosas conservadoras, dominadas por los hombres, y a menudo misóginas del islam.
Al arrancar el poder de interpretación de la garra de hierro de las instituciones religiosas, estos individuos no están solamente reinterpretando de manera activa el islam de acuerdo a sus propias y fluctuantes necesidades, sino también dando forma al futuro de su fe, en rápida expansión y profundamente fracturada.
Para ver cómo esta radical ‘individualización' del mundo musulmán está afectando las ideas tradicionales sobre la autoridad religiosa, no se requiere más que visitar la imponente ciudad de El Cairo, la capital cultural del mundo musulmán. Durante más de un milenio, la famosa Universidad de Al-Azhar de El Cairo ha sido el centro de la erudición islámica. Dentro de sus santificadas paredes, generaciones de estudiosos de las escrituras (llamados ulemas) han trabajado para construir un código comprehensivo de conducta, llamada sharia, con el propósito de regular todo aspecto de la vida de los fieles. Hubo una época en que los musulmanes de todo el mundo consultaban a los venerados académicos de Al-Azhar sobre cualquier cosa, desde cómo orar propiamente hasta como disponer de las uñas cortadas. Pero ya no es así.
Hoy, si un musulmán quiere asesoría legal o espiritual, sobre cómo vivir una vida recta, es probable él o ella pase por alto la anticuada erudición de Al-Azhar y favorezca las transmisiones televisadas del inmensamente popular predicador evangélico de la televisión egipcia, que no es un clérigo y que no ha estudiado nunca el islam ni el derecho musulmán en ninguna instancia oficial. Sin embargo, con su programa de televisión semanal, provee de informados consejos sobre asuntos religiosos o jurídicos a decenas de millones de musulmanes de todo el mundo, desde Detroit hasta Jakarta. Amr Khaled ha usurpado completamente el papel reservado tradicionalmente a la clase clerical musulmana.
Y no es el único. Internet -cuyo papel en la Reforma Islámica corre claramente paralelo al de la imprenta en la Reforma Cristiana- hace posible ahora que muchos musulmanes adopten no solamente las opiniones de sus propios líderes religiosos, sino también de un multitud de activistas y clérigos musulmanes que están proponiendo interpretaciones frescas y novedosas del islam.
Hace cincuenta años, si un musulmán de, pongamos por caso, Malasia, quería un pronunciamiento legal sobre un tema en discusión, sólo tenía acceso a la opinión religiosa del clérigo de su vecindario, cuyas palabras, al menos para sus seguidores, era esencialmente la ley. Ahora, ese musulmán puede visitar la inmensa base de datos de fatwa-online.com o islamonline.net, que proporcionan ambas edictos hechos a medida sobre cualquier tópico imaginable. Puede enviar un e-mail a Amr Khaled (amrkhaled.net) o al gran ayatollah Ali al-Sistani de Iraq (sistani.org) o a una gran cantidad de clérigos y no clérigos y estudiosos musulmanes que estarán más que felices en difundir su influencia más allá de sus comunidades locales. Y debido a que no existe una autoridad central en el islam para determinar cuáles opiniones son sensatas y cuáles no, los musulmanes simplemente pueden elegir el edicto que más les convenga.
Bienvenidos a la Reforma Islámica.

Por supuesto, tal como la Reforma Cristiana acomodara múltiples interpretaciones, a menudo contradictorias y a veces desconcertantes del cristianismo, del mismo modo la Reforma Islámica ha creado una cantidad de interpretaciones salvajemente divergentes y concurrentes del islam. Quizás es inevitable que, a medida que la autoridad religiosa pasa de las instituciones a los individuos, haya hombres y mujeres cuyas interpretaciones radicales de la religión se nutran de sus radicales programas sociales y políticos.
Es en este sentido que Osama bin Laden puede ser visto como una de las figuras más influyentes de la Reforma Islámica. De hecho, en algunas generaciones, cuando los historiadores examinen esta tumultuosa época, podrán comparar a bin Laden, no con Lenin o Hitler, sino más bien con los llamados reformadores radicales del cristianismo -hombres como Tomás Muntzer, Jacobo Hutter, Hans Hut o incluso Martín Lutero-, que llevaron el principio del individualismo religioso y el militante anticlericalismo a aterradores límites.
Como sus contrapartes cristianos del siglo 16, bin Laden está sobre todo preocupado de la purificación de su propia religión. Después de todo, al Qaeda es un movimiento puritano cuyos miembros se consideran a sí mismos los únicos verdaderos creyentes, y creen que todos los demás musulmanes son hipócritas, impostores y apóstatas, que deben ser rescatados de su demencia o abandonados a un terrible destino.
Bin Laden ha demostrado que está dispuesto a usar cualquier medio que estime necesario para limpiar el islam de lo que considera su adulteración a manos de la clase clerical tradicional. Mientras sus tácticas son inmorales e inhumanas, su justificación para el uso de la violencia no es tan diferente de la utilizada por reformadores radicales como Martín Lutero, que defendió la masacre de sus opositores protestantes afirmando que "en semejantes guerras, es un acto de amor cristiano estrangular a los enemigos, que roban, incendian y causan todo tipo de daños hasta que son derrotados".
Pero lo que más conecta a bin Laden con los reformadores radicales del siglo 16 es su deliberado intento de hacerse con los poderes reservados tradicionalmente a las autoridades institucionales de su religión. Lutero rechazó el derecho del Papa a ser el único intérprete de las escrituras; bin Laden rechaza el derecho de la clase clerical a ser la única intérprete de la ley islámica.
Es por eso que emite repetidas veces sus propios edictos, pese al hecho de que, como trata de recordar a los musulmanes la declaración de Amán, sólo un clérigo afiliado a una de las facultades de derecho reconocidas del islam tiene la autoridad de emitirlos.
Incluso más sorprendente es la fundamental reinterpretación de bin Laden del concepto islámico de la guerra santa. Lo que se consideraba antes un deber colectivo proseguido solamente bajo la dirección de una autoridad religiosa calificada, en las manos de bin Laden se ha convertido en una obligación violenta y radicalmente individual completamente divorciada de todo poder institucional. En resumen, la visión del islam de bin Laden está desprovista de control institucional, y en ella cualquiera puede emitir un edicto y cualquiera puede declarar una guerra santa.
Es en esta deliberada redefinición de la autoridad religiosa lo que ha hecho a bin Laden tan atractivo para los musulmanes, especialmente en Europa, cuya sensación de alienación social, económica y religiosa de sus propias comunidades los hacen anhelar fuentes alternativas de liderazgo. En sus discursos y escritos, bin Laden instruye a esos musulmanes descontentos no escuchar a sus propios clérigos, a los que considera incapaces de satisfacer sus necesidades. De hecho, afirma que aceptar la dirección de esos takfiri o autoridades religiosas apóstatas (con lo que quiere decir aquellos que desaprueban su interpretación del islam), es "equivalente a adorarlos a ellos antes que a Dios". Luego asume desafiantemente el papel reservado tradicionalmente a clase religiosa del islam de "imponer lo que es correcto y prohibir lo incorrecto".
Es un inteligente truco de manipulación: convencer a los musulmanes de que dejen de obedecer a sus autoridades religiosas, al mismo tiempo que se apropia de sus deberes religiosos tradicionales.
La lucha por definir la fe religiosa, como la conocemos en la historia del cristianismo, puede ser un asunto caótico y violento. Y la Reforma Islámica debe todavía avanzar un poco antes de que pueda ser resuelto. Es demasiado pronto para especular cómo influirá en los años venideros al islam el radical individualismo de bin Laden. Pero es importante observar que la voz de bin Laden es sólo una de entre un coro de voces que claman por definir la Reforma Islámica.
Hay millones de personas que, al apropiarse de la autoridad para interpretar el islam por sí mismos, están formulando nuevas y novedosas interpretaciones de su credo: algunos promueven la paz y la tolerancia, otros fomentan el fanatismo y el puritanismo. Todavía está por verse quién ganará esta guerra para el futuro de la fe musulmana. Pero una vez empezada, es una guerra que no puede ser detenida.

Reza Aslan investiga las religiones y es autor de ‘No god but God: The Origins, Evolution, and Future of Islam' (Random House).

10 de mayo de 2007
10 de septiembre de 2006
©boston globe
©traducción mQh
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