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mujeres sunníes como guardias


Mujeres asumen roles en la seguridad. Para contrarrestar la amenaza de terroristas suicidas mujeres, las funcionarias revisan a visitas en hospitales y oficinas del gobierno. Pero el programa es resistido por los que creen que la lucha contra los subversivos es cosa de hombres.
[Alexandra Zavis] Bagdad, Iraq. Las dos mujeres no podían ser más diferentes: Melath Dulaimi es una soltera de treinta y pico que lleva la falda hasta las rodillas, sandalias y se niega a cubrir sus cabellos. Lekaa Mohammed es una viuda envuelta en un velo azul marino y una túnica que la oculta de las miradas.
Pero cuando en el otoño pasado los militares norteamericanos aconsejaron que se reclutara a mujeres para el programa de vigilantes comunitarios, las dos acudieron al llamado.
"En Iraq hombres y mujeres son iguales", dece Dulaimi, la emprendedora líder de un grupo de 42 mujeres que trabajan como guardias de seguridad en el devastado barrio Adhamiya de Bagdad. "Queremos recuperar nuestro barrio".
Las mujeres trabajan en pares, revisan -a la búsqueda de armas y explosivos- a las mujeres que llegan de visita en escuelas, hospitales, bancos y oficinas del gobierno.
El programa fue iniciado para contrarrestar la creciente amenaza que representan las mujeres terroristas. Pero aunque la respuesta de las mujeres no ha sido muy entusiasta, debe enfrentar la resistencia de líderes tradicionalistas que creen que la lucha contra la insurgencia es cosa de hombres.
De momento, quinientas mujeres se han unido a los más de noventa mil Hijos de Iraq, un cuerpo de guardias mayormente árabes sunníes que han ayudado a expulsar a los insurgentes de las algunas de las áreas más peligrosas del país. A diferencia de sus contrapartes masculinos, la nueva fuerza Hijas de Iraq no llevan armas y operan en apenas algunos lugares en Bagdad, al sur de la capital y en la provincia de Anbar.
Los comandantes norteamericanos quieren ampliar el programa, pero esos esfuerzos requerirán de delicadas negociaciones con las comunidades donde operarán esas mujeres. Y el gobierno iraquí ha dejado en claro que no tiene intenciones de retener a las mujeres reclutadas cuando las tropas norteamericanas finalmente traspasen al estado iraquí la responsabilidad de los grupos de guardias de vecindarios.

Diferencia Cultural
Al teniente coronel del ejército Jeff Broadwater, que dirige las tropas norteamericanas en Adhamiya, un enclave sunní amurallado rodeado por vecinos chiíes musulmanes, le gustaría asignar mujeres a puestos de control y mercados, que son algunos de los objetivos preferidos por los terroristas suicidas. Pero líderes comunitarios en los barrios dicen que esos sitios son demasiado peligrosos.
"En nuestra cultura, no podemos permitir que las mujeres se expongan públicamente en un puesto de control", dijo Riyad abu Mohammed, subcomandante de los 843 Hijos de Iraq de Adhamiya. "No es bueno para nosotros, ni para ellas ni para sus familias".
Aunque Dulaimi dice que sus dos hermanos la alentaron a incorporarse, otros familiares no ocultan su malestar con la idea de las mujeres como reclutas.
"No es trabajo de mujeres", dijo uno de los hombres de Abu Mohammed, que dijo que se llamaba Sabbah. "Es peligroso".
Los comandantes norteamericanos se enfrentaron a obstáculos similares cuando pidieron que el ministerio del Interior contratara más mujeres policías. Los críticos atribuyen a la influencia de los conservadores religiosos la reluctancia del gobierno a la hora de hacer frente a la amenaza de las mujeres terroristas.
Desde noviembre ha habido al menos veintiún atentados terroristas, de acuerdo a cifras militares de Estados Unidos, incluyendo atentados coordinados contra dos mercados de mascotas que se cobraron la vida de 99 personas en febrero. Las fuerzas armadas norteamericanas creen que los rebeldes se están volcando a las mujeres porque estas despiertan menos sospechas y porque en Iraq, una sociedad musulmana, no pueden ser revisadas por hombres.
El teniente general del ejército Lloyd J. Austin III, comandante de las operaciones día a día en Iraq, se mostró cauto sobre las frustraciones expresadas por algunos de sus oficiales.
"Es un problema cultural", dijo. "Será una de esas cosas que toman tiempo elaborar. Son un poco lentos en cuanto a dejar que las mujeres se encarguen de algunas funciones. Tenemos que romper esas barreras".
Adhamiya era en el pasado uno de los barrios más modernos de Bagdad. Lo poblaban en gran parte oficiales retirados y otros profesionales que conformaban la elite del partido laico Baath, de Saddam Hussein.
Muchas de sus mujeres trabajaban como maestras o administradoras en oficinas del gobierno en toda la ciudad. Pero cuando tras el atentado contra el venerado santuario chií en Samarra se desencadenó una campaña de asesinatos de sunníes en 2006, la mayoría de las mujeres se retiraron a sus casas, temerosas incluso de alejarse de sus vecindarios.
Durante más de un año se apilaron en las calles los cuerpos torturados. Cuando se llenó el viejo cementerio detrás de Abu Hanifa, se instaló uno en un parque donde en el pasado las familias iban de excursión y los niños jugaban al fútbol.

Marido Asesinado
El marido de Mohammed está enterrado aquí. Era taxista. Un día unos hombres armados lo hicieron parar en un barrio chií. Su cuerpo apareció cinco días más tarde en la morgue, con un balazo en la cabeza.
Mohammed quedó sola con sus cinco hijos. Dijo que su trabajo de revisar mujeres en un concurrido hospital de la ciudad le ha dado "una buena oportunidad para ayudar a mi familia y a mi país".
Otros hombres de Adhamiya perdieron sus vidas luchando contra las fuerzas norteamericanas, o fueron asesinados por otros sunníes de grupos militantes como al Qaeda en Iraq, que impusieron un régimen de terror en los barrios. Los funcionarios dicen que perdieron la cuenta de cuántas viudas hay en el barrio, que ahora forman parte de Hijas de Iraq. Otras se han incorporado porque sus maridos son inválidos de guerra o porque perdieron sus trabajos.
El marido de Hannah fue secuestrado por militantes sunníes que lo golpearon tan brutalmente que quedó con un temblor permanente y no puede trabajar. Unos milicianos chiíes mataron a su hermano, dejándola sola para mantener a sus cinco hijos, además de sus tres propios.
"Este trabajo me salvó la vida", dijo la mujer de voz suave envuelta en telas pasteles que como muchas de las entrevistadas no quiso que se publicara su nombre.
Las mujeres reclutas son sometidas al mismo chequeo de sus antecedentes que sus contrapartes masculinos, y sus detalles son incorporados en la misma base de datos. Su salario es también el mismo: unos trescientos dólares al mes.
Las mujeres vivieron su día de orgullo en marzo, cuando miles de personas de todo Bagdad, incluyendo al primer ministro chií del país, convergieron en Adhamiya para celebrar el cumpleaños del profeta Mahoma. Las Hijas de Iraq hicieron su trabajo, revisando a las mujeres que se acercaban a Abu Hanifa, la mezquita sunní más venerada de la ciudad.
"Un montón de mujeres se alegraron de ver que las mujeres que las protegían eran del barrio", dijo Dulaimi. "Nos abrazaron y besaron y nos regalaron Pepsis".
El día pasó sin incidentes. Pero fue la única ocasión en que las mujeres trabajaron fuera de las murallas de los edificios gubernamentales.

Sin Armas
Parte del adiestramiento de las mujeres proporcionado por Estados Unidos incluía familiarizarse con armas. Las mujeres debían aprender a armar y desarmar un AK-47. Pero en el trabajo no llevan armas -una restricción que está empezando a incomodar.
"Al Qaeda todavía existe, así que necesitamos armas para protegernos a nosotras mismas, y proteger a Adhamiya", dijo Alam, una imponente mujer con un vestido azul pálido y un velo con manchas de leopardo.
El marido de Alam trabajaba en un laboratorio médico, pero renunció después de ser amenazado por milicianos chiíes en el barrio donde se encontraba. Con el dinero que gana ella revisando a mujeres en una escuela, pagan el alquiler de la familia y mantienen a sus dos hijos. Pero no sabe hasta cuándo durará su trabajo.
El gobierno de mayoría chií se demoró en aceptar a los grupos de guardias en los barrios, que incluyen a muchos antiguos insurgentes. Bajo presión norteamericana, funcionarios iraquíes accedieron el año pasado a hacerse poco a poco responsables de Hijos de Iraq. Pero un alto oficial norteamericano dijo que el gobierno no está dispuesto a aceptar a sus contrapartes femeninos debido a "normas culturales que regulan el empleo de mujeres en trabajos peligrosos".
Los comandantes norteamericanos esperan continuar con el programa -financiado por Estados Unidos- durante uno o dos años más. Pero eso no logra consolar a las Hijas de Iraq.
"Nosotras ayudamos a nuestras familias, a nuestra comunidad y a las fuerzas norteamericanas", dijo Alam. "Así que queremos que el gobierno nos de trabajos de verdad".

alexandra.zavis@latimes.com

4 de julio de 2008
4 de julio de 2008
©los angeles times
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el psiquiátrico de bagdad


La guerra se cobra la cuenta en el Hospital Psiquiátrico de Bagdad.
[Erica Goode] Bagdad, Iraq. En otra época, en otro país, donde la violencia y el terror no acechaban en las calles de Bagdad, el doctor Amin Hussain podía practicar la psiquiatría del modo que había anhelado.
Todavía lo tiene en su memoria: las limpias salas del hospital, decoradas con gusto, las farmacias bien abastecidas, los brillantes equipos de laboratorio, las salas de consulta con gruesas moquetas, las residencias post-hospitalarias y los equipos de extensión que ayudan a los pacientes crónicos a restablecer sus vidas fuera del hospital.
Ha visto esas cosas personalmente. En 2005 pasó cinco meses en Inglaterra, donde estudió sobre la atención especializada de ancianos y observó trabajar a los psiquiatras.
Pero Hussain, que empezó en su profesión en una época en que los doctores iraquíes se encontraban entre los más sofisticados y calificados de Oriente Medio, está atrapado en un bucle temporal en un país asolado por la guerra donde el conocimiento y la sofisticación han sido superados abrumadoramente por una miseria del tercer mundo, y los equipos antiguos han hecho retroceder algunas terapias a la barbarie de ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’ [One Flew Over the Cuckoo’s Nest], a pesar de tener las mejores intenciones.
Trata a pacientes cuyas dolencias son a menudo iniciadas o empeoradas por el caos que los rodea, que atiborran su pequeño despacho en el hospital psiquiátrico Ibn Rushid en el centro de Bagdad, acompañados por sus madres y tías, esposas y hermanos.
La letanía de muerte y miseria que recitan ya no le conmueve.
"Estamos acostumbrados, y creo que nuestras emociones se congelaron", dice.
Además, sus propias experiencias no son muy diferentes. Como muchos otros iraquíes, sufre algunos de los síntomas de estrés traumática: insomnio, ansiedad, una tendencia a asustarse con los ruidos fuertes.
"Los embotellamientos del tráfico, que ya causan estrés, y de pronto algo explota", dice.
Cuando puede, escucha música que lo tranquiliza. Los viajes al campo de los que antes disfrutaba, ya no puede hacerlos. Los caminos son demasiado peligrosos.
Sin embargo, hace lo que puede para ayudar a sus pacientes. A algunos los trata con el reducido número de fármacos psiquiátricos a su disposición. A otros, a pacientes que tienen inclinaciones suicidas o que no responden a los fármacos, les prescribe terapia electro-convulsiva, administrada por una máquina que adquirió el hospital hace veinticinco años que, dice, "tiene problemas técnicos".
A veces los pacientes reciben Valium antes de los tratamientos. Pero debido a que no hay anestesista en el personal, las descargas se hacen sin anestesia, como se hacía hace décadas en Estados Unidos.
Hussain está muy consciente de que los medios a su disposición están lejos de lo ideal, que la manera en que el hospital aplica la terapia de electrochoques es "inhumana y peligrosa", que los pacientes no reciben la panoplia de programas y terapias especiales disponibles habitualmente en otros países.
"Me siento frustrado", dijo Hussain. "Me siento triste. Sé lo que hay que hacer, pero no puedo debido a las barreras y limitaciones. No tenemos los instrumentos, no tenemos las medicaciones".
A pesar de eso, dice, algunos pacientes muestran síntomas de mejoría.

Sólo cuatro de once psiquiatras siguen en Ibn Rushd; el resto se ha marchado al norte, al Kurdistán, donde el riesgo de ser secuestrado o asesinado es menor, o han abandonado el país.
El hospital psiquiátrico, uno de los dos que hay en Iraq, ofrece tratamientos breves. En el pasado, se lo consideraba una joya del sistema médico del país, renombrado por sus modernos tratamientos. Incluso llegaban pacientes de Siria y Jordania, y las 75 camas del hospital estaban siempre ocupadas. Especialistas de países occidentales visitaban el hospital para enseñar los últimos tratamientos.
Pero el Ibn Rushid ha compartido la misma fortuna que la arruinada ciudad a su alrededor, una decadencia que empezó con Saddam Hussein y se hizo cada vez más profunda desde 2003. Las paredes se están descascarando. Cortinas de encaje hechas jirones cubren las ventanas en los pasillos.
En la mañana, Hussain se ocupa de los pacientes en la clínica externa del hospital: una mujer que devino psicótica poco después de la entrada de los norteamericanos en Bagdad en 2003, convencida de que la alcanzaría una bala disparada desde el televisor; un chico de dieciocho que vio un video de celular en el que uno de sus mejores amigos era torturado y asesinado y se puso luego tan violento que su familia tenía que amarrarlo con una cuerda.
El psiquiatra escucha, levanta sus gafas para leer un expediente clínico, trata de sacar más información.
Su celular -equipado con una foto de Oprah Winfrey- suena constantemente. Empleados del hospital se hacen camino entre el enjambre de pacientes, pidiéndole que firme formularios y autorice tratamientos.
Evalúa cada caso durante unos minutos, escribe una receta u ordena un test, y sigue.

Khalida Ibrahim, asistente social del hospital, dijo que tratar a pacientes con lesiones psíquicas puede ser difícil, pero tratar de ayudar a pacientes deprimidos que perdieron a sus hijos, maridos, a veces a la familia entera, es demoledor, emocionalmente.
"A veces hablamos con ellos y tratamos de consolarlos, pero en nuestros corazones sentimos dolor, porque nosotros tenemos los mismos problemas", dijo. "Nosotros también hemos perdido a familiares, pero pretendemos que somos otros, ocultamos nuestros sentimientos y que sufrimos como ellos".
Considerando lo que los pacientes deben superar en sus vidas -atentados con coches bomba, asesinatos, enfrentamientos entre milicianos rivales y entre tropas iraquíes y norteamericanas-, las recaídas son frecuentes. No hay tiempo para recuperarse, dijo Hussain, y una vez que lo logran, "hay una nueva fuente de estrés, otra pena, otras pérdidas, y más violencia".
Una mañana hace poco, una niña de quince trajo a su madre, sobre la que dijo que se había hecho "adicta al whisky", a la sala de mujeres del hospital, un pabellón de cuartos apenas amoblados en el segundo piso. La madre y la hija se sentaron en las sillas de plástico de la pequeña oficina de la enfermera.
"Estoy aquí porque quiero que me traten, porque me quiero morir todo el tiempo", dijo Hana al-Dolaimi, la madre. "Quiero suicidarme".
La señora Dolaimi dijo que tenía una larga historia de problemas psiquiátricos, y que había mejorado, pero "debido a la violencia y a los desarrollos políticos, me derrumbé".
Su marido salió un día a visitar a su hermana en otra ciudad y nunca volvió. Cuando se enteró de que lo habían matado, no pudo ir a la morgue a identificar el cadáver.
"Tengo la presión alta, y me aterrorizaba ir allá", dijo.
Diez días después, tres pistoleros entraron a su casa en Bagdad, exigiendo dinero y preguntado si era chií o sunní.
"Les dije: ‘¿Qué les he hecho yo? Soy lo mismo que vuestras madres’", contó Dolaimi.
Ahora, agregó, "todo me pone triste. Ya no tengo casas. Ya no tengo a mi marido. Ha desaparecido todo lo que era bueno de mi vida".

Los pacientes que son admitidos en el hospital deben ser acompañados por un familiar, que debe estar con ellos permanentemente y mantenerlos tranquilos.
Las enfermedades mentales son muy mal miradas en Iraq, dijo la señora Ibrahim, la asistente social, y muchas pacientes que vienen a Ibn Rushid han sido golpeadas por maridos o familiares que pensaban que simplemente se estaban portando mal. En el pasado, dijo Hussain, los psiquiatras visitaban a los pacientes en sus casas, "pero hoy en día tenemos miedo de salir".
Hace unas semanas cayó un proyectil de mortero a unos metros del hospital. Un día, Hussain descubrió que era el único psiquiatra que había llegado al hospital. Los enfrentamientos en la ciudad habían impedido que los otros llegaran a trabajar. Otro día, llegó al hospital y no había nadie: los pacientes, asustados por los combates, se habían marchado a casa.
En el hospital Al Rashad, una instalación para mil pacientes de casos psiquiátricos crónicos en las afueras de Ciudad Sáder, quedó en el fuego cruzado entre los milicianos del Ejército Mahdi y las tropas iraquíes y norteamericanas.
De momento, ningún pistolero ha entrado a Ibn Rushid, aunque "lo esperamos en cualquier momento", dijo Hussain.
Después de que dos mujeres suicidas se hicieran volar en mercados de mascotas en el centro de Bagdad en febrero, matando al menos a noventa personas, y oficiales norteamericanos dijeran que las mujeres eran enfermas mentales, llegó al hospital un grupo de soldados norteamericanos e iraquíes, dijo Hussain. Le mostraron la fotografía de una mujer y le dijeron su nombre.
Reconoció a la mujer -él la había tratado- y entregó una copia de su expediente a los soldados. Pero dos semanas después, dijo, la paciente, que sufría de esquizofrenia, entró al hospital, viva, y aparentemente inocente.
Ahora el ministerio de Salud, que supervisa el sistema de hospitales públicos, ha determinado que los pacientes deben portar una foto actual y un carné de identidad, para impedir que se les sospeche de colaborar con los insurgentes, dijo Hussain.

Está siempre tratando de superarse. De noche, recorre la red en el ordenador en su casa -el hospital no tiene una conexión con internet- buscando información sobre las últimas teorías psiquiátricas y las últimas terapias. Dirige un boletín para internos psiquiátricos para discutir las investigaciones más recientes, y espera empezar un programa para pacientes de la tercera edad.
Hussain dijo que el hospital había pedido al ministerio de Salud que lo ayudara a superar la escasez de medicamentos, instrumentos y personal, pero de momento no ha cambiado nada.
Un plan del gobierno norteamericano de enviar equipos de psiquiatras, psicólogos y asistentes sociales iraquíes a Estados Unidos para que sigan cursos especializados ha provocado una gran excitación.
Pero el programa, que debía empezar en el otoño pasado, ha sido aplazado repetidas veces y hace poco se notificó a los participantes otro aplazamiento más.
Hussain veía las cosas de otro modo cuando decidió convertirse en psiquiatra en los años ochenta, fascinado por los síntomas psiquiátricos de los soldados que volvían de los distantes campos de batalla de la guerra Iraq-Irán.
Pero ahora una guerra diferente se ha instalado en su país, y sus pacientes, aunque no son soldados, son todos, de cierto modo, las bajas.
Podría marcharse de Iraq, pero no tiene intención de hacerlo, dijo. Adora su trabajo.
"Nadie me obligó a ser psiquiatra", dijo Hussain.

Anwar J. Ali contribuyó al reportaje.

23 de mayo de 2008
20 de mayo de 2008
©new york times
cc traducción mQh
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matrimonio, víctima de la guerra


El número de divorcios se ha duplicado desde el inicio de la guerra. Entre los motivos se encuentran las tensiones sectarias y el desempleo.
[Alexandra Zavis] Bagdad, Iraq. Durante años, la mayoría de las solemnes jóvenes parejas que se acercaban a Sayid Rafid Husseini lo hacían porque querían un certificado de matrimonio. Ahora, dice el clérigo, muchos de los que llegan a su despacho en las cercanías de un venerado santuario musulmán chií, quieren uno de divorcio.
"Trato de convencerlos de que no lo hagan", dice Husseini.
Pero los tiempos son difíciles. Olas de asesinatos y desalojos, para no decir nada de las presiones religiosas, han destrozado a las familias. Y el desenfrenado desempleo está agregando una insoportable tensión, convirtiendo lo que era antes un tabú casi impensable en una realidad cada vez más común en la vida iraquí.
El número de divorcios concedidos anualmente por tribunales iraquíes se ha duplicado desde que las tropas norteamericanas invadieran el país en 2003, de 20.649 ese año a 41.536 en 2007, de acuerdo a cifras proporcionadas por el Supremo Consejo Judicial, que supervisa los tribunales. Pero la cifra real es probablemente mucho más alta.
En lugar de ir a tribunales, un creciente número de musulmanes se contenta con separarse de acuerdo a la sharia o ley islámica. Para un hombre sunní, eso puede ser tan simple como declarar su intención tres veces ante dos testigos. Para los chiíes, significa convencer al clérigo del vecindario, como Husseini, de que les entregue un certificado.
La ley del estado civil de Iraq se basa en la sharia, que rechaza el divorcio, excepto en circunstancias excepcionales como enfermedad, esterilidad o abusos. Los jueces refieren a la mayoría de las parejas a asistentes sociales, que tratan de ayudarlas a superar sus diferencias.
Anam Salman, una dama de edad con un pañuelo de cabeza, ha estado reunificando familias en el tribunales de asuntos civiles en el occidente de Bagdad durante veintiséis años. Regaña y persuade, molesta y simpatiza con las llorosas parejas que llegan a su oficina.
"Si vemos alguna posibilidad de que se reconcilien, presionamos más fuerte", dijo Salman. "Les decimos que debemos reunirnos una vez más, y de una sesión a otra los llamamos. Usamos todo nuestro dinero en tarjetas de teléfono".
Cuando las asistentes sociales terminan, envían un informe al mugriento recibidor del juez Abdullah Alousi, que atiende en una pequeña oficina atiborrada de oficinistas y abogados que sacuden documentos que debe revisar.
Hubo una época, dice Alousi, en que las peticiones de divorcio eran raras. Pero en estos días tiene que atender tantas separaciones como matrimonios.
"Basándome en mi experiencia como juez en el último cuarto de siglo, creo que la principal razón detrás del divorcio es la ausencia de religión", dijo Alousi, un hombre calvo con un bigote blanco, meticulosamente vestido con un traje de raya diplomática y una corbata de seda. "En el islam, el divorcio es la última opción. Pero ya no es así".
Las actitudes conservadoras sobre el matrimonio y el divorcio empezaron a ablandarse durante el régimen de Saddam Hussein, cuyos primeros años en el poder presidieron un impulso modernizador que llevó a más mujeres a las fábricas y garantizó su derecho a la educación. Ahora las mujeres inician más de la mitad de los divorcios, pese a la desaprobación de una sociedad que normalmente responsabiliza a las mujeres de las separaciones.
La violencia y las dificultades económicas de los últimos años han sido especialmente duras para ellas. La mayoría de las mujeres son criadas con la idea de que sus maridos deben mantenerlas. Pero cuando las pandillas sectarias empezaron a atacar a los hombres de otras sectas, las mujeres se vieron obligadas a trabajar mientras sus maridos se quedaban en casa.
Es una situación incómoda para ambos y ha causado muchos divorcios, dijo el clérigo Husseini.
En los momentos más álgidos de los asesinatos sectarios en 2006, clérigos extremistas firmaron edictos religiosos prohibiendo el matrimonio entre chiíes y sunníes, que fue implementado en algunos barrios a punta de pistola.
Cuando uno de los jóvenes dijo a Alousi que quería divorciarse de su esposa porque pertenecía a otra secta, el juez hizo despejar la sala. Aislada de sus padres, la pareja estalló en llanto y confesaron que todavía se querían. Pero el hombre dijo que lo matarían si no se divorciaba. Alousi no pudo negarlo.
En otros casos, las parejas trataron de seguir juntas, usualmente en vecindarios dominados por la secta del marido. Pero la esposa fue separada de su familia y amigos, lo que también ocasiona dificultades en el matrimonio.
"Hubo muchos casos de divorcios por razones religiosas, pero hemos tratado de limitarlos", dijo Alousi. "Ahora creo que la situación se ha revertido, y volvemos a ver más matrimonios mixtos".
Dahlia, una guapa morena que lleva falda hasta la rodilla y botas a la moda, conoció a su marido en una fiesta durante su primer año en la universidad.
Pertenecía a una familia sunní laica que había prosperado durante el régimen de Hussein. Él era de la oprimida mayoría chií. Pero nada de eso importó en los primeros días de su romance. Se casaron diez meses después.
Su padre utilizó sus contactos para ayudar a su marido a encontrar trabajo en una concesionaria de coches del estado, y se fueron a vivir al segundo piso de la casa de sus padres de él.
Pero el caótico derrocamiento de Hussein lo cambió todo. El marido de Dahlia perdió su trabajo y empezó a tratar de ganarse la simpatía de los nuevos gobernantes del país, los chiíes religiosos. Repentinamente, cuenta ella, él empezó a tener ataques de rabia cuando ella salía de casa sin su pañuelo de cabeza o cuando salía de visitas para ver a amigas y amigos. Ella se negó a escucharlo.
Entonces descubrió que estaba cortejando a un rica vecina. El islam permite que los hombres tengan hasta cuatro esposas, pero para Dahli "eso fue una puñalada en mi corazón".
El día que dio su último examen, él le pidió la separación. Les tomó once meses terminar el divorcio. Ella volvió a casa de sus padres y encontró trabajo en una radio. Él se casó con la vecina.
"No es una mala persona", dijo Dahlia, que, como muchas de las personas entrevistadas, no quiso que se publicaran los nombres completos suyos o de su marido. "Pero cuando cambió el régimen, él perdió su posición y dinero y eso lo afectó tremendamente... Por supuesto, su nueva esposa es chií".
Casi todos los divorcios tienen un elemento económico, dicen las asistentes sociales. El alquiler, el alimento y el combustible están siempre subiendo de precio e incluso los pocos afortunados que tienen trabajo no pueden mantener el ritmo, lo que causa constantes rencillas entre esposos.
Shahad, hija de padres chiíes conservadores, está convencida de que su matrimonio se habría salvado si su marido hubiese podido comprar una casa para ellos. Pero incluso con un diploma universitario lo único que pudo hacer fue trabajar en la tienda de abarrotes de su padre. Así que la pareja se mudó a un pequeño cuarto aledaño a la salita de sus padres.
"Su familia se metía en todos los detalles de nuestra vida", dijo.
Shahad discutía constantemente con su suegra, y dijo que su marido siempre se ponía del lado de su madre. Finalmente sus riñas terminaron en puñetazos. Pero Shahad temía que el divorcio pudiera estigmatizarla a ella y su hija.
Para su sorpresa, desde que dejó a su marido ha recibido cuatro peticiones de matrimonio.
"La gente está superando los estereotipos", dijo. Una mujer que proviene de una buena familia y tiene una moral sólida y un salario decente, "atrae a los hombres y ya no les importa si es divorciada o no".

alexandra.zavis@latimes.com

Usama Redha, Saif Rasheed y Caesar Ahmed contribuyeron a este reportaje.

7 de mayo de 2008
13 de abril de 2008
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nuevos roles para mujeres iraquíes


Mujeres iraquíes adoptan roles de maridos muertos o desaparecidos.
[Ernesto Londoño] Bagdad, Iraq. Sabriyah Hilal Abadi empezó a dormir con una AK-47 cargada junto a su cama poco después de empezada la guerra.
Fue una reconfortante posesión para una mujer que había perdido su casa, su marido y, el fin de semana pasado, el cuarto que ocupaba en un destartalado edificio que había compartido con otras veintisiete familias de okupas, la mayoría de ellas encabezadas por mujeres.
Con cuatro hijos, luchó encarnizadamente para quedarse en el exiguo edificio de dos plantas en el barrio de Zayouna, en Bagdad, que perteneció en el pasado al Partido Baaz, de Saddam Hussein. Pero los soldados la desalojaron.
El gobierno iraquí está empecinado en demostrar que puede implementar las leyes. Pero en su determinación de desalojar el edifico de las familias de okupas, dicen las mujeres, el gobierno los ha hundido más profundamente en el abandono y puede llevar a otros a la violencia.
En los últimos años miles de mujeres iraquíes han adoptado nuevos roles a medida que la violencia se cobraba la vida de sus maridos. Para Abadi, 43, el punto decisivo se produjo cuando aceptó el potente rifle de asalto de manos de amigos preocupados por su seguridad.
"Antes de la invasión, nunca", dice Abadi, que oscilaba entre la rabia y la tristeza durante tres entrevistas. Al hablar sobre el ejército, sacudía sus manos. Cuando habló sobre su hijo en la universidad, se puso triste. Se echó a llorar cuando recordó su vieja casa.
Los tiempos han cambiado, dijo. "Ahora las mujeres asumen las responsabilidades de hombres y mujeres".
Casi un millón de mujeres en Iraq ahora son viudas o divorciadas, o sus maridos se encuentran desaparecidos, de acuerdo a Samira al-Mosawi, miembro chií del parlamento que dirige el comité de asuntos de mujeres. Dijo que la cifra -una estimación alcanzada por varias reparticiones oficiales- incluye a mujeres que enviudaron durante la guerra de Iraq con Irán en los años ochenta.
Mosawi dice que cerca de 86 mil viudas reciben unos cuarenta dólares al mes de parte del gobierno. Organizaciones de ayuda y reparticiones del gobierno son incapaces de ayudar a más viudas debido a la escasez de fondos y a las dificultades de hacer trabajo social en vecindarios volátiles.
"Francamente, en el país no se presta demasiada atención a problemas sociales", dijo Mosawi en una entrevista. "La atención se concentra en la seguridad y en la defensa".
Antes de que las tropas norteamericanas entraran a Bagdad en la primavera de 2003, Abadi trabajaba como costurera para complementar el salario de su marido, que trabajaba en una fábrica del gobierno.
Se sintió optimista durante los primeros días de la invasión. Su opinión de los norteamericanos, formada en gran parte por un reportaje que vio en televisión, le daban esperanzas. El reportaje giraba sobre un intento de rescate que duró horas de un gato atrapado en un tubo del desagüe.
"Esa gente era muy buena con los animales", dijo. "Por eso esperaba cosas buenas de ellos".
Pero la invasión y sus secuelas trajeron más problemas de bendiciones.
Cuando el alquiler subió de cerca de veinte dólares al mes a más de ochenta, Abadi se mudó al edificio que había albergado al Partido Baaz de Saddam Hussein después de que la estructura fuera saqueada e incendiada.
"Durante la época de Saddam, nadie tenía el derecho a subir los alquileres", dijo. "Pero después de la invasión, las reglas desaparecieron".
El edificio no tenía ni ventanas ni puertas, dijo. En su interior sólo había pilas de escombros y cenizas. "Me tomó un día entero hacer un hueco para poder dormir", dijo.
Pronto se unieron a ella otras veintisiete familias chiíes, para ocupar cada una un pequeño cuarto. Consiguieron electricidad y agua potable y empezaron a funcionar como una familia extendida que incluía a 43 niños. Sólo ocho familias tenían un padre de familia.
Después de la invasión, la delincuencia se desató en Bagdad. Luego estalló la violencia sectaria. Los atentados contra grandes aglomeraciones de personas se convirtieron en rutina. Los secuestros eran pan de cada día.
El marido de Abadi, y un amigo, fueron secuestrados en julio de 2005.
"Entraron a una zona donde no se suponía que debían entrar", dijo.. "Unos hombres armados los metieron a un coche".

Betoul Jawad, 45, perdió a su marido en julio de 2006. La llamaron unos hombres y le pidieron tarjetas telefónicas de prepago como condición para que pudiera hablar con su marido. Compró las tarjetas, pero no la llamaron. Y finalmente los hombres dejaron de llamarla.
"Perdimos el contacto con él", dijo. "No sabemos nada".
Una tercera mujer la interrumpió para dar el nombre de su marido. "¿Puede buscar su nombre en el ordenador?", preguntó.
Según la Organización Internacional para las Migraciones, una organización intergubernamental, la guerra en Iraq ha desplazado a cerca de 2.7 millones de personas. Cientos han ocupado edificios oficiales, una situación que, dicen funcionarios iraquíes, es insostenible.
La campaña para desalojar a los okupas de esos edificios fue una de las piedras angulares de una campaña lanzada el año pasado para mejorar la situación de seguridad.
El general de brigada Abdullah Abdul Karim Abdul Sattar, comandante de la brigada del ejército iraquí responsable de Zayouna, dijo que los okupas han llevado la criminalidad a los barrios. Dijo que muchas [de las familias que viven aquí] alquilan sus propias casas en otras zonas de la ciudad.
"Los edificios del gobierno no deberían tener intrusos", dijo en una entrevista en su oficina, que está decorada con varias fotografías de sí mismo con el general David H. Petraeus, comandante de las tropas norteamericanas en Iraq. "Muchas de estas familias tienen casas".
El general dijo que un miembro del Ejército Mahdi, una milicia chií leal al clérigo antinorteamericano Moqtada al-Sáder, vivía en el edificio en Zayouna. El gobierno de Iraq, controlado por partidos políticos distanciados de Sáder, ha lanzado una campaña de represión de la milicia en las últimas semanas.
Abadi admitió que el militante del Ejército Mahdi era uno de los vecinos y dijo que ella a menudo le pedía que abandonara la milicia.

A principios de mes, los vecinos recibieron dos semanas de plazo para abandonar el edificio. Inicialmente, Abadi pensaba resistir. "Me quedaré dentro y tendrán que destruir el edificio conmigo dentro", dijo entonces.
Si los desalojaban, dijo, su hijo Muqdam, 19, estudiante de ingeniería, se vería obligado a abandonar los estudios para ayudar a la familia.
"Así es como empujáis a los jóvenes a convertirse en terroristas", dijo, indignada. Su hijo guardaba silencio a unos pasos de ella, manipulando su celular, sin sacar la vista del aparato.
Las mujeres del edificio tendrán que dirigir la resistencia, decidió Abadi. Poco después de que los soldados le dieran un ultimátum, metió a las mujeres en un convoy de taxis y se dirigieron hacia la base militar donde trabaja Abdul Sattar.
Los soldados en la caseta de control dijeron a las mujeres que el general no estaba presente. Las mujeres dieron por sentado que estaban mintiendo y siguieron hacia el edificio.
"Dispararon un par de tiros al aire", dijo Abadi.
En lugar de volverse, las mujeres corrieron hacia la base hasta que los soldados las empujaron a un lado. Cuando se marcharon, abatidas, observó que uno de los soldados estaba sollozando.
Abdul Sattar confirmó la versión de Abadi, pero negó que sus hombres hubiesen disparado sus armas.
Unos días después, los soldados colocaron bloques de cemento amarillo de un metro y medio de altura en torno al antiguo edificio del Partido Baaz. Cortaron la electricidad y agujerearon los estanques de agua, denunciaron los vecinos.
Abadi no usó nunca su AK-47 para defender el edificio. Los soldados iraquíes se lo confiscaron.
Más tarde dijo, en un momento de frivolidad, que lo había usado sólo una vez, cuando un gato callejero se metió en su cuarto una noche. Pensó que se trataba de un ladrón.
Días después de la colocación de los bloques amarillos, levantaron una muralla más gruesa cercando el edificio, y colocaron alambre de púa en el tejado. Los soldados dijeron a las mujeres que arrestarían a los hombres si no se marchaban, dijo Abadi.
El militante del Ejército Mahdi en el edificio advirtió a los soldados que la milicia tomaría represalias, dijo Abdul Sattar.
Los residentes decidieron que los hombres se marcharan, al menos temporalmente, pensando que las mujeres eran las más indicadas para impedir el desalojo.
Pero los soldados se aparecieron el viernes y ocuparon el edificio. Las familias abandonaron sus cuartos una por una. Algunos llamaron a parientes, pidiendo refugio.
Abadi se mudó a casa de su hermano y su esposa en el barrio de Amín, al este de Bagdad, donde comparten una habitación. Ahora está buscando una nueva vivienda. Amín es mucho más peligroso que Zayouna, dijo, y sus hijos deben cubrir distancias más largas para ir a clases.
Un convoy del ejército iraquí que se dirigía hacia el antiguo edificio del Partido Baaz fue atacado con una bomba improvisada durante el fin de semana, dijo Abdul Sattar. Dijo que era probable que fuera en venganza por el desalojo.
Cuando Abadi se enteró del atentado, preguntó si había muerto alguien. "Gracias a Dios", dijo, tras enterarse de que no había muerto ningún soldado. "Ellos sólo obedecen órdenes. No han hecho nada malo".

Naseer Nouri, Zaid Sabah y Dalya Hassan contribuyeron a este reportaje.

1 de mayo de 2008
23 de abril de 2008
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licencian a desertores en iraq


Fuerzas de seguridad iraquíes licencian a 1.300 desertores. Los oficiales dicen que se negaron a luchar contra las milicias chiíes, cuya influencia es un importante problema para el gobierno.
[Tina Susman] Bagdad, Iraq. Oficiales iraquíes dijeron el domingo que habían licenciado a cerca de 1.300 soldados y agentes de policía que se negaron a luchar contra las milicias de musulmanes chiíes durante la reciente campaña del gobierno, deserciones que plantean interrogantes sobre el probable funcionamiento de las tropas iraquíes cuando desciendan los niveles de tropas norteamericanas.
El anuncio proporcionó el primer informe detallado de la resistencia ofrecida por algunos soldados y policías iraquíes durante la ofensiva que empezó el 25 de marzo en Basra, una ciudad al sur del país, y que provocó enfrentamientos en varios bastiones chiíes en Bagdad.
Un oficial de policía de alto rango en Basra dijo que el sábado empezó una redada de simpatizantes de la milicia y que "un gran número" de agentes de policía fueron detenidos en sus puestos de trabajo y acusados de pertenecer a las milicias. "Eran oficiales de alto rango y en diferentes posiciones", dijo el oficial iraquí, que no estaba autorizado para hablar y se negó a identificarse.
No especificó a qué milicias pertenecían.
Un portavoz del ministerio del Interior, Abdul Kareem Khalaf, dijo que los soldados licenciados serán juzgados por una corte marcial. Los soldados desertaron por razones políticas, religiosas y étnicas.
Khalaf dijo que sus delitos "demostraban su solidaridad con delincuentes", pero no detalló ninguna acusación específica. Khalaf dijo que no sabía cuántos de los licenciados eran policías ni cuántos soldados.
Khalaf dijo que la mayoría de las deserciones ocurrieron en Basra, donde fueron licenciados 921 agentes de policía y soldados. Los otros desertores son de Kut, la capital de la provincia de Wasit y el escenario de intensos combates en los días inmediatamente posteriores al lanzamiento de la campaña en Basra.
Oficiales norteamericanos e iraquíes dijeron que lo más probable era que agentes de policía se convirtieran en desertores debido a las presiones en sus propios vecindarios. Dijeron que esto era especialmente verdad en zonas con fuerte presencia de milicias, como Ciudad Sáder, el bastión bagdadí del clérigo radical Muqtada Sáder y su milicia Ejército Mahdi. A diferencia de los soldados, la policía se presenta al servicio en las comunas donde viven.
Tres días después de que comenzara la ofensiva, Salman Freiji, jefe de la organización de Sáder en Ciudad Sáder, saludó a cuarenta hombres que dijo eran policías y soldados. Los hombres, con gafas oscuras y máscaras, dijeron a los periodistas que los acompañaban que ellos no lucharían contra sus compatriotas chiíes y querían entregar sus armas a Sáder. Videos y fotografías de periodistas muestran a Freiji dando a los hombres ramas de olivo y libros del Corán.
"Probablemente fue más por miedo que por lealtad a Sáder", dijo un oficial norteamericano en Bagdad al describir las probables razones de los policías para entregar sus armas. Dijo que informes previos habían indicado que la mayoría de las fuerzas de seguridad que habían desertado eran jóvenes reclutas que habían terminado hace poco su período de adiestramiento.
Cualquiera sean las razones, las deserciones son un signo de lo que los críticos dicen que son problemas más extendidos con la ofensiva ordenada por el primer ministro Nouri Maliki, incluyendo el despliegue inusualmente rápido de tropas todavía inseguras y sin de adiestramiento. Algunos dicen que esto delata la fragilidad del liderato de Maliki y augura problemas permanentes en momentos en que los niveles de tropas norteamericanas siguen siendo el foco de un debate en Washington.
"Hay una cierta bravuconería en el liderato iraquí actual, que creen que si se encuentran en alguna situación difícil les bastará con una demostración de fuerza para hacer que pasen las cosas que quieren", dijo el oficial norteamericano, que habló anónimamente debido a que critica al presidente iraquí respaldado por Estados Unidos.
"Se necesita mucho para planear una operación militar. Todas esas cosas no se han hecho todavía", dijo el oficial.
El embajador norteamericano Ryan Crocker reconoció haber sido tomado por sorpresa por el tamaño y alcance de la campaña de Maliki en Basra. El comandante de las tropas norteamericanas en Iraq, el general de ejército David H. Petraeus, aunque elogiando a Maliki por su resolución, dijo en un testimonio ante el Congreso la semana pasada que algunos elementos de la ofensiva iraquí eran una decepción, "pese a que todavía no ha terminado".
Ambos oficiales debieren responder a dudas sobre la ofensiva de Basra y sus sangrientas secuelas durante su comparecencia ante los legisladores en Washington. Sus declaraciones coincidieron con un aumento de las bajas civiles en todo Iraq por primera vez en varios meses, debido a los enfrentamientos desencadenados por la ofensiva de Basra.
Muchos legisladores presionaron a Petraeus para que predijera cuándo se podría reducir el nivel de tropas a menos de 140 mil sin poner en riesgo la seguridad. Este es el contingente de fuerzas estadounidenses que habrá en Iraq en julio cuando los 28.500 militares adicionales enviado allá en 2007 vuelvan a casa. Petraeus ha recomendado una pausa en la retirada de al menos 45 días después de eso, y dijo a los legisladores que sólo las condiciones en el terreno podrían determinar cuándo podrían marcharse más soldados.
Más de seiscientas personas, la mayoría de ellas civiles, han perdido la vida desde que Maliki lanzara su campaña. Los peores enfrentamientos han ocurrido en Ciudad Sáder.
Por primera vez en varios días, la extensa comuna de unos tres millones de personas, estuvo tranquila el domingo, pero la tensión era evidente.
En una pequeña casa en un callejón de tierra, cientos de mujeres, muchas de ellas sollozando, quejándose y golpeando sus pechos en una demostración de dolor, se lamentaban por el asesinato el viernes de un importante ayudante de Sáder, Riyadh Noori, que fue asesinado a balazos en la ciudad santa de Nayaf por atacantes no identificados.
Ahmad Chalabi, el representante del gobierno para la restauración de servicios básicos en Bagdad, se unió al padre y dos hermanos de Noori y cientos de asistentes en una tienda reservada para los hombres.
"Están furiosos por su pérdida, furiosos por la situación, y están furiosos porque cinco años después del derrocamiento de Saddam Hussein, todavía se sigue matando gente", dijo Chalabi más tarde.
Después de separarse de los deudos, Chalabi visitó una bodega en Ciudad Sáder que se supone almacena las raciones alimenticias que se distribuyen mensualmente a los vecinos. Allá, tuvo que hacer frente a un hombre enfurecido que a apenas centímetros de la cara de Chalabi acusó al gobierno de abandonar a su gente.
"¡Votamos por Maliki! ¿Y es así como nos protege?", gritó Hayoun Hamid Amir.
"Es uno de ustedes", replicó Chalabi, conservando la calma.
"¡No, no es uno de nosotros", gritó Amir.
Más tarde acusó a las tropas norteamericanas e iraquíes de disparar indiscriminadamente en zonas residenciales de Ciudad Sáder.
Es probable que las tensiones sigan altas en los bastiones del Ejército Mahdi mientras los parlamentarios iraquíes deliberan sobre un proyecto de ley que prohibiría que los partidos políticos con lazos con milicias participen en las próximas elecciones provinciales. El gabinete iraquí, que aprobó esa ley el domingo, debe presentarla la semana entrante al parlamento.
La reacción inicial subrayó las dificultades que tendrán que superar los legisladores a la hora de definir ‘milicia’ en un país donde prácticamente todas las organizaciones políticas dependen en algún grado de grupos armados para su protección y poder.
Los grupos mejor conocidos son el Ejército Mahdi y su rival, la Organización Báder del Consejo Supremo Islámico de Iraq. El consejo es el grupo político chií más grande del país y está aliado al Partido Islámico Dawa, de Maliki.
Los seguidores de Sáder dicen que el Ejército Mahdi no es una milicia. Miembros del Consejo Supremo Islámico de Iraq dice lo mismo sobre la Organización Báder.
"Una milicia es una fuerza militar con algún tipo de uniforme y salario", dice Falah Shanshai, un legislador del bloque sunní.
Dijo que el Ejército Mahdi es un "ejército religioso", dedicado a luchar a nombre del credo islámico y la libertad de los iraquíes para practicarlo.
Shanshai dijo que el asesinato de Noori era una prueba de que el Ejército Mahdi no existe como milicia armada. Si el Ejército Mahdi fuera una milicia, Noori habría estado rodeado de guardias armados y todavía estaría vivo, dijo Shanshai.
"Fue a las oraciones, y fue asesinado por una milicia armada cuando volvía a casa", dijo Shanshai.
No quiso explicitar a qué milicia responsabilizaba, pero el Ejército Mahdi y la Organización Báder están luchando por el control del sur de Iraq.
Un legislador del Consejo Supremo Islámico de Iraq negó que la Organización Báder fuera una milicia. La legisladora Layla Khafaji, dijo que sí había existido en el pasado, pero que ese aspecto había sido disuelto en 2004 en conformidad con un decreto emitido por la administración norteamericana de entonces. Los miembros retirados se han incorporado a las fuerzas armadas o a la policía o han encontrado otros trabajos, dijo.
"Nosotros no aceptamos a hombres con armas", dijo. "Todo partido que se incorpore al proceso político debería rechazarlos. Sus milicias no son necesarias".

Caesar Ahmed y Saif Hameed contribuyeron a este reportaje.

tina.susman@latimes.com

21 de abril de 2008
14 de abril de 2008
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impunidad por matanza de haditha


La Armada desecha acusación a cabo por matanza de Haditha.
Iraq. El Cuerpo de Marines desechó hoy cargos y concedió completa inmunidad a un militar acusado de homicidio involuntario en el caso del asesinato de veinticuatro iraquíes en la matanza de Haditha en 2005.
La acusación contra el soldado de primera clase Stephen Tatum, 26, de Edmond, Oklahoma, fue desechado cuando debía comparecer ante la corte marcial.
La fiscalía ha solicitado el testimonio de Tatum contra el jefe del escuadrón, el sargento Frank Wuterich, de Meriden, Connecticut.
La fiscalía dice que Wuterich dirigió el ataque directamente después de que una bomba improvisada matara a un soldado e hiriera a otros dos que venían en un convoy. Wuterich y otro marine mataron a balazos a cinco hombres cerca de donde momentos antes el comandante del escuadrón ordenó a sus hombres limpiar las casas con granadas y balas, matando a un grupo de civiles desarmados.
En febrero Tatum recibió la orden de declarar contra Wuterich y una orden de inmunidad no solicitada que decía que todo lo que dijera en su declaración no sería utilizado contra él en su juicio. El viernes se emitió una nueva orden de inmunidad junto con la desestimación de la acusación.
"El soldado de primera clase Tatum declarará la verdad si se lo llama a comparecer como testigo", dijo su abogado Jack Zimmerman.
Dijo que su cliente se sentía aliviado por las noticias y las consideraba una confirmación de su versión de que él y sus compañeros de escuadrón respondieron ante lo que percibieron como una amenaza tal como habían sido entrenados.
"Ha sido una mañana con buenas noticias", dijo Zimmerman.
Tatum fue el tercer recluta marine liberado de la acusación.
Otros cuatro marines fueron acusados inicialmente de homicidio y cuatro oficiales por no investigar las muertes. Pero el caso se ha reducido, y se han desechado todas las acusaciones de homicidio. Sólo dos oficiales siguen estando acusados.
El acusado de más rango es el teniente coronel Jeffrey R. Chessani, de Rangley, Colorado, comandante del Campamento Pendleton, base del Batallón No. 3, Primer Regimiento de Marines para el 19 de noviembre de 2005, el día de la masacre. Es el oficial de más alto rango en ser juzgado por una corte marcial por crímenes relacionados con la guerra desde la Guerra de Vietnam y debe comparecer ante la corte en abril.
Chessani, acusado de abandono del deber y negación de un orden legal, dijo que no ordenó una investigación formal porque creía que las muertes fueron el resultado de un combate legítimo.
Su abogado dijo que la desestimación del caso de Tatum otorgaba fiabilidad adicional a los reclamos de Chessani.
"Esta es una casa de naipes y ahora se está derrumbando", dijo Brian Rooney.
Además de los dos cargos por homicidio involuntario, Tatum fue acusado de negligencia criminal y agresión agravada.
Zimmerman dijo que no hubo acuerdo con la fiscalía antes de la desestimación de la acusación.
"No hay ningún acuerdo, en absoluto", dijo.
Zimmerman dijo que Tatum declarará si es llamado como testigo en juicios futuros, pero que declarará como testigo neutral, no como testigo de la fiscalía. Tatum, que ha sido reasignado a labores administrativas, ha prolongado su alistamiento por seis meses adicionales para estar disponible para lo que queda del juicio, dijo Zimmerman.
El portavoz del Campamento Pendleton, el teniente coronel Sean Gibson, dijo que la exoneración fue firmada por el teniente general Samuel Helland, que supervisa hoy los procesos de Haditha. La decisión de referir el caso de Tatum a una corte marcial fue tomada por el predecesor de Helland, el teniente general James Mattis, que revocó la conclusión de un oficial investigador de que los fiscales no presentaron suficientes evidencias como para juzgar a Tatum.
Wuterich es el único recluta que todavía está siendo sometido a juicio. Está acusado de nueve cargos por homicidio, agresión agravada, negligencia criminal y obstrucción a la justicia. Aún no se fija la fecha de su juicio.
El abogado civil de Wuterich, Neal Puckett, dijo que el retiro de la acusación contra de Tatum demostraba que el gobierno no tenía demasiadas evidencias contra su cliente.
"Creo que es una demostración más de lo débil que es la acusación de la fiscalía. De los cuatro marines que dispararon sus armas ese día, sólo uno está siendo acusado", dijo Puckett.
Un juez ha fijado una fecha en abril para la comparecencia ante la corte marcial del teniente primero Andrew Grayson, de Springboro, Ohio, el segundo oficial que todavía está acusado. Se lo acusa de prestar falso testimonio, obstrucción a la justicia e intentos de apartarse fraudulentamente del Cuerpo de Marines.

21 de abril de 2008
28 de marzo de 2008
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fosas comunes chiíes


Confesiones de milicianos chiíes revelan otra fosa común al sur de Bagdad.
[Kim Gamel] Bagdad, Iraq. Funcionarios iraquíes dijeron que las confesiones de milicianos chiíes condujeron el sábado al hallazgo de quince cuerpos más arrojados en fosas comunes al sur de Bagdad, el segundo hallazgo de este tipo en la semana.
Mientras se conocen más informaciones sobre la carnicería sectaria, mujeres cubiertas de negro y sosteniendo fotos de familia se apresuraron al embarrado terreno en Mahmoudiya con la esperanza de encontrar a sus familiares.
El espeluznante hallazgo se produjo dos días después de que tropas iraquíes encontraran los restos de treinta personas que se cree que fueron asesinadas hace más de un año y enterradas en tres casas abandonadas en otros lugares de la zona.
Las fosas comunes han estado apareciendo con creciente frecuencia a medida que operaciones militares norteamericanas e iraquíes empiezan a controlar antiguos bastiones militantes, permitiendo que las tropas redoblen sus patrullas en zonas previamente imposibles.
Pero las otras han sido encontradas principalmente en zonas sunníes en la provincia de Anbar al occidente y de Diyala al norte de la capital. Esas zonas estuvieron dominadas por al-Qaeda en Iraq hasta que las brutales tácticas de la organización provocaran que los líderes tribales sunníes se rebelaran contra ella.
Militares norteamericanos dijeron que las fosas comunes halladas en Mahmoudiya son las primeras que ser encontradas en la zona sur de Bagdad, conocida como el triángulo de la muerte antes de la reciente reducción de la violencia.
Los restos fueron encontradas después de que líderes milicianos detenidos recientemente confesaran el asesinato de decenas de sunníes así como de rivales chiíes y el entierro de los cuerpos en casas abandonadas y terrenos adyacentes, de acuerdo al ejército iraquí y a funcionarios del ayuntamiento.
El hallazgo ofreció nuevas evidencias de las atrocidades cometidas por escuadrones de la muerte chiíes que eran conocidos por secuestros y ejecuciones hasta que fueron sofrenados por la tregua iniciada el 29 de agosto por el clérigo antinorteamericano Muqtada al-Sáder, líder de la temida milicia Ejército Mahdi.
Cuerpos acribillados de balas siguen apareciendo en las calles de Bagdad y otras ciudades, pero ahora ya no se trata de las decenas de cadáveres de antes. El violento punto muerto en curso entre los combatientes de al-Sáder y las tropas iraquíes respaldadas por Estados Unidos ha hecho surgir temores de que la tregua pueda estar en peligro.
Trece de los cuerpos encontrados el sábado habían sido arrojados en una fosa a unos quinientos metros de la oficina local del movimiento de al-Sáder, mientras otros dos fueron enterrados juntos en una zona cercana, dijo el concejal Ather Kamil.
Un oficial del ejército iraquí, que habló a condición de preservar el anonimato porque no estaba autorizado para revelar información, dijo que los chiíes también habían sido víctimas de la violencia, pero que la mayoría de los cuerpos eran de sunníes.
Los vecinos dijeron que todo el mundo sabía que el Ejército Mahdi utilizaba como centros de detención las tres casas abandonadas donde el jueves se encontraron los restos, pero nadie preguntó qué estaba pasando dentro.
"Las fuerzas iraquíes encontraron muchos cuerpos en descomposición en esta casa y creo que los cuerpos han estado ahí durante bastante tiempo y ya no puede ser identificados", dijo el vecino Shihab al-Azawi.
Las autoridades dijeron que hasta el momento sólo se han podido identificar los restos de dos personas: una mujer sunní de 22 años que fue reconocida por su ropa por una enfermera de un hospital, y un empleado municipal sunní de 31 años que todavía llevaba su carné de identidad. Sus familias han huido de la zona.
En la inmensa mayoría de los casos de personas desaparecidas en Iraq, los familiares se quedan preguntando eternamente qué habrá pasado con ellas, porque los funcionarios iraquíes normalmente carecen de herramientas forenses como análisis de ADN o archivos dentales. Los insurgentes normalmente retiran los documentos de identidad después de asesinar a sus víctimas.
Pero desesperadas mujeres y niños lloraban y sacudían fotografías, con la esperanza de descubrir alguna señal de sus familiares desaparecidos cuando rodeaban a las tropas iraquíes que exhumaban los cuerpos el sábado.
Soldados norteamericanos se encargaron de la protección del sitio. Algunos helicópteros sobrevolaron el lugar. Otros soldados iraquíes siguieron rastreando el terreno desértico cercado por palmas, aparentemente buscando más cuerpos.
Laman Kamil, una ama de casa chií de 35 años, dijo que su hermano Ali desapareció hace unos seis meses cuando caminaba en dirección al mercado.
"Después de oír las noticias sobre esta fosa común corrimos al sitio y reconocí a mi hermano por su chándal azul y el dedo quebrado de una de sus manos", dijo, sollozando.
No se pudo determinar si también otros cuerpos habían sido reconocidos por familiares.
Mahmoudiya, una ciudad predominantemente chií de unos seiscientos mil habitantes, está situada en una zona de unos treinta y dos kilómetros al sur de Bagdad que cuenta con una volátil mezcla de extremistas a los dos lados de la división religiosa.
Los sunníes constituyen cerca del veinte por ciento de la población, pero muchas familias se han marchado para escapar de la campaña de limpieza sectaria y sus casas fueron a menudo incendiadas y sus pertenencias repartidas.
Los combatientes chiíes estaban indignados por los feroces ataques de los insurgentes sunníes, lo que provocó un furioso ciclo de violentas represalias.
Los atentados disminuyeron el año pasado con el cese el fuego de al-Sáder, la revuelta sunní contra al-Qaeda en Iraq y el aumento del nivel de tropas estadounidenses.
Un conteo de la Associated Press muestra que desde el 29 de mayo de 2007, al menos 662 cuerpos han sido desenterrados de fosas comunes -casi la mitad de ellos este año.
Todos, excepto los 45 de esta semana, se encontraron en barrios predominantemente sunníes en Bagdad y en bastiones de al-Qaeda al norte y oeste de la capital.

17 de abril de 2008
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en cárceles de mujeres en iraq


Mujeres encarceladas sufren maltratos. Algunas no saben por qué fueron arrestadas, y muchas son retenidas durante meses sin ver a un juez.
[Kimi Yoshino] Bagdad, Iraq. Tristes, miran con ojos cansados desde detrás de los barrotes de la cárcel de Kadhimiya. Las súplicas son desesperadas: "Juro que soy inocente". "Los detectives nos violaron". "Llevo ocho meses aquí y todavía no he visto a un juez".
Casi doscientas mujeres, algunas con sus hijos y bebés viviendo con ellas en sus celdas, se encuentran encarceladas en la única cárcel de mujeres de Bagdad. Sospechosas de asesinato comparten litera con mujeres acusadas de delitos de poca monta. Algunas no saben por qué fueron arrestadas.
"Las consideramos inocentes a todas, hasta que se pruebe que son culpables", dijo Abdul Qadir, asesor jurídico del vicepresidente iraquí Tariq Hashimi. "Tienen derechos constitucionales que garantizan su tratamiento".
Pero en país plagado por la corrupción, la protección de los derechos constitucionales es elusiva. Algunas mujeres informan que sus abogados han sido asesinados en camino a la cárcel. Otras dicen que los jueces han sido sobornados.
Una revisión del Times de casi tres horas de video -filmados dentro de la cárcel y proporcionados por Hashimi, que encabeza un llamado a respetar los derechos de los reclusos y a fundar un sistema judicial creíble- sugiere que los problemas son profundos y sistemáticos.
Los ministerios de Justicia, Información y Derechos Humanos negaron repetidas peticiones de un periodista para visitar la cárcel.
"Causará contradicciones y polémicas", dijo Busho Ibrahim, subsecretario de Justicia, encargado de las cárceles. "La gente empezará a hacer preguntas sobre derechos humanos y sobre si las reclusas son culpables o no... No puedo garantizar que no se violen los derechos humanos. Hemos tenido cuatro o cinco acusaciones, pero después de investigarlas resultaron ser falsas".
Pero en cartas escritas por reclusas abundan las historias de injusticias y tratos inhumanos, y la evidencia reunida por miembros del parlamento y activistas de derechos humanos indica que los problemas empiezan desde el momento en que una mujer es detenida.
"Esto no es aceptable en ninguna guerra nunca", dice la reclusa Suad Aziz Abbas, ex directora de una escuela primaria con treinta años de servicio, en uno de los videos.
Ella y su hija, una estudiante universitaria recién casada, fueron acusadas de homicidio, condenadas y sentenciadas a reclusión perpetua. Fueron detenidas cuando Abbas buscaba a su hijo único, un ingeniero del petróleo, que desapareció en 2004. Había pedido ayuda al ministerio de Derechos Humanos y en otros lugares, pero en vano.

"Siéntate y cállate"
Cuando oficiales de inteligencia del ministerio de Información la llamaron para decirle que habían encontrado a su hijo, ella se dirigió de inmediato al lugar -pero sólo para ser arrestada. No está claro a quién mataron Abbas y su hija; funcionarios de la cárcel se niegan a responder preguntas sobre el caso.
"Me dijeron que me sentara y que no hiciera preguntas", dijo Abbas, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. "Saquearon mi casa. Robaron todo. Me sentenciaron a prisión perpetua sin tener testigos oculares, sin pruebas. No conozco ni al asesino ni a la víctima".
Su hijo había muerto hacía un año, un hecho del que se enteró sólo después de recibir un informe de la morgue. Había sido torturado. Su cuerpo fue quemado.
En un memorándum confidencial dirigido a Midhat Mahmoud, presidente del Supremo Consejo Judicial de Iraq, el jefe de gabinete de Hashimi pidió que se revisaran el caso de Abbas y varios otros. Mahmoud no respondió a preguntas del Times sobre el caso de Abbas, ni sobre las acusaciones de otras mujeres que dicen que fueron violadas, golpeadas y maltratadas.
Una mujer dijo a Hashimi que había confesado un asesinato porque fue torturada por los detectives.
"Amenazaron con violarme", dijo. "Me desnudaron y me torturaron con electricidad y otros objetos. Después de que me torturaran admití haber cometido ese crimen".
Las acusaciones de las mujeres son rara vez investigadas, dijo Farah Saraj, directora de asuntos de la mujer de Hashimi, que encabeza los intentos de reformas en la cárcel.
Wijdan Salim, ministro de Derechos Humanos, dijo que las mujeres hacen las denuncias después de que ha pasado un buen tiempo. En otros casos, sus lesiones no son documentadas propiamente -un problema que está tratando de resolver contratando a una doctora para que trabaje en la cárcel.
"Estamos presionando al consejo judicial; estamos presionando al ministerio de Información", dijo Salim. "Estamos tratando de tener expedientes para trabajar mejor. Todo será mejor, paso a paso".
Más a menudo que no, las mujeres tienen pocos recursos, dijo Hania Mufti, de la Misión de Ayuda Humanitaria de Naciones Unidas para Iraq. "Las quejas son numerosas y se hace poco", dijo. "Todavía hay muy poca voluntad política como para acusar criminalmente a funcionarios que torturen".
En los raros casos en que se hace algo, dijo Mufti, el castigo es administrativo, no penal, tales como la suspensión o despido de agentes de policía o gendarmes.
Ibrahim negó que hubiese problemas, diciendo que podía "contar con los dedos de mis manos" los reclamos de torturas y maltratos: "Si la reclusa tiene quejas, tiene derechos y enviaremos a un detective". El único problema que reconoció Ibrahim fue que había retrasos serios en el poder judicial, un tema que dice que no controla.
Según la Constitución iraquí, los detenidos deben ser llevados ante un juez dentro de veinticuatro horas después de su detención. Durante esa audiencia, el juez determina si se sigue adelante y se formulan cargos y empieza el proceso de investigación. Pero normalmente toma meses o más que una mujer sea llevada ante un juez para enterarse de qué la acusan.
Después del aumento del nivel de tropas norteamericanas en Iraq y la campaña de seguridad en Bagdad, los retrasos se han hecho todavía peores, dijo Ibrahim, agregando que ha instado al consejo judicial a acelerar el proceso y contratar más jueces. Desde que empezara la campaña en febrero de 2007, el número de reclusos ha crecido de nueve mil a dieciséis mil, dijo.
Funcionarios del Supremo Consejo Judicial dijeron que había creado 54 comisiones judiciales para investigar los retrasos.

Sin Límite
Qadir, el asesor jurídico de Hashimi, dijo que los retrasos no se limitaban a la audiencia inicial. Las investigaciones toman meses, así como el proceso de liberación de detenidos que han sido absueltos.
"No hay límites en ningún nivel", dijo Qadir.
Una reclusa dijo que llevaba cuatro años en la cárcel sin que su caso fuera presentado a tribunales, dijo Amal Qadhi, parlamentaria.
"La acusan de robo", dijo Qadhi. "Tiene unos veinticinco años y ha intentado suicidarse cinco veces, porque ha estado esperando demasiado tiempo".

31 de marzo de 2008
22 de marzo de 2008
©los angeles times kimi.yoshino@latimes.com
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