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derechos humanos

vietnam esclaviza a sus drogadictos


Acusan a Vietnam de abusar de drogadictos.
[Thomas Fuller] Bangkok, Tailandia. El gobierno de Vietnam lo llama terapia laboral, un programa para sacar de las calles a los drogadictos e internarlos en centros de rehabilitación, donde procesan anacardos, cosen prendas de ropa, hacen cestas de mimbre -cualquier tipo de trabajo que los ayude a volver a ponerse de pie.
Pero un informe dado a conocer el miércoles por Human Rights Watch dice que la terapia laboral no es otra cosa que trabajo esclavo disfrazado de programa de reinserción social.
Los drogadictos no son pagados o reciben pagas mínimas por su trabajo y son sometidos por medio de golpizas con porras, descargas eléctricas y celdas de aislamiento, dice el informe, que se basó en entrevistas con treinta y cuatro personas que estaban detenidas en el marco del programa. Algunos de los productos hechos en los centros de rehabilitación son exportados a Estados Unidos y Europa.
"Los trabajos forzados y los maltratos físicos no son ocasionales en el tratamiento de la drogodependencia en Vietnam", dice el informe. "En realidad, son centrales en el funcionamiento de los centros."
Vietnam, como otros muchos países en Asia Oriental, utiliza un sistema de administración especial para personas acusadas de ser drogadictos que es independiente de los tribunales penales. Los adictos son enviados, a menudo por la policía misma, a centros de rehabilitación antes que a la cárcel. Al menos, esa es la teoría.
Nguyen Thi Kim Ngan, que, como ministro del Trabajo, Invalidez y Asuntos Sociales supervisa los centros, no respondió un email solicitando su comentario sobre el informe de Human Rights Watch. Pero documentos del gobierno vietnamita de los últimos años han fomentado el sistema como un modo -para los adictos, muchos de ellos heroinómanos- de recuperar la dignidad y aprender el valor del trabajo.
Los campamentos, que tienen sus raíces en el sistema de reeducación introducido por Hanoi después de la caída del gobierno de Vietnam del Sur en 1975, han sido considerados todo un éxito por el gobierno y en los últimos diez años el número de centros de rehabilitación se ha más que duplicado para llegar a 123. A principios de año, el ministerio del Trabajo informó que los centros mantenían a cerca de cuarenta mil personas. El gobierno ha prolongado el tiempo máximo que pueden pasar los adictos en los campamentos -de un año a cuatro.
Human Rights Watch dice que el sistema se ha convertido en una red dedicada al lucro de fábricas de facto. Los centros gozan de exención de impuestos por los bienes que producen y se espera que se financien ellos mismos. El propósito de los centros es hacer dinero, no tratar la drogadicción, dice el informe. La tasa de recaída, observa, está a menudo por encima del ochenta por ciento. El informe cita a un ex detenido que dice que el único intento de rehabilitación era marchar y gritar lemas como "¡Haz todo lo que puedas para dejar las drogas!"
En el mundo generalmente opaco de las fábricas vietnamitas, con capas de contratistas y subcontratistas, algunas compañías extranjeras han descubierto que sus productos han sido fabricados por los detenidos en esos centros.
Un centro producía mosquiteros para la compañía suiza Vestergaard Frandsen. Los detenidos de otro centro cosían forros de chaquetas destinados a Columbia Sportswear, una empresa estadounidense. La implicación del centro fue una "sorpresa para nosotros", dijo en una conferencia telefónica el vicepresidente de asuntos jurídicos y corporativos de Columbia Sportswear, Peter Bragdon.
Bragdon dijo que un contratista había encargado el trabajo al centro de rehabilitación. La compañía ha dejado de trabajar con el contratista, dijo, y está considerando donar las 847 piezas cosidas por los detenidos a alguna obra de caridad. "Para nosotros, todo tipo de trabajo involuntario es inaceptable", dijo Bragdon.
8 de septiembre de 2011
7 de septiembre de 2011
©new york times
cc traducción c. lísperguer

ser negro en la nueva libia


Los inmigrantes negros viven ahora con miedo en Libia. Los rebeldes sospechan que los jóvenes son mercenarios de Gadafi.
[Patrick J. McDonnell] Yanzur, Libia. Se acurrucan debajo de botes en los puertos secos a orillas del Mediterráneo, angustiados ante la perspectiva de que los hombres armados que ahora controlan las calles de la ciudad les confundan con mercenarios del déspota.
"Somos trabajadores, no soldados", dice Godfrey Ogbor, 29, expresando una súplica compartida por cientos de trabajadores subsaharianos atrapados en este improvisado campamento en la costa a veinticinco kilómetros al oeste de Trípoli. "No sabemos nada de política. No tenemos armas."
Pero los nuevos dueños de Trípoli sospechan que muchos de ellos son otra cosa: tropas de choque del vilipendiado régimen, colaboradores que no merecen piedad.
Durante décadas, jóvenes pobres del África subsahariana viajan a Libia para trabajar en la construcción, en hoteles, en la reparación de coches y en otros empleos manuales y en servicios. Pero Muamar Gadafi también reclutó ávidamente a negros pobres, libios y subsaharianos, para sus fuerzas de seguridad. Las manifestaciones del gobierno mostraban a menudo a contingentes de jóvenes negros armados aparentemente locos de alegría agitando la característica bandera verde del presidente. Los rebeldes no lo han olvidado.
Con Gadafi huyendo, la caza de los partidarios del régimen ha convertido a todos los jóvenes negros en sospechosos, que pueden ser detenidos o sufrir un destino todavía peor en las tensas calles donde las decisiones bruscas reemplazan a la justicia.
En estos días, el mundo espera ver qué tipo de gobierno emergerá con los nuevos líderes: uno basado en la tolerancia y la justicia, o en la venganza. La preocupación es particularmente aguda en Europa, donde muchos temen que la violencia contra los negros y otras personas percibidas como partidarias de Gadafi pueda provocar un desesperado nuevo éxodo hacia el otro lado del Mediterráneo.
"He tenido que correr para salvar mi vida", contó Peter Mbanudo, 32, un nigeriano que dijo que trabajaba como pintor de brocha gorda. "Ahora tengo miedo de salir a la calle. Me pueden detener y encerrarme. Me pueden matar."
Muchos inmigrantes subsaharianos -empantanados por el conflicto- viven hacinados en una antigua base militar abandonada, convertida en un campamento de refugiados improvisado en un desolado tramo de la costa. Aunque se les sospecha ahora de ser mercenarios, en el pasado fueron bienvenidos como un remedio contra la crónica escasez de mano de obra en un país rico en petróleo pero con poca población.
La rebelión ha causado que decenas de miles de trabajadores africanos y sus familias huyeran del país, muchas de ellas en lanchas desvencijadas que zozobraron, provocando la muerte de cientos de personas. Muchos de los que se quedaron atrás han pasado de ser considerados trabajadores fiables a sospechosos de formar una quinta columna.
Muchos negros -quizás miles, no se sabe a ciencia cierta- han sido detenidos y encerrados en cárceles improvisadas en la capital y otros lugares. Los jefes rebeldes han instado a sus combatientes a tratar humanamente a los prisioneros, pero en medio del caos los observadores independientes no han logrado tener acceso a los detenidos.
Amnestía Internacional advirtió esta semana sobre las amenazas contra sospechosos de ser partidarios de Gadafi, "en particular libios negros y africanos subsaharianos", los que, dijo la organización, "corren un alto riesgo de ser maltratados por las fuerzas antigubernamentales."
Es habitual que los rebeldes detengan a hombres negros en las calles y en los puestos de control. Más allá del color de la piel, las evidencias contra ellos son a menudo escasas. Hace unos días un rebelde, blandiendo una Kalashnikov, conducía a tres espigados y aterrorizados negros hacia una escuela en Trípoli que ha sido convertida en un centro de detención.
"No tienen trabajo ni familia, así que probablemente trabajan para Gadafi", concluyó con toda tranquilidad el joven rebelde. "Les daremos de comer. No podemos matarlos. Está prohibido."
Espantados, los hombres se han conglomerado en esta antigua base militar que, durante los últimos meses del gobierno de Gadafi, fue una suerte de puerto de zarpe de las lanchas que llevaban emigrantes hacia Europa, especialmente hacia Italia. Pero ahora no hay lanchas zarpando.
Los hombres -de Nigeria, Gambia, Ghana, Mali y otros países- tienen pocos alimentos, carecen de agua potable y no cuentan con instalaciones higiénicas adecuadas. Para hacer sombra en el abrasante calor de África del Norte, han tendido sábanas entre los botes de pesca ociosos. Durante el día, muchos holgazanean por el lugar, descamisados, sin nada que hacer. Tienen miedo de que lleguen a la base, en algún momento, combatientes con ánimos de venganza.
"Para nosotros, Trípoli dejó de ser una ciudad segura", dice Kelly John, 19, que dijo que trabajaba [antes del conflicto] en el mantenimiento de ascensores y ganaba cerca de mil dólares al mes. "Esto era hermoso. Teníamos posibilidades que no tenemos en casa. Podíamos mejorar nuestra situación. Pero ahora esto es una locura, está lleno de armas y bombas."
Los vecinos dicen que hombres armados -no está claro si eran rebeldes- atacaron el campamento y saquearon sus pertenencias, robándoles sus ahorros a punta de pistola. Todos los entrevistados el jueves dijeron que no habían tomado nunca las armas ni contra ni a favor de Gadafi.
"No sabemos quién es gadafista ni quién es rebelde", dijo Zainab Ezukuse, 29, una de las varias mujeres que viven en el campamento. "Sólo sabemos que son libios. No hablamos árabe. Yo no sé nada de política. Somos civiles."
Varios pequeños puestos ofrecen alimentos básicos y jugos embotellados a precios prohibitivos en el campamento, que se ubica a un kilómetro y medio de la carretera que lleva a Trípoli hacia el este, y hacia Zawiya en el oeste. En el día, los hombres se aventuran a salir cautelosamente a la búsqueda de agua. Muchos dicen que tienen diarrea y otras enfermedades. Apenas si saben lo que pasa en el mundo exterior.
"Algunos de nuestros hermanos (amigos) salieron y nunca volvieron", dice Emmersion Abdul Rezak, que dijo que trabajaba en una planta de refrescos. "Creemos que los han detenido. Quizás están muertos."
Durante su vida como base militar, el campamento improvisado estaba pesadamente custodiado, pero en los últimos meses muchas personas de la zona dijeron que el gobierno de Gadafi facilitó la entrada de africanos con la intención de que se marcharan a Europa. Aparentemente consideraba que las multitudes que llegaban a las playas italianas eran una represalia por el bombardeo de Libia de parte de la OTAN.
La base militar era administrada por un operativo de Gadafi llamado Zuhair, de acuerdo a personas familiarizadas con la situación. Cuando los rebeldes se aproximaban a Trípoli, según dijeron, Zuhair fue visto cuando se marchaba en una lancha rápida acompañado por su ayudante y dos guardaespaldas.
A medida que el conflicto se extendía a la capital, dijeron los inmigrantes, la población del campamento creció rápidamente. Muchos subsaharianos vieron a sus colegas siendo atacados como si fueran mercenarios. Tuvieron que huir de la ciudad.
"Para nosotros no había ningún lugar seguro, así que nos vinimos aquí", dice Mbanudo, el pintor de brocha gorda. "Somos trabajadores. No tenemos tiempo para armas. Todo lo que queremos es llegar a algún lugar seguro."
5 de septiembre de 2011
2 de septiembre de 2011
©los angeles times
cc traducción c. lísperguer

londres en llamas


Una batalla campal se desató con la policía durante una protesta por la muerte de un joven en el barrio de Tottenham. Más de 40 personas detenidas, 26 policías y tres civiles heridos fue el saldo de unos disturbios que se parecieron a los choques callejeros en los suburbios londinenses en los ’80.
[Marcelo Justo] Londres, Inglaterra. El barrio de Tottenham tiene la tasa de desempleo más alta de Londres, una composición étnica multicultural y uno de los focos más importantes de bandas juveniles armadas en las últimas tres décadas. Ayer, luego de los peores disturbios en la capital en 25 años, su avenida central, la Tottenham High Road, parecía una imagen de la Segunda Guerra Mundial. El esqueleto carbonizado de un edificio, negocios destrozados, coches dados vuelta, un autobús de doble piso convertido en una masa negra y triturada eran algunos de los rastros de la batalla campal que se desató con la policía durante una protesta por la muerte de Mark Duggan, un residente de la zona de 29 años, taxista y padre de cuatro hijos. Al cierre de esta edición se registraban nuevos enfrentamientos con la policía en Enfield, un barrio vecino a Tottenham.
Más de 40 personas fueron arrestadas, 26 policías y tres civiles resultaron heridos en unos disturbios que recordaron las batallas callejeras en suburbios londinenses durante la década thatcherista del ’80. En un momento de la batahola, que comenzó el sábado alrededor de las 20.20 hora local, los manifestantes rompieron el cerco policial y quisieron tomar la comisaría, arrojándole botellas y ladrillos. En medio del caos, un helicóptero vigilaba la avenida desde el cielo mientras en la avenida un grupo de jóvenes con capuchas y las caras cubiertas por pañuelos prendían fuego a dos patrulleros. A río revuelto aparecieron grupos interesados en el consumo gratis. Testigos presenciales vieron a gente que salía con televisores y guitarras eléctricas de un negocio de Tottenham High Road. La cadena de productos electrónicos Curry fue una de las más codiciadas, pero desde la farmacia Boots hasta Body Shop sufrieron el impacto. Los más organizados llegaban al lugar con carritos del supermercado para cargar todo lo que podían.
El gobierno y la oposición condenaron los hechos, pero entre los vecinos estaban los que lamentaban las pérdidas de negocios y casas y los que exigían que se hiciera justicia en el caso Duggan y se atendieran otros reclamos. El diputado por Tottenham, el laborista David Lammy, y el reverendo Nims Obunge, a cargo de la iglesia local, hicieron ayer un llamamiento conjunto a la calma. Obunge señaló que había que esperar que la IPCC, Comisión Independiente de Quejas contra la Policía, se pronunciara sobre la muerte el jueves de Mark Druggan. Como parte de la Operación Trident, que investiga el creciente uso de armas de fuego de las comunidades africana y caribeña, la policía detuvo ese día el taxi que manejaba Duggan. Según la escueta versión oficial que ha trascendido a los medios, Duggan murió en un intercambio de disparos en el que se le disparó el arma a uno de los efectivos que participaron en el operativo. En el barrio y entre amigos y conocidos de Duggan, había considerable escepticismo sobre esta versión. " Estaba metido en algunas cositas, pero no era alguien agresivo", explicó una mujer de 53 años, amiga suya.
Con los ánimos caldeados, el tiempo es un problema. La investigación de la IPCC llevará cuanto menos varios meses. Si el pasado sirve para predecir el presente, similares disturbios en zonas populares de Londres tuvieron una dinámica de días con una tendencia a la repetición semanas, meses o años más tarde. En Brixton, un barrio del sur de Londres con graves problemas socioeconómicos, la muerte de un joven provocó tres días de disturbios en 1981. Cuatro años más tarde, otra muerte, también achacada a la policía, desencadenó varios días de violencia. Una semana después de este incidente, Tottenham protagonizó un hecho similar. La madre de un detenido de origen jamaiquino murió durante un allanamiento policial y desató un día de batallas campales que tuvo uno de sus momentos más trágicos cuando una muchedumbre armada con machetes y cuchillos mató a un policía, Keith Blackloc.
Es una dinámica que también se ha dado en otros lugares del Reino Unido, como Leeds o Bradford, con similares mezclas de desempleo y problemas étnicos. A esto se añade la crisis actual debido al fuerte programa de ajuste de la coalición conservadora-liberal demócrata. Muchos analistas vienen alertando sobre el peligro que constituye el desmantelamiento de prestaciones sociales municipales y el desfinanciamiento estatal del sector voluntario por el impacto que tiene en la vida de adolescentes y jóvenes que viven al filo de la delincuencia o el nihilismo.
8 de agosto de 2011
©página 12

murió rudolf brazda


Sobrevivió el exterminio de los homosexuales que habían ordenado los nazis, gracias a la protección de un guardia de las SS.
[Kim Willsher] París, Francia. Murió Rudolf Brazda, uno de los últimos sobrevivientes de la persecución de los homosexuales en la Alemania nazi que más tarde describió los tres años que pasó en un campo de concentración como una estadía en el infierno. Tenía 98 años.
Una organización alemana de defensa de los derechos de los homosexuales informó que Brazda falleció el miércoles, pero no entregó otros detalles.
Brazda fue uno de los miles de homosexuales que fueron deportados a campos de exterminio durante la Segunda Guerra Mundial debido a su orientación sexual. Los nazis de Adolfo Hilter veían a los homosexuales como una aberración y una amenaza para la raza aria.
Eran conocidos como los "Triángulos Rosados", debido al color del triángulo de tela que eran obligados a llevar cosidos en su ropa.
"Después de todo lo que he pasado, ahora ya no tengo temores", dijo Brazda en una entrevista con periodistas alemanes hace dos años.

Brazda nació en Meuselwitz, Alemania, en 1913, el último de los ocho hijos de sus padres checos que habían emigrado a Sajonia en el sudeste, cuando su padre trabajaba en las minas de carbón.
De joven, Brazda quería trabajar en una camisería local. Cuando rechazaron su petición como aprendiz, aprendió a techar.
A principios de los años treinta en Alemania, cuando la República de Weimar llegaba a su fin, los actos homosexuales estaban todavía prohibidos por la Ley 175 del Código Penal alemán. Pero reinaba un clima de relativa tolerancia en el que Brazda podía vivir abiertamente como homosexual, reunirse con otros homosexuales y compartir con su pareja en un cuarto que alquilaban a una casera que era Testigo de Jehová.
Cuando los nazis llegaron al poder e implementaron leyes contra la homosexualidad, Brazda, que fue detenido y enviado finalmente a Buchenwald, sabía que la supervivencia en el campo era difícil. Un día, después de responder mal a una pregunta de un guardia SS, este lo atacó, sacándole tres dientes, y ordenó que lo ejecutaran. Pero otro guardia, que estaba encaprichado con Brazda, intervino para convencer a sus superiores de que Brazda era un trabajador que necesitaban y se conformaron con una reprimenda.
"Murieron otros, pero yo sobreviví", diría más tarde, recordando el horror en los campos.

Cuando el régimen nazi colapsó y los guardias SS enviaron a los prisioneros a largas marchas, que costaron la vida a muchos prisioneros, Brazda sobrevivió porque un guardia lo ocultó y alimentó durante tres semanas. Tropas estadounidenses liberaron el campo el 11 de abril de 1945.
Después de la guerra, Brazda se asentó en Alsacia, Francia, cerca de la frontera franco-germana. Conoció a su pareja, Edi, en 1950, y vivieron juntos hasta la muerte de Edi en 2002.
En 2008, cuando Brazda se enteró de que se erigiría un monumento en Berlín en memoria de las víctimas homosexuales del nazismo, se dio a conocer. En abril de 2011 recibió la Legión de Honor francesa por promover la conciencia sobre la deportación de los homosexuales
Cuando viajó a Alemania para ver sus archivos en Buchenwald, Brazda observó que millones de ellos habían sido destruidos por el régimen nazi.
"Pero nunca fueron capaces de destruirme a mí. No me avergüenzo", dijo. "Hice las paces con mi pasado."
8 de agosto de 2011
5 de agosto de 2011
©los angeles times
cc traducción mQh

otro criminal serbio a la haya


Luz verde para enviar a La Haya a presunto criminal de guerra. Goran Hadzic, líder serbio-croata acusado de asesinatos y deportaciones, fue detenido hoy en Serbia, interrogado y declarado "transferible" al tribunal internacional. Su abogado anunció que no apelará a esa decisión.
Serbia. Goran Hadzic, ex dirigente de los serbios de Croacia durante la guerra de 1991-1995 y detenido este miércoles en Serbia, es "transferible" al Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY) de La Haya, declaró a la prensa su abogado, Toma Fila.
"El interrogatorio ha terminado. Se le ha entregado el acta de acusación (en el tribunal especial serbio para los crímenes de guerra), así como la decisión que indica que se cumplen las condiciones para su envío a La Haya", indicó Fila. El abogado precisó que no apelará la decisión.
Una fuente que asistió a la declaración de Goran Hadzic recordó que éste dispone legalmente de tres días para presentar un recurso. "Probablemente no será extraditado antes de que concluya ese plazo. Será extraditado si no apela", añadió la fuente.
"Se le ha permitido recibir visitas de su familia mañana y pasado mañana (jueves y viernes). Luego, en lo que me concierne a mí y a él, puede partir a La Haya", indicó el abogado Toma Fila.

Asesinatos y Deportaciones
La justicia internacional acusa a Goran Hadzic por su presunta implicación en los asesinatos de cientos de civiles croatas y la deportación de decenas de miles de croatas y de otros no serbios durante la guerra de Croacia (1991-1995).
Goran Hadzic fue, durante la guerra, el efímero "Presidente" de la "República Serbia de Krajina" (1992-1993), que representaba aproximadamente un tercio del territorio de Croacia.
Krajina era un territorio de Croacia poblado por serbios que se declararon independientes después de que los croatas proclamaran en 1991 su independencia de la ex Yugoslavia.
La guerra de Croacia duró hasta 1995 y la "República Serbia de Krajina" fue disuelta.
Entre los crímenes abarcados por la acusación contra Hadzic, resalta el cometido en el campo de Ovcara, cerca de Vukovar, en noviembre de 1991, donde unos 200 prisioneros croatas fueron asesinados tras ser expulsados del hospital.

Compromiso de Serbia
Hadzic era considerado el último acusado por el TPIY que seguía en libertad tras la reciente detención del ex comandante militar serbo-bosnio, Ratko Mladic.
Con su captura, en el pueblo Krusedol, en el norteño monte Fruska Gora, a unos 80 kilómetros de Belgrado, Serbia da otro importante paso de acercamiento a la Unión Europea (UE).
El Presidente serbio, Boris Tadic declaró este miércoles en Belgrado que con la captura de Hadzic "Serbia ha concluido los capítulos más difíciles en la cooperación con el TPIY".
La captura "es nuestra obligación moral, que hemos cumplido por los ciudadanos de Serbia, por las víctimas entre otros pueblos, por la reconciliación y el establecimiento de la credibilidad de todas las sociedades del sureste de Europa", recalcó.
Belgrado espera obtener este año el estatus de candidato a la adhesión a la UE.

Captura en un Bosque
Hadzic llevaba un documento de identidad con nombre falso, según declaró a la prensa Vladimir Vukcevic, fiscal especial serbio de crímenes de guerra y coordinador de un equipo de acción del gobierno encargado de la búsqueda y captura de los acusados por el TPIY.
Según Vuckevic, fue difícil reconocer al acusado, ya que tenía bigotes y barba de unos dos o tres días. Hadzic era conocido por la espesa barba antes de desaparecer en 2004 de su vivienda en Novi Sad (norte de Serbia), horas después de que el TPIY cursara a Serbia la acusación contra él con la petición de que fuese detenido.
Fue capturado en un bosque cuando se reunía con un "contacto" que le entregó dinero. Esa persona también fue detenida, pero su identidad no ha sido revelada.
Hadzic iba armado con una pistola en el momento de captura, aunque no ofreció resistencia.

Red de Apoyo
Vukcevic declaró que Hadzic mantenía contactos con un círculo reducido de personas, entre ellos varios curas de la iglesia ortodoxa e indicó que seguirán las investigaciones para establecer detalles sobre sus ayudantes.
Según el fiscal, un paso crucial en la búsqueda de Hadzic fue un intento de venta de un óleo de gran valor del pintor italiano Amadeo Modigliani, destinado al apoyo financiero al prófugo.
Los preparativos de venta de la pintura fueron detectados por la policía en diciembre durante el registro de la vivienda de un amigo próximo a Hadzic en Novi Sad.
Según Vukcevic, algunos colaboradores de Hadzic le mandaron en los últimos días mensajes clandestinos a través de los medios de comunicación advirtiendo de que se preparaba su captura, por lo que el prófugo aplazó por 24 horas su reunión con el "contacto" en Fruska Gora.
20 de julio de 2011
©la nación

mirando el asesinato de un inocente


La turba, enceguecida en busca de venganza, encontró a un improbable guía que los condujo hacia su oscuro trabajo. Siphiwe, de quince años, chico, de cara redonda y una sonrisa segura, declaró: "Yo sé dónde viven esos ladrones."
[Barry Bearak] Era un adolescente caprichoso, un chico malo que quería ser peor, y esto le daba credibilidad en cuanto a dónde se podían encontrar esos viciosos criminales. Unos hombres lo izaron sobre sus hombros de modo que la multitud, de varios cientos de personas, lo pudiera ver mejor. Entonces un hombre mayor, más entendido en estos asuntos, ordenó que lo bajaran. Era más que probable que estaban a punto de matar a alguien. Nadie debía ser demasiado conspicuo.
Diepsloot, en el extremo norte de Johanesburgo, es un asentamiento de ciento cincuenta mil personas, la mayoría de ellas indigentes. La delincuencia supera incluso a la pobreza como el mal más apremiante, y la noche anterior una pandilla de matones recorrió uno de los enormes campamentos de okupas en una subdivisión llamada Extensión 1. Fueron metódicos, se tomaron su tiempo, fueron astutos en cuanto dónde encontrar pilas de dinero en medio de la miseria, conscientes también de la reluctancia de la policía a entrar en el entramado de chozas -las mokhukhus- donde los estrechos y oscuros senderos pueden convertirse en un peligroso laberinto. Los delincuentes mataron a dos personas, aunque la fábrica de rumores elevó el número de víctimas a once.
Siphiwe mismo dijo que le habían robado. "Me quitaron mi celular", le dijo a los otros. No estaba acostumbrado a sentirse tan importante, y caminó engreído dirigiendo a la turba por la calle Thubelihle. Era casi mediodía un sábado despejado a fines de enero, el corazón del verano sudafricano. El camino rebosaba con la vida de las barriadas: buena música que salía de radios malas, mujeres colgando la ropa lavada en los tendederos, almaceneros espantando moscas regordetas. La gente quería saber las intenciones de la turba, y algunos la siguieron, como quien se une obedientemente a una milicia.
En unas pocas cuadras, el pavimento de Thubelihle se convirtió en un sendero de tierra endurecida y piedras. Una tubería reventada había estado meses sin reparar y el agua que se fugaba había creado una depresión en el suelo, que ahora acarreaba basura y aguas servidas. El hedor era espantoso, pero había aire fresco más adelante, un extenso y pantanoso terreno que separaba a la Extensión 1 del campamento de okupas de la Extensión 2. La turba siguió una ruta undulante a través del terreno y una vez que se detuvo, Siphiwe señaló hacia una choza vacía y un remolque con cerrojo. Pertenecen a los ladrones, dijo, y las estructuras fueron desmontadas rápidamente con algunas herramientas y manos fuertes y luego entregadas al fuego.
La gente celebró el crepitar de las llamas, pero esta pequeña demolición era apenas suficiente para llevar su venganza a un fin catártico. La justicia vigilante no es desconocida en Diepsloot, y la mayoría de las veces implica la rápida captura del presunto ladrón, del delincuente que será golpeado, lapidado, quizás incluso envuelto en un sudario empapado en bencina. Pero esto era algo enteramente diferente. Los vigilantes habían caminado una larga ruta en un día agobiante en la incierta búsqueda de ladrones desconocidos, y todo porque lo había dicho un niño parlanchín.
Finalmente la turba se movió desde las apretujadas callejas del mokhukhus a un claro usado como cancha de fútbol. Empezaron a hablar y varias mujeres de la Extensión 2 comentaron enfadadas sobre la delincuencia: las balaceras y las violaciones y cómo tuvieron que esconder a los niños debajo de la cama. Una dijo que los delincuentes se reunían frente a una pequeña tienda, de esas conocidas como spaza shop. Todo el negocio consistía en dos bolsas de tentempiés de queso Simba, dijo con desdén. "¿Para qué tener una spaza que sólo vende dos bolsas Simba?"
Siphiwe dirigió a la turba a lo largo de los polvorosos senderos entre las chozas al borde de un terreno pantanoso. La tienda estaba cerrada, y aunque no había nadie, en realidad estaba bien abastecida de refrescos, bizcochos, cerveza, artículos de perfumería y parafina. Sin embargo, la turba echó abajo las paredes y Siphiwe hurgó un rato en un cuarto trasero, haciéndose con un par de zapatillas, un buzo Nike y una chaqueta de nylon. La tienda fue incendiada, nuevamente con la bulliciosa aprobación de la multitud, aunque esto tampoco les pareció venganza suficiente contra los ladrones asesinos. ¿Quiénes eran esas personas tan despreciables?
Mientras la turba deambulaba frenética, un inmigrante de veintiséis años, llamado Farai Kujirichita, emergió de uno de esos angostos pasajes que llevan a la cancha. Llevaba una camisa de color lila, cuidadosamente planchada, y estaba hablando por el celular. Para entonces, muchas personas iban y venían; su llegada no fue nada del otro mundo. Y sin embargo algunos hombres de la multitud lo increparon.
"¿Con quién estás hablando?", le preguntaron. "¿A quién le estás avisando?"
Luego le hicieron una pregunta más complicada: "¿De dónde eres?"
Se responsabiliza a los extranjeros, especialmente de Zimbabue, por la mayor parte de la delincuencia en Diepsloot. Farai debe haber decidido que mentir sería más seguro. Dijo que era sudafricano, y respondió en sepedi, una lengua sudafricana. Fue un acto arriesgado. Es fácil identificar las nacionalidades, distinguir los acentos, la manera de vestir, la forma de la cara, la manera de caminar.
Los hombres le arrebataron el teléfono. En la lista de contactos había guardados muchos números y nombres zimbabuanos. La mayoría de la gente no podía oír nada de esta tensa conversación, pero desde la distancia asumieron que finalmente uno de los delincuentes había sido aprehendido.
Empezaron a empujar y a jalar de Farai. Sus captores le ordenaron arrojarse a su tienda en llamas. Los gritos de los que lo querían muerto era más numerosos que los gritos de los pocos que decían: "Lo conocemos. Es inocente."
Farai se soltó. Corrió hasta que cayó, y la turba se le echó encima.

Mi amigo Golden Mtika, que vive en Diepsloot, me llamó cerca de una hora después. Había filmado la escena en video, lo que era peligroso. Las turbas prefieren ser vistas como anónimas antes que como una colección de individuos; aquellos que dan los golpes más mortíferos no quieren ser identificados. Golden estaba impresionado por lo que había visto, y hablaba tan rápido que apenas podía entenderle. Oía las palabras: "Linchamiento". Luego dijo: "Lo golpearon una y otra vez. Lo mataron como quien mata a una culebra."

Golden es hijo de padre malawi y madre sudafricana. Cuando lo conocí, era dueño de una pequeña taberna en la Extensión 1. No era un negocio habitual para un mormón que no había bebido nunca, y después de que una noche los ladrones le robaran todas las botellas que tenía en la bodega, cerró para siempre y empezó a depender de su otra fuente de ingreso: hacer fotos y vender historias al diario The Daily Sun, un tabloide con mucha página roja. Según su versión, ha fotografiado a más de doscientas víctimas de homicidio. Golden, de 39 años, es una de las personas mejor conocidas en Diepsloot; como periodista estadounidense a veces lo contrato para que traduzca para mí y me ayude con las presentaciones. Está relativamente bien conectado, permitiéndome conectarme con los ángeles y demonios de las barriadas, y todo lo que hay en el medio. Muchos lo consideran un buen samaritano por opción, y ser su amigo es caro, porque a menudo reúne dinero para los funerales de algún indigente, o para algún huérfano.
Yo vivo en circunstancias muy diferentes, alquilo una casa en el Golfo de Daintern y en un Residential Estate, una de decenas de comunidades amuralladas levantadas en una ciudad dominada por el crimen. El perímetro está fortificado con altas murallas encimadas con alambre de púa electrificado; los guardias patrullan los senderos y rotondas. Las casas son grandes y se ven muchas entradas ornamentadas con cascadas y viveros. Aunque seguro, Dainfern es más claustrofóbico, y su ubicación está tan al norte que parece inconveniente para todo, excepto la escuela privada de mi hijo y Diepsloot. Según algunos economistas, Sudáfrica es la sociedad más desigual del mundo, y en apenas diez minutos puedes conducir desde el extremo de una gran disparidad a la otra. En las mañanas, criadas y jardineros de Diepsloot caminan hacia sus trabajos. Yo voy a menudo en la dirección opuesta.
Esta vez, fui a mirar el video, que sólo duraba tres minutos. Temeroso de ser sorprendido por la turba, Golden paró su cámara en varios momentos claves. También llamó a la policía, una pequeña subcomisaría -que es la única policía en la región-, pero nadie respondió. Entonces marcó el número general de emergencia en la región y suplicó al despachador que le ayudara.
El video muestra a Farai ya en el suelo, usando su pierna izquierda para bloquear los golpes de una hombre que manipula un pesado pedazo de manera. Otros lo están apedreando, lanzándole piedras por detrás y golpeándolo con ramas. En ese momento, todavía es posible imaginar el escape del joven. Puede hablar; sus movimientos son vivaces; apenas si hay una mancha en su camisa lila. Pero en la escena siguiente, está rendido y lesionado gravemente. Sus desesperados esfuerzos por escapar fracasaron y ha caído en una poza llena de agua sucia. Cuando gatea hacia afuera, agarrándose a la tierra con las manos, un hombre de azul le da una patada en el pecho, y Farai vuelve a caer hacia atrás, zambulléndose. Algunas personas en la multitud, incluyendo niños, tratan de ubicarse para ver mejor.
Luego el video adelanta. Farai está nuevamente en tierra seca, yaciendo de espalda, a punto de morir, pero todavía respirando. Le sale sangre de la cabeza. Apenas puede levantar su mano izquierda y este trivial movimiento de algún modo se convierte en una señal para seguir golpeándolo. Un hombre de gorra blanca lo golpea fuertemente siete veces en la cara y cabeza con una plancha, se ven los brazos del agresor levantando la tabla alto en el aire para dar más fuerza al golpe. Otro golpea a Farai repetidas veces en la ingle. Para algunos en la cercanía, esos últimos y devastadores golpes son demasiado terribles, y un niño que lleva un pequeño balón de fútbol, mira hacia otro lado. Otros empiezan a celebrar el triunfo de la turba. Una delgada mujer joven con un apretado top rosado se ve entrando y saliendo en varias escenas. Es tan menuda como fuertes los hombres. Su sonrisa es infantil. Antes de que Golden pare la cámara, la mujer levanta un enorme bloque de cemento por sobre su cabeza, preparándose para golpear con él a hombre caído. Un buen rato después, finalmente llega la policía. Los agentes impiden que la turba queme a Farai y lo acompañan en su último suspiro.
Golden y yo estábamos en mi coche mirando el video en su cámara. Repitió lo que había dicho antes: "Lo mataron como quien mata a una culebra."
Sudáfrica, correctamente ensalzado como un país de espectacular belleza y un faro de democracia, también es conocido por su delincuencia, aunque no tanto por la cantidad de delitos sino por la violencia que los acompaña. Las comparaciones entre países son problemáticas; la integridad de las estadísticas varía enormemente de un país a otro. Pero las estadísticas globales de homicidios son consideradas relativamente precisas, y Sudáfrica tiene una de las tasas de homicidio más altas del mundo, siete veces más que la de Kenia o de Estados Unidos. La frecuencia de violaciones es absolutamente chocante. Un riguroso estudio muestra que el 37 por ciento de los hombres de la provincia de Gauteng, que incluye a Johanesburgo, admite haber obligado a una mujer a tener sexo.
El tema de la delincuencia es una preocupación nacional. En 2007 se pagó medio millón de dólares a una organización de políticas administrativas para que explicara por qué los legisladores cometían esos ilícitos con tanta ferocidad. Muchos legisladores y funcionarios públicos se mostraron decepcionados con las conclusiones del estudio. No existe una teoría de campo unificada de la violencia en Sudáfrica, sino solo "una variedad de factores" de sonidos familiares: demasiadas armas, demasiada pobreza, la urdimbre de la historia.
La mayoría de los investigadores empiezan sus análisis con el apartheid, el pecado más grande, la causa que se convierte en cien más, su legado como un defecto arcaico en el país del arco iris de diecisiete años de Nelson Mandela. Después de todo, la violencia era el medio de la dominación blanca: desalojando a la gente de sus casas, explotando forzadamente su trabajo, golpeando a los desobedientes para imponer la obediencia. La tortura y el asesinato eran considerados necesarios para mantener el equilibrio racista, y después del apartheid quedó no solamente la rabia reprimida de los que habían sido subyugados, sino también el perverso efecto de las malvadas constricciones del sistema sobre la vida de familia, la educación y los mercados laborales.
Sudáfrica, un país de cincuenta millones, es el país más rico del continente, pero tiene uno de los niveles de empleo más bajo del mundo. La mayoría de los desempleados no han trabajado nunca, y un tercio de los empleados gana menos de ciento cincuenta dólares al mes. Los blancos, que constituyen el nueve por ciento de la población, tienen un ingreso promedio siete veces mayor que el de los negros. Pero la pobreza no es necesariamente un vaticinador de la delincuencia, y aunque el apartheid fue terrible, otros países también han sufrido largos episodios de opresión, escribe el criminalista sudafricano Antony Altbeker, cuyo libro ‘A Country at War With Itself’ estudia las explicaciones corrientes de la inclinación violenta del país y encuentra pertinentes la mayoría de ellas, aunque ninguna como enteramente adecuada. Sin embargo, si sopesas el impacto del apartheid, afirma, la conducta violenta se ha convertido de algún modo en un "fenómeno cultural" para una importante minoría de jóvenes, "una expresión de su identidad." Ahora la violencia se alimenta de su propia energía.
Para protegerse a sí mismos, los sudafricanos ricos compiten en una carrera armamentista con sus vecinos, las elevadas murallas de uno superadas por las  murallas más altas del vecino. Uno de cada catorce de los nuevos empleos creados es de guardia de seguridad.
Pero los pobres son los más vulnerables a la delincuencia, porque la gente pobre vive en medio de delincuentes pobres. Bajo el apartheid, la policía efectuaba la represión del estado y todavía no son tratados completamente como protectores. Es más probable que los linchamientos ocurran en los campamentos informales del país. En Diepsloot, donde un océano de chozas cubre gran parte del espacio, los agentes de policía a menudo son, en el mejor de los casos, ridiculizados de día como torpes, y como ladrones, de noche. Los tribunales están lejos, y el debido proceso parece un ideal poco práctico. Mucha gente pobre, sin electricidad y compartiendo con vecinos grifos e inodoros, siente la necesidad -el deber- de hacer de policía. Se decía comúnmente: Mientras más horrenda la muerte de un criminal, mejor disuade a otros.
Golden y yo habíamos trabajado antes en un artículo sobre el linchamiento. Ambos encontrábamos esos acontecimientos terriblemente perturbadores, pero yo no había visto nunca que un grupo de vigilantes completara alguna vez su despiadada misión. Ahora, viendo el video, me asaltaron emociones desconcertantes: horror, tristeza, pena. Estas respuestas no iban a ser breves. Al mirar, hice, sin darme cuenta, un acuerdo conmigo mismo. La terrible muerte de Farai iba a perdurar en mi memoria, y buscaría la respuesta de algunas preguntas sobre lo que vi, o dejar que me atormentaran toda la vida. Ahora estaba obligado, por mí mismo y por él.
Le pregunté a Golden: "¿Quién es este tipo? ¿Realmente hizo algo malo?"
La tarde siguiente, conocí a tres de los cuatro hermanos de Farai, todos ellos trabajadores, todos de la Extensión 2. "¿Por qué no estaban ustedes con él?", preguntó su madre, llorando, cuando la llamaron a Zimbabue para contarle la noticia. Esa era una pregunta terrible, y se la estaban haciendo ellos mismos, no porque hubiesen podido salvar a Farai de la turba, sino porque se sentían vagamente avergonzados de no haber muerto a su lado.
Los hermanos -Clemence, James y Washington- fueron indefectiblemente amables y me agradecían constantemente por mi interés. Clemence, el mayor, era el que mejor inglés hablaba. Podía pagarse un cuarto de ochenta dólares al mes en un edificio en forma de U, lejos de las hacinadas chozas. "Todavía me cuesta creerlo", dijo cuando nos sentamos en una cama que ocupaba prácticamente todo el espacio de su casa. "Es difícil encontrar a alguien que pueda realmente explicar qué pasó, porque la gente tiene miedo, y yo soy débil y estoy cansado y no puedo defenderme."
Los hermanos eran muy cercanos y Clemence, que tiene 31 años, ya estaba ocupándose de la logística para llevar el cuerpo de Farai a su pueblo natal, Mukukuzi, en el sudeste rural de Zimbabue. Trabaja en la oficina de una compañía de turismo y dijo que su jefe accedió a prestarle un vehículo. Sin embargo, también tendría que alquilar un remolque, comprar un ataúd, pagar a la morgue, alimentar a las personas en el funeral. Eso costaría la sobrecogedora suma de mil o más dólares.
Por supuesto, el dinero es lo que, en primer lugar, llevó a los hermanos a Sudáfrica, llegando Clemence en 1998 y los otros, uno por uno. Farai llegó hace cinco años. El vecino Zimbabue era en el pasado el granero de la región, pero su presidente durante los últimos treinta años, Robert Mugabe, de 87 años, se volvió cada vez más excéntrico y tiránico y empujó al país al desastre. Millones de personas huyeron -casi un cuarto de la población de Zimbabue- cuando los alimentos empezaron a escasear y la inflación consumió los ahorros de la gente.

2
Sudáfrica es el principal terminal de la diáspora de Zimbabue, y algunos de sus propios pobres desprecian a esos recién llegados que aceptan salarios tan bajos que podrían bajar la escala de salarios de todo el mundo. En mayo de 2008, hubo paroxismos de violencia en una serie de ciudades sudafricanas. Farai y uno de sus hermanos se retiraron a Mukukuzi hasta que pasó la carnicería. Al menos sesenta personas, muchas de ellas zimbabuanas, fueron asesinadas por turbas. Cerca de 35 mil extranjeros fueron sacados de sus casas.
Farai era uno de esos inmigrantes que consiguieron un trabajo decente. Trabajaba como pintor de brocha gorda, y ganaba cien dólares a la semana. Su patrón, Don Myburgh, es un viejo cascarrabias de rebeldes canas. "Me robaba pintura. Debería haber despedido al desgraciado", dijo sobre su empleado asesinado. Mientras hablábamos sacó una libreta verde que contenía presuntamente las confesiones de robos de un Farai arrepentido, pero aunque encontré una admisión sobre replicar, las otras entradas eran descripciones muy poco gramáticas de peleas con su patrón. Una decía: "Le digo por qué me agarra usted así, recuerde que no es la época del apartheid. Me gritó. Y después de eso me persiguió." Le pregunté a Myburgh porqué siguió empleando a Farai durante dos años y medio. "Con estos tíos, uno es tan malo como el otro", dijo.
Farai estaba casado y su esposa, Caroline, dio a luz a su segundo hijo en agosto pasado, una niña a la que bautizaron Nancy. La joven familia visitó Mukukuzi cerca de Navidad, pero en esa época Farai estaba profundamente atribulado. Durante semanas había tenido pesadillas en las que él y su hermano Washington peleaban contra enemigos que no podían reconocer. De acuerdo a sus creencias tradicionales, estos sueños significaban que alguien podría estar haciendo brujería contra ellos para causarles alguna desgracia. "Witchcraft" fue la palabra inglesa utilizada por los hermanos para explicar esto. No querían sugerir nada que tuviera que ver con lo oculto, sino más bien la posibilidad cotidiana de que una persona pudiera emplear remedios y amuletos contra otras.
Farai volvió a Diepsloot el 29 de diciembre. Su esposa se quedó atrás con los niños, pensando en unirse a él más adelante. Alarmados por los portentosos sueños, Farai y Washington, que tiene veintiún años, se unió a una iglesia que aceptaba la brujería y Jesús, para repeler el mal bajo la guía de dos congregantes que eran considerados profetas. El 21 de enero, el día anterior a su muerte, Farai pasó la noche bajo las estrellas, ayunando y orando hasta la madrugada con decenas de otros de la iglesia. Los campamentos de okupas de Diepsloot pueden ser una antiestética confluencia de sucias chozas, pero hacia el este, al otro lado de la ajetreada avenida, yacen las onduladas colinas en la sabana abierta. Los feligreses se reúnen allá entre los arbustos y marcan los lindes de sus iglesias al aire libre con piedras en el suelo.
Los dos hermanos, vestidos con túnicas blancas, bailaron y cantaron en una maratón de devocionarios, volviendo a Diepsloot justo antes del amanecer. Farai dormitó en su choza, una casucha de dos por tres metros, el espacio atiborrado con una cama llena de bultos, una mesa diminuta, viejas latas de pintura usadas para guardar agua y la ropa apilada en una cesta de mimbre. La única luz provenía de una larga vela blanca metida en una botella de Coca Cola.
Cuando despertó a eso de las nueve, se preparó unas gachas en un hornillo a parafina. Washington se acercó a compartir este desayuno, y los dos hermanos caminaron hacia la calle principal, donde decenas de vendedores ambulantes vendían ropa vieja bajo los andrajosos toldos de los rudimentarios refugios. Entonces los hermanos se separaron. Washington se fue a mirar una lucha libre profesional en una taberna. Farai volvió a su choza en la Extensión 2, y en el camino se encontró con Preciosa Mbedzi, una amiga zimbabuana. Le preguntó si le podía lavar la ropa, contó ella, y los dos regatearon por el precio sin ponerse de acuerdo. Los dos oyeron el ruido de la multitud, y cada uno tomó una ruta diferente hacia el humo.
Preciosa recuerda: "Cuando empezaron a golpearlo, yo corrí hacia ellos y dije: ‘Este hombre no es un delincuente’, y ellos me dijeron: ‘¿Quieres morir con él?’"
Dos días después, la policía arrestó a siete sospechosos en relación con la muerte de Farai Kujirichita y Patries Zonke, una víctima anterior de un linchamiento que tuvieron una muerte horrenda a manos de turbas diferentes. Los asesinatos ocurrieron con once horas de distancia, y la versión de Golde Mtika llegó a la primera plana del Daily Sun. Otro diario, The Star, envió a un periodista para hacer el seguimiento. Mientras recopilaba información, estalló una protesta contra la policía. Algunos de los enfadados manifestantes veían las detenciones como una afronta a los bien intencionados vigilantes; otros simplemente creían que los polis habían detenido a personas equivocadas. El titular del Star arriba en primera página era una declaración hiperventilada: "Anarquía en Diepsloot."
Según mi experiencias, las cosas no eran más anárquicas que normalmente. Las calles eran normalmente seguras en el día y extraordinariamente peligrosas de noche. Pero la ráfaga de publicidad provocó una visita de un miembro del gabinete provincial, Faith Mazibuko, que habló en una reunión en una tienda de campaña. Oradora carismática, trató de convencer a la enorme multitud reconociendo un razonable listado de quejas de los asentamientos sobre la delincuencia: la policía no patrulla nunca a pie; no contestan el teléfono durante horas; prefieren los sobornos a las detenciones. Fue ampliamente aplaudida hasta que condenó valientemente los linchamientos, citando a los Diez Mandamientos como textos de apoyo. Seguramente muchas personas estaban de acuerdo con ella, pero desde entonces dominaron los abucheos y silbidos. Vivir en la miseria es bastante malo; vivir en un ambiente sin protección contra la delincuencia es insoportable. Cuando se abrió el turno para que la gente hiciera preguntas, la ovación más grande la recibió un hombre que entendió mal a Jesús en la frase "ojo por ojo."
Cualquiera sean los defectos de la policía, durante un tiempo persiguieron a los asesinos de Farai. Golden no había compartido su video con los detectives. "Si me hubiesen visto como informante, hoy sería un cadáver en Diepsloot", me dijo. Pero a los investigadores les dieron otro video, tomado con un celular, y con más o menos las mismas evidencias. Los siete hombres arrestados inicialmente fueron liberados, pero otros cuatro -dos de ellos adolescentes- fueron encarcelados y acusados de homicidio.
Los nuevos sospechosos no incluían a los tres principales agresores que se ven en el video. Esos hombres escaparon tan pronto como la policía empezó a acercarse. Pero la joven con el top rosado, la que había arrojado un pedazo de cemento, estaba detenida. Dada su aparición en el metraje, no tenía sentido negarlo. "Le pegué porque oí decir a la gente que era un matón y yo quería participar", dijo llanamente en una de nuestras conversaciones, sus palabras traducidas desde el tswana.
Se llama Dipuo. Tiene diecisiete años, aunque parece más joven debido a que usa la blusa blanca y la chaqueta gris del uniforme de la escuela secundaria. Se lamentaba de que la hubieran arrestado; de hecho, los nervios le provocaron un soponcio en una de las audiencias. Pero no se interesaba en el hombre que había muerto a sus pies. "El amigo de mi mamá dijo que había oído que la persona matada no era la correcta", me dijo, agregando con un encogimiento de hombros: "En realidad, no sé."
Menos remordimiento sentía el otro adolescente, Siphiwe, el niño que dirigió a la turba. Lo entrevisté siete veces, más que suficiente para saber que él y la verdad eran solo conocidos casuales. "¿Cómo hago para que deje de mentir?", le pregunté a su madre, Oniccah. "Para que cuente la verdad, hay que golpearlo", dijo, sin conmiseración. Siphiwe es el mayor de sus tres hijos, cada uno de padre diferente. Dijo que dejó de controlarlo hace tiempo y que ahora vivía en el mundo ilegal de los fumadores de ganja, los ladrones, y quién sabe qué más. Rara vez dormía en casa.
Los dos adolescentes fueron liberados y dejados bajo la custodia de sus madres y se esperaba que, como menores, serían sometidos a orientación psicológica y no a penas de prisión. Pero los otros dos sospechosos, Walter Baphadu y Evens Matamisa, fueron encerrados en Pretoria. Hace dos años que conocía a estos hombres y tenía dudas sobre la profundidad de su participación, si es que participaron en absoluto. El linchamiento era seguramente uno de sus temas favoritos, pero eran astutos y aparentemente demasiado inteligentes como para matar a un hombre frente a cientos de testigos.
Una vez Baphadu encabezó un foro de vigilancia comunitaria de la Extensión 1, una organización de ciudadanos legalmente autorizada para ayudar a la policía. Estas organizaciones operaban en todo el país, aunque el modo en que interpretaban sus atribuciones variaba ampliamente. En Diepsloot, era igualmente probable que la gente denunciara delitos a estos vigilantes que a la policía. Los miembros del foro detenían a sospechosos por su propia cuenta, y aunque a veces entregaban a algunos a la policía, ocurría más a menudo que juzgaran los casos ellos mismos y determinaran golpizas, multas y expulsiones. Estas prerrogativas cuasi legales llevarían a la tentación y algunos grupos las usaron en tramas para hacer dinero, operando firmas de protección, o funcionando como autoridades de la vivienda, repartiendo chozas. Baphadu, 40, trabajaba como yesero, aunque consideraba que su vocación superior era ser algo así como un sheriff voluntario. Él y la policía tenían una historia problemática. En 2009 fue detenido por los presuntos excesos de su foro, lo que le causó tal enfado que renunció a sus deberes policiales oficiosos. Una vez se negó a intervenir cuando una turba le puso fuego a un hombre después de obligarlo a confesar haciéndole tragar agua de la alcantarilla. "Si veo que queman a alguien, si veo que violan a alguien, hago la vista gorda", dijo entonces, enfurruñado.

Matamisa, 39, era otro tipo de vigilante enteramente diferente, líder de un grupo de la Extensión 1 que se hacían llamar los Camaradas. A sus miembros les gustaba presentarse como servidores de la justicia, pero no eran más que matones. A veces la gente pagaba a los vigilantes para recuperar cosas robadas, y aunque pedían dinero por golpear a los ladrones, también aceptaban dinero para estrangular a esposas infieles o a cualquiera que sus clientes encontraran fastidiosos. Este trabajo no era siempre lucrativo, y el grupo acumuló implacables enemigos así como satisfechos clientes. El año pasado, Matamisa casi murió después de ser atacado con un tubo de plomo. Lo vi poco después de que le dieran de alta del hospital. El matón intimidado se sacó su gorro tricotado y apartó sus trenzas para mostrarme las marcas en su cabeza.
Visité a los dos hombres en la cárcel. Hablamos a través de una ventana de grueso cristal, y negaron toda participación en la muerte de Farai. Baphadu, rutinario, lamentó la violencia en la sociedad. "Los asesinatos, las violaciones", dijo, taciturno. "Supongo que es el fin del mundo."
Golden Mtika también estaba cansado de la delincuencia. Quería vivir como la mayoría de los sudafricanos, lejos de los problemas de las chozas, y estaba ahorrando dinero para marcharse con su esposa y su hijo de cinco años lejos de Diepsloot. La policía, los vigilantes, algunos conocidos: lo telefoneaban a cada rato para informarle sobre asesinatos, violaciones, incluso simples invasiones de morada. Esto lo beneficiaba como periodista, y lo agotaba como ser humano. "Todas las víctimas quieren que las ayude, pero yo no puedo ayudar a todo el mundo", dijo.
Nuestra investigación sobre la muerte de Farai fue en sí misma agotadora. Al principio, simplemente al campamento de okupas donde vivía e interrogamos a los que vivían cerca, ampliando cada día algo más el arco de nuestra búsqueda. Normalmente las chozas son construidas con trozos de metal y madera y a menudo se apoyan unas en otras. Los tejados son asegurados con el peso de rocas grandes o llantas viejas. El calor aumenta en el aire atrapado dentro, y la gente a menudo se sienta fuera. Nos contaron diversas versiones sobre lo que ocurrió ese sábado, y eran casi todas versiones erróneas, algunas escandalosamente. La gente no estaba mintiendo. Pero la escena había sido caótica. Era difícil ver bien en esa enorme multitud, para qué hablar de oír. Muchos testigos dejaron de mirar para evitarse los momentos más espeluznantes. Después, muchos repitieron las historias. Como ocurre a menudo, incluso los detalles más importantes cambiaban de versión en versión.
En una de ellas habían encontrado una foto de Farai en la tienda incendiada, y es por eso que la turba supo que era culpable. En otra, fue capturado ocultándose en un enorme tubo de plástico y luego confesó todo. En otra más, fue golpeado por una mujer embarazada que lo acusó de ser ladrón o violador o ambas cosas. También había otras tramas secundarias. En una, ella era su novia abandonada. En otra, ella era prostituta, y él le había dado dos dólares menos en el cambio.
Mi interés no yacía tanto en quién le había dado los golpes fatales como en saber por qué la turba había escogido a Farai como blanco. Los que tenían informaciones serias eran difíciles de localizar, y cuando los encontrábamos, no querían hablar. Al cabo de una semana, Golden y yo éramos un dúo marcado: el
tipo alto y flaco del Daily Sun y el blanco con barba. Quizás algunos arrojaron una piedra o dieron un puñetazo durante la golpiza; la policía había hecho algunas detenciones y tal vez seguirían más, si pudieran hallar a los culpables. Nuestras pesquisas eran consecuentemente una amenaza, y muchas de las personas dispuestas a hablar con nosotros temían miedo de ser vistos en nuestra compañía.
Recluté un pequeño cuerpo de intermediarios, y ellos harían los contactos con los testigos, lejos de los campamentos de okupas, y luego nos alejaríamos a prudente distancia de Diepsloot, para hablar. Durante varias semanas este fue nuestro plan de trabajo. Por cada entrevista lograda, hubo dos que fracasaron; por cada persona que realmente sabía algo, había una que no sabía nada.
Una vez cuando me reuní con algunas personas, expresaron horror ante el hecho de que la turba se volviera tan violenta; se sorprendían de saber que Farai estaba en una iglesia la noche que se supone que andaba robando.
"¿En la iglesia?", dijo suavemente Katlego Matheta, 29, guardia de seguridad. "Eso quiere decir que era cristiano. Eso quiere decir que mataron a Jesús."
La familia también estaba tratando de entender cómo llegó la turba a sus homicidas presunciones. James Kujirichita, 29, era el más religioso de los hermanos. "El espíritu de Dios se apoderará de ellos; no vivirán", dijo sobre los agresores de Farai. "Deseo que mueran todos los implicados."
Quería organizar una ceremonia especial donde se pudieran rezar oraciones de venganza. Era la intención de Dios, dijo, y dentro de cuarenta día los asesinos de su hermano morirían. "Morirán violentamente, quizás arrollados por un coche", dijo.
James es un hombre de peculiar intensidad. Se considera a sí mismo un profeta, un cristiano con el poder para comunicarse con lo divino. Cuando le conté que Dipuo, la niña de diecisiete, se había desmayado en la corte, de miedo, concluyó que un espíritu vengativo había entrado en su cuerpo.
"Dios ya está mostrando su grandeza", dijo.
Clemence, el hermano mayor, también habló enfadado sobre la turba, no solo sobre su ciega ira sino también sobre sus bizarras muestras de júbilo. "¿Por qué celebra la gente de esta manera? Estos son asesinatos brutales. Creo que lo aprendieron en los viejos tiempos. Se convencen de que la vida de una persona no es demasiado importante. Algunos, cuando ven sangre, lloran. Otros, cuando ven sangre, la chupan."
Yo visitaba a los hermanos Kujirichita los domingos por la tarde, la mayor parte de las veces en la habitación de Clemence, y compartiendo una enorme botella de Coca Cola. Una vez fuimos a la iglesia de Farai, nos sacamos los zapatos y calcetines para entrar y oramos de rodillas. Le pedimos a Dios que nos protegiera del mal, al menos eso fue lo que me dijeron. Los feligreses eran Shonas, que son el grupo étnico dominante de Zimbabue, y shona era el idioma que se hablaba.
Para entonces, tras semanas de reportaje, finalmente me di cuenta de que los hermanos veían la muerte de Farai a través de una lente metafísica diferente a la mía. Una y otra vez repetían frases que yo había escrito diligentemente en mis libretas, y luego, sin darme cuenta, olvidé. Llamaban "mala suerte" al asesinato; había ocurrido "un día malo"; o que era el resultado de "mala muthi", malas medicinas.
Finalmente, por oír mejor, mis preguntas cambiaron. Para los hermanos, la turba era solamente el instrumento del asesinato de su hermano. La causa más profunda residía en fuerzas que habían sido soltadas en las profundidades más rurales de Zimbabue por un poderoso n’anga, o curandero tradicional. "Un brujo", lo llamaban. Sus conocimientos secretos conectaban el mundo de los vivos con el de los espíritus. Este hombre era su padre, Wilson Kujirichita.
Según la tradición shona, cuando alguien muere, joven o viejo, la familia busca la explicación subyacente de su muerte: no las causas médicas, sino las malas conductas de la persona que pueden haber provocado los achaques de salud o un accidente.
Es probable que los cristianos pregunten a un profeta por este tipo de información; los tradicionalistas africanos visitan a un n’anga. Estas consultas revelan a menudo que el pariente de un difunto tiene la culpa, y entonces a esta persona se le pide que haga una restitución, normalmente en ganado. A principios de diciembre pasado, la esposa de Washington dio a luz a un niño, pero el infante, que se veía sano, lloró sin parar durante su quinto día y murió. Un profeta dijo que Wilson, el abuelo del bebé, era responsable de su muerte, una idea que el n’anga rechazó como una humillación. Se negó a participar en las deliberaciones familiares sobre la situación y advirtió a sus hijos que dejaran caer el asunto o "asumir las consecuencias", dijo Clemence.
Este fue elección de palabras crucial, porque cuando la turba mató a Farai, los hermanos lo consideraron como la realización de la amenaza del padre. Antes de llevar el cuerpo a casa para su entierro, interrogaron apresuradamente a adivinos para saber la verdad, los que confirmaron que "problemas dentro de la familia" habían llevado a la muerte. Cuando oí más tarde la historia, esto pareció una endeble corroboración de la culpabilidad de Wilson. Pero los hermanos estaban tan aferrados a sus conclusiones que la misma tarde que llevaron con el cuerpo a Mukukuzi, atacaron a su padre con puños y pies y con un palo de golf. Los aldeanos tuvieron que intervenir para salvar la vida del hombre de 57 años.
Luego, como si para reunir mayores evidencias de las malas acciones de su padre, los hermanos visitaron a otros profetas y n’angas, a veces viajando durante horas para consultar con alguno. Estos otros adivinos, me dijeron, también responsabilizaron a Wilson, y se especulaba que el renombrado curandero, en posesión de objetos de poderes arcanos -quizá incluso partes de cuerpos humanos- había usado este muthi para demostrar su continuado poder sobre su familia. "Es un brujo", dijo Clemence, convencido.
Para castigar a su padre, los tres hermanos decidieron que él debía dejar de ser un n’anga y deshacerse de todos los objetos usados en sus prácticas esotéricas. El escarmentado patriarca accedió hace poco, recogió sus medicinas, huesos y cueros animales y los empacó en dos sacos. Los hijos se llevaron a Wilson a cincuenta kilómetros, lugar donde arrojaron los objetos a las crecidas aguas del río Sabi para que los llevaron a los remotos pastizales y a Mozambique.
La familia Kujirichita cultiva maíz y algodón en un pequeño terreno, pero Wilson vive aparte, en una plantación de azúcar, donde trabaja como funcionario de fumigación. Contraté a un periodista de Zimbabue para hablar con él. (En abril de 2008, me encarcelaron por "cometer periodismo" cuando cubría las elecciones en Zimbabue y aunque el juez desechó el caso, la policía sigue amenazándome con arrestarme.) Wilson acogió halagado a su visitante, confirmando la mayor parte de lo que dijeron sus hijos, pero rechazando su rol como el malo de la película. Su práctica como curandero tradicional era algo que él venía haciendo como algo secundario desde hace veinte años, y con el dinero extra pagaba las matrículas de la escuela de los mismos niños que ahora lo estaban regañando. Estaba sufriendo no sólo de pesar por la muerte de su hijo, sino también el persistente dolor de la golpiza física, que dejó cicatrices en su cabeza, muslos y tobillos.
Wilson lamentó la pérdida de sus objetos de valor, las cosas que le habían permitido curar a los enfermos: la túnica blanco y negro que llevaba cuando se ponía en contacto con el mundo de los espíritus; los huesos y piedras que arrojaba normalmente sobre una estera para comprender la significación de los acontecimientos; la manteca de cordero que quemaba para ahuyentar a los malos espíritus; sus cuentas y cuernos de impala; sus pociones, hierbas, raíces, corteza y rapé.
Su lado de la historia era mucho más mundana que la versión vivida por los espíritus. La envidia estaba en el origen del rencor de su familia, dijo. Su esposa e hijos empezaron con "odiarme apasionadamente" después de que tomara una segunda esposa, una mujer mucho más joven que ahora recibía el beneficio de sus atenciones.
De diecisiete años, la República de Suráfrica es todavía suficientemente joven como para ser apreciada como una maravilla. El "zorrillo del mundo", como describió Mandela al estado del apartheid, se ha transformado pacíficamente en una democracia constitucional. Hay decepciones, sin ninguna duda. El optimismo de los primeros años -la gloriosa idea de que Sudáfrica debería ser una inspiración para un liderazgo ilustrado- ha desaparecido hace mucho. El frágil Mandela, a sus 82 años, puede seguir siendo el hombres más amado y respetado del planeta, pero durante su año en el poder, la organización que presidía, el Congreso Nacional Africano, se ha convertido, en palabras del historiador Martin Meredith, "simplemente otro partido político sucio en el proceso de nacer."
Cualesquiera los defectos del CNA, los pobres se han beneficiado inmensamente: el gobierno ha construido dos millones y medio de casas, llevado electricidad a ocho millones y medio de hogares, triplicado la cantidad de personas con acceso a agua potable. El progreso ha sido mayor todavía si la necesidad no se multiplicara tan rápidamente. La gente está inundando las ciudades, y desde 1994 la cantidad de asentamientos informales han aumentado diez veces con dos mil 700 asentamientos. Más de un millón y medio de familias viven en favelas.
En Diepsloot, casi todo el mundo es de alguna otra parte: de otro asentamiento, de otro pueblo, de otro país. Las raíces son superficiales, y la posesión más anhelada es una de las cinco mil casas RDP -dos dormitorios, un living-comedor, un baño y una cocina- construidas por el estado, conectadas a servicios. Más que meros refugios, estas casas dan al beneficiario un ingreso constante. Los dueños normalmente construyen varias chozas en los patios, para alquilarlas a inquilinos que pueden conectarse a las tuberías de agua y a la electricidad. En un rápido giro, los sin tierra se convirtieron en caseros, los aristócratas de las villas miseria.
Pregunté a las madres de los dos adolescentes acusados si habían postulado a una casa RDP. Oniccah dijo que ella puso su nombre en una lista en 1998; Rosina, la mamá de Dipuo, había estado esperando desde 2004. Esta conversación ocurrió en febrero, después de una audiencia en tribunales. Yo había llevado a los adolescentes y sus madres a almorzar en el Spur Steak Ranch, un restaurante en el Fourways Mall, a mi lado de la división rico-pobre. Ahí se comía solomillo y costillas, y la camarera acababa de servir helado de chocolate y bizcochos. Siphiwe se sentía alegre y fanfarrón esa tarde. Farai, dijo, era la segunda persona que estaba implicada en el asesinato. Hubo otro linchamiento hace apenas unas semanas, el castigo merecido de un "patrón de los ladrones", alguien culpable de "robar" el celular de Siphiwe.
Entonces nosotros nos estábamos recién conociendo. Ambas madres escribieron los nombres de sus hijos en mi libreta para asegurarse de que quedaran bien escritos. Cuando vi a Siphiwe por primera vez, negó saber algo sobre la muerte de Farai. Pero ahora, después de oír su jovial confesión, me inquieté. El diálogo era demasiado alegre para lo que se estaba discutiendo. Para cambiar de ánimo, saqué una fotografía de Farai y ahí estaba él, un hombre sonriendo, en camiseta de manga corta, con su cabeza razonablemente bien afeitada, posando con su mano izquierda sobre la cadera de sus pantalones blancos. Todos los que estaban a la mesa pidieron verla. "Parce todo un caballero", dijo Dipuo. Estaba sorprendida por su atractivo; la única otra vez que vio su cara, esta estaba hinchada y ensangrentada.
Golden, que estaba traduciendo, estaba ansioso por confrontar a la joven mujer. "Dipuo, no entiendo", dijo, malhumorado. "¿Por qué participaste en ese linchamiento?" No respondía, y Rosina, normalmente demasiado tímida como para hablar, estaba tan perturbada por la aparente despreocupación de su hija y también molesta consigo misma. Ese día ella no estaba en Diepsloot. Dipuo "sabe que no acepto que ella vaya a lugares donde haya gente peleando", dijo la madre.
En esa temprana coyuntura en el caso, parecía que la justicia avanzaba a paso acelerado. La policía decía que el juicio podría empezar en un mes. Pero desde entonces no ha pasado demasiado. Cada una de las audiencias realizadas a la fecha han sido para tratar formalidades. La fiscalía dice que se necesita investigar más. Y, por supuesto, los principales inculpados todavía no han sido capturados.
El caso contra Evens Matamisa fue desechado. Los testigos habían implicado a un hombre con trenzas llamado Rasta. Pero en Diepsloot viven muchos hombres que lucen ese peinado, y muchos de ellos son conocidos por el mismo apodo. Matamisa era simplemente el más conocido de los Rastas, y pudo probar que ese día estaba en otro lugar. Sin embargo, se mantienen los cargos por asesinato contra Walter Baphadu. Varios testigos, incluyendo a Dipuo y Siphiwe, dicen que él estaba en el lugar, aunque ninguno afirma que haya sido él el que dio el golpe fatal. Cuando Baphadu fue liberado con una fianza de ciento cincuenta dólares, Golden y yo tratamos de aguijonearlo para que nos contara lo que sabía, si acaso sabía algo. En ese momento, yo parecía uno de esos polis de la tele en el cuarto de interrogatorios. "Tenemos trece testigos que dicen que usted estaba allá", dije, elevando mi voz e inflando el número. Pero Baphadu todavía niega que haya estado allí.
Dipuo sigue en la escuela, quedándose a veces hasta más tarde para recibir una lección extra en su asignatura favorita: contabilidad. "¿Derramó alguna vez una lágrima privada por lo que había hecho? No sé. Ahora tiene un novio, lo que agrada a su madre desempleada. El padre de Dipuo murió hace muchos años, y de todos modos había abandonado a la familia. El dinero es un tema constante de tensión y el nuevo novio está cerca de los treinta y gana los sólidos salarios de los mineros. A veces no lo ven durante mes o más, pero cuando viene a visitarlos usualmente deja cien dólares. "Es muy generoso", dice Rosina, agradecida.
Golden, demasiado tiempo cronista de finales lúgubres, predice que este romance producirá profunda pena. "Algún Dipuo encontrará un novio de su edad, y entonces empezará el problema", dijo. "La madre necesita el dinero. El minero ha hecho una inversión. Alguien querrá matar a alguien."
Un domingo tarde hace poco, encontramos a Siphiwe recorriendo las calles. La madre lo echó de la casa hace unas semanas. Le venía robando desde hacía un tiempo, pero en su último delito fue demasiado lejos cuando le robó las zapatillas a su novio. Siphiwe llevaba los descabellados zapatos, uno con cordones naranja, el otro con cordones verdes. Pero sin su fanfarronería habitual. Alejado de su madre, no tenía a nadie que le recordara el calendario y se había perdido dos notificaciones. Asustado de que la policía pudiera detenerlo, hablaba en susurros ilegibles, con su cabeza metida en una capucha marrón. Parecía un niño. Parecía cansado. Necesitaba un baño.
La tarde había empezado y Golden estaba todavía vestido como para la misa de la mañana, con una sólida corbata rosada cosida a su cuello. La ropa parecía destacar su rectitud. "Tienes que ir donde tu madre y pedirle perdón de rodillas", lo sermoneó. "El problema es que ofreces disculpas y luego, después de unos días, hace algo malo otra vez, y ella pierde confianza." Hizo una pausa para que sus palabras se entendieran. "La cárcel no te gustará, Siphiwe. No es como Diepsloot, donde puedes ir de un lado para otro."
No estaba seguro de que volvería a ver al adolescente alguna otra vez. Una vez me dijo que el asesinato de Farai había sido "divertido". Eso me indignó, pero no dije nada. El linchamiento no es estúpido; ahí hay mentes funcionando, y esas mentes se auto-justificaban. El asesinato, por supuesto, no era únicamente la falta de Siphiwe. También otros guiaron a la turba, otros atacaron a Farai y le propinaron los golpes más mortíferos. Pero él era el culpable que estaba más convenientemente a la mano. Una avalancha de duras palabras se apretujaron en mi garganta, pero solo atiné a decir: "No deberías haber matado a Farai."
El adolescente no había mostrado nunca ningún indicio de que se sintiera culpable, nunca una señal de que él y su conciencia estaban en guerra, y ahora tampoco mostraba ninguna emoción. El inglés no es su lengua materna, pero incluso en un idioma extranjero, su confianza volvió a renacer.
"Eso es lo que hacemos aquí", dijo, desafiante, contento lo que había hecho la turba.
19 de julio de 2011
2 de junio de 2011
©new york times
cc traducción mQh

hrw denuncia violencia rebelde


Fuerzas de la oposición deberían proteger a civiles y hospitales.
Zintan, Libia. Las fuerzas rebeldes en Lidia deberían proteger a los civiles y respetar la infraestructura civil en áreas bajo su control, declaró Human Rights Watch hoy. Las fuerzas rebeldes deberían detener a todo miembro de sus filas que sea responsable de saqueo, incendios provocados y violencia contra civiles en las ciudades capturadas recientemente al oeste de Libia, declaró Human Rights Watch.
En el último mes, en cuatro ciudades capturadas por los rebeldes en las Montañas Nafusa los combatientes rebeldes y sus partidarios han atacado propiedades, incendiado casas, saqueado hospitales, casas y tiendas, y golpeado a algunos ciudadanos acusados de haber apoyado a las fuerzas del gobierno, declaró Human Rights Watch.
Human Rights Watch presenció algunos de estos actos, entrevistó a testigos de otros, y habló con un comandante rebelde sobre los abusos.
"Los líderes de la oposición deberían terminar con los abusos de los rebeldes y castigar a los responsables", dijo Joe Stork, director de Oriente Medio y África del Norte en Human Rights Watch. "Las autoridades rebeldes tienen el deber de proteger a los civiles y sus propiedades, especialmente hospitales, y castigar a cualquiera que sea responsable de saqueos u otras formas de violencia."
Las fuerzas rebeldes ocuparon al-Awaniya, Rayayinah y Zawiyat al-Bagul a mediados de junio de 2011, expulsando a las fuerzas gubernamentales que habían utilizado las ciudades como base para lanzar ataques contra territorio ocupado por los rebeldes, algunos de ellos indiscriminados contra áreas habitadas por civiles. Las fuerzas rebeldes ocuparon al-Qawalish el 6 de julio.
En las cuatro ciudades algunos residentes se marcharon cuando empezaron a llegar las tropas del gobierno para combatir a los rebeldes en abril y mayo. En todas las ciudades, excepto Rayayinah, la mayor parte de los habitantes que se habían quedado, huyeron cuando se retiraron las tropas del gobierno, aparentemente por temor a las represalias de las fuerzas rebeldes.
Al-Awaniya y Zawiyat al-Bagul están en territorio de la tribu Mesheshiya, conocida por su lealtad al gobierno libio de Muamar Gadafi.
El comandante militar rebelde en las Montañas Nafusa, el coronel El-Moktar Firnana, reconoció que se habían cometido algunos abusos después de que los rebeldes capturaran las ciudades, pero que esos ataques violaban órdenes dadas a las tropas rebeldes de no atacar a civiles ni dañar instalaciones civiles. Dijo que algunas personas habían sido castigadas, pero no dijo cuántas ni por qué delitos.
"Si no hubiésemos dado esas órdenes, la gente habría arrasado e incendiado estas ciudades", dijo a Human Rights Watch.
En al-Qawalish , el 7 de julio, Human Rights Watch presenció a personas con sombreros y camisetas de los rebeldes, algunas de ellas armadas, cargando en camiones con distintivos rebeldes, artículos robados en tiendas. Cinco casas que Human Rights Watch había visto intactas el día anterior cuando se retiraron las fuerzas del gobierno, fueron incendiadas. Tres casas más y una tienda fueron incendiadas durante visitas el 10 y 11 de julio, y al menos otras seis casas parecen haber sido incendiadas recientemente.
Al-Awaniya y Zawiyat al-Bagul estaban desiertas en varias visitas que hizo Human Rights Watch entre el 2 y el 10 de julio. Casas en tres calles en al-Awaniya y en dos calles en Zawiyat al-Bagul, visitadas por Human Rights Watch, habían sido saqueadas. Las tiendas de las calles principales de las dos ciudades habían sido invadidas y saqueadas.
Vecinos dijeron a Human Rights Watch que el gobierno libio había llevado a miembros de la tribu Mesheshiya a al-Awaniya desde otras ciudades hace cerca de treinta años, un reasentamiento que todavía causa tensión entre ciudades vecinas.
En Rayayinah, un vecino que se quedó dijo que los rebeldes habían robado equipos médicos del policlínico después de ocupar la ciudad. Human Rights Watch visitó el hospital el 2 de julio y vio habitaciones saqueadas, ventanas y puertas rotas y evidencias de equipos médicos faltantes, incluyendo una máquina de rayos equis y posiblemente una máquina de electrocardiogramas.
El hospital de al-Awaniya visitado por Human Rights Watch el 3 de julio, estaba en condiciones similares, con equipos sustraídos, ventanas rotas y muebles estropeados.
Un médico que apoyaba a los rebeldes, contó a Human Rights Watch que él había participado en el saqueo del hospital de al-Awaniya después de que los rebeldes ocuparan la ciudad:

"El hospital de al-Awaniya estaba bien equipado, y básicamente nos llevamos todo. Estaba muy bien equipado para atender a las tropas de Gadafi. [Los rebeldes] dijeron que Zintan sería el hospital central para la región... Oí decir que el equipo del policlínico de Rayayinah también fue trasladado a Zintan."

Human Rights Watch visitó la clínica médica de Zawiyat al-Bagul el 3 de julio. Había sido atacada y saqueada por vándalos. La sustracción de equipos médicos y el daño causado a las instalaciones obstaculizará el retorno de la población civil a esas ciudades, declaró Human Rights Watch.
Residentes de Rayayinah dijeron a Human Rights Watch que entre trescientas y cuatrocientas personas se habían quedado en la ciudad cuando llegaron los rebeldes, incluyendo la parte occidental, que las fuerzas del gobierno habían utilizado para bombardear Zintan, en manos de los rebeldes. Uno de los residentes contó a Human Rights Watch que vio las lesiones de tres personas de la parte occidental de la ciudad que dijeron que habían sido golpeadas por los rebeldes, y una persona dijo que los rebeldes le habían disparado en el pie:

"Los habían amarrado por las muñecas con unos cables polvorientos y los habían golpeado. Vi tres casos, pero hay muchos más. Uno perdió dos dedos de un pie cuando un combatiente de Zintan le disparó en el pie. Vi un montón de moretones en la cara, manos, en todo el cuerpo. La mayoría de ellos ya se han marchado."

Parte de los daños en Rayayinah fueron causados por las fuerzas del gobierno durante su presencia en la ciudad. Mohamed el-Mizoughi, un residente, contó a Human Rights Watch que soldados del gobierno habían castigado a los partidarios de los rebeldes arrestándolos, quemando sus casas y saqueando sus tiendas.
El comandante rebelde, coronel Firnana, explicó las faltas rebeldes como consecuencia del presunto apoyo de las víctimas a las fuerzas de gobierno. "La gente que se quedó en las ciudades estaba trabajando con el ejército", dijo. "Las casas que fueron saqueadas e invadidas fueron las casas que usó el ejército, incluso para guardar municiones." Agregó: "Las personas golpeadas estaban trabajando para las brigadas de Gadafi."
Para los vecinos de las cuatro ciudades capturadas era difícil volver debido a la rabia en las ciudades ocupadas por los rebeldes que fueron atacadas por las tropas del gobierno, dijo el coronel Firnana.
"Las fuerzas de la oposición tienen la obligación de proteger a los civiles y sus propiedades en las áreas bajo su control, de modo que la gente pueda volver a casa y reconstruir sus vidas en seguridad", dijo Stork.
Otras dos ciudades en territorio rebelde en las Montañas Nasufa, el-Harabah y Tamzin, son conocidas por ser leales a Gadafi, pero se las han arreglado para mantener relaciones tanto con el gobierno libio como con los rebeldes. Estas ciudades no habían sido usadas por las fuerzas del gobierno desde que empezara la insurrección de febrero.
Los combatientes de la oposición en las Montañas Nafusa han detenido a cerca de doscientos combatientes del gobierno en el último mes. Human Rights Watch tuvo acceso ilimitado a los centros de detención en Zintan, Yafran y Kikla. Algunos detenidos se quejaron de malos tratos físicos en el momento de su captura, pero dijeron que desde entonces las condiciones habían sido adecuadas.
Human Rights Watch ha documentado repetidos ataques indiscriminados por fuerzas del gobierno contra áreas civiles en las Montañas Nafusa en los últimos dos meses, así como el uso de minas terrestres. En la ciudad de Yafran, las fuerzas del gobierno ocuparon ilegalmente un hospital durante seis semanas.
"Las fuerzas de la oposición dicen que respetan los derechos humanos, pero los saqueos, incendios y malos tratos a civiles en las ciudades ocupadas, son preocupantes," dijo Stork. "Esto aumenta la preocupación sobre cómo serán tratados los civiles si los rebeldes ocupan otras ciudades donde el gobierno cuente con apoyo."
14 de julio de 2011
13 de julio de 2011
©hrw
cc traducción mQh

hrw condena torturas de bush


La organización de derechos humanos exige una investigación penal al ex presidente de EE.UU. y otros funcionarios. El informe señala que durante la administración de George W. Bush se aplicó la técnica del submarino y se torturó en cárceles secretas de la CIA en países como Rumania, Polonia, Lituania, Tailandia y Afganistán.
Washington, Estados Unidos. Human Rights Watch difundió ayer un informe que habla de contundente evidencia de torturas por parte del gobierno de George W. Bush. El documento de la organización no gubernamental con sede en Nueva York, titulado "Tortura impune: el gobierno de Bush y el maltrato a los detenidos", exige una investigación penal al ex presidente de Estados Unidos (1999-2008) y funcionarios de su gobierno como el vicepresidente Dick Cheney, el ex jefe del Pentágono Donald Rumsfeld y el ex director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) George Tenet. La tortura y los malos tratos a los detenidos alrededor del mundo son las principales causas por las que se los acusan.
De acuerdo con el documento de 107 páginas, el actual presidente Barack Obama incumplió las normas de la Convención de Ginebra contra la tortura a la que Estados Unidos suscribe y que le otorga status constitucional. Entre estas prácticas ilegales llevadas a cabo por la administración anterior se cuentan el submarino (un método interrogatorio de asfixia por inmersión), la utilización de prisiones secretas de la CIA y el traslado de detenidos a países en donde eran torturados. En diálogo con Página/12, el consejero político para Human Rights Watch en Bruselas, Reed Brody, explicó esos procedimientos ilegales. "Son casos a través de varios continentes. Estamos hablando de prácticas en prisiones secretas de la CIA, que han existido en Rumania, Polonia, Lituania, Tailandia y Afganistán. Pero también hablamos de ciertas prácticas utilizadas en Irak y Guantánamo y de los detenidos enviados por Estados Unidos a países como Egipto y Siria", dijo el asesor norteamericano de Human Rights Watch.
Según Brody, esos dos países fueron una suerte de enclaves para esas prácticas ilegales conducidas por la administración Bush. "Allí los detenidos fueron torturados de manera sistemática, como parte de un programa en donde ellos no eran devueltos a los países por extradición, sino que fueron enviados para ser interrogados en custodia de naciones que cometen torturas."
Según el consultor, aún resta conocer el grado de responsabilidad que tuvieron los países que funcionaron como prisiones satélite ilegales del gobierno de George W. Bush. "Evidentemente, un país podría haber albergado una prisión en donde algunas personas fueron torturadas. En todos los países, por lo menos europeos, ha habido investigaciones, pero no para ver qué grado exacto de complicidad existía. Todavía no sabemos quién autorizó en Polonia que traigan prisioneros", dijo Brody.
El director ejecutivo del observatorio, Kenneth Roth, dijo que si Estados Unidos no promueve una investigación penal seria contra los responsables de los crímenes, otras naciones deberían ser las encargadas de llevarlos a juicio. En febrero de este año, Bush debió cancelar un viaje a Suiza cuando un grupo de víctimas de torturas intentó elevar una demanda penal contra él. En sintonía con el pedido del director de Human Rights Watch, una investigación por tortura que implica a funcionarios norteamericanos se encuentra en marcha en España.
En agosto de 2009, el fiscal general de Estados Unidos, Eric Holder, designó al fiscal federal adjunto, John Durham, para que investigara el abuso de detenidos, pero limitó la indagación a los actos no autorizados. Como resultado, la investigación podría no examinar los actos de tortura como el submarino, y denominados por Estados Unidos como interrogatorios intensivos. Este y otros malos tratos autorizados por abogados del gobierno de Bush son contrarios al derecho interno e internacional.
Sin embargo, el pasado 30 de junio, Holder aceptó la recomendación de Durham de llevar a cabo investigaciones exhaustivas sobre dos muertes bajo custodia de la CIA ocurridas en Irak y Afganistán.
El informe dice que sobre Dick Cheney recae la responsabilidad por las políticas de detención e interrogatorios. También habría presidido una reunión con la CIA para autorizar el submarino sobre el preso Abu Zubaydah en 2002. Rumsfeld aprobó el empleo de métodos ilegales durante los interrogatorios y siguió de cerca el caso de Mohamed al Qahtani, sometido a un régimen de seis semanas de interrogatorios coercitivos en Guantánamo.
Hasta ahora, el presidente Obama incumplió la promesa que hizo al asumir, en 2008, de cerrar el campo de concentración que Estados Unidos tiene en la isla de Cuba y donde se vienen realizando muchas de las prácticas ilegales que Human Rights Watch denuncia desde el inicio de la guerra contra el terrorismo en 2001. Para Brody, Guantánamo todavía existe más por incapacidad que por voluntad política. "Obama tiene una cantidad de capital limitado para gastar en temas como terrorismo. No cerró Guantánamo como prometió, y para perseguir a su predecesor el presidente requiere de una gran cantidad de capital político", dijo el analista.
Consultado acerca del tipo de reacción que provocará el informe a nivel doméstico, Brody no depositó muchas esperanzas en la opinión pública norteamericana. "Para ser honestos, esta información ha captado mayor atención fuera de los Estados Unidos. La gente que no vive en Norteamérica está más molesta con este tipo de políticas y posee un mejor entendimiento acerca de cómo las políticas de lucha contra el terrorismo repercuten en el resto del mundo. Es más fácil ver desde afuera de Estados Unidos cuán abominables pueden resultar ciertos poderes", señaló el consultor.
[Informe de Juan Nicenboim.]
13 de julio de 2011
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