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las lesbianas separatistas


Alapine, una comunidad lesbiana de Alabama.
[Sarah Kershaw] Que era como un paraíso para lesbianas decían las mujeres pioneras que se instalaron en St. Augustine, Florida, en los años setenta para vivir en comunidad en cabañas en la playa. Tras conocerse durante el fervor de los movimientos por los derechos homosexuales y la liberación de la mujer, construyeron una comunidad matriarcal donde no se permiten hombres y donde incluso la presencia de un niño llevado por visitantes provoca debates.
Emily Greene era una de esas pioneras, y a los 62 todavía prefiere vivir en un mundo aparte, sólo formado por lesbianas. Ella y otras diecinueve mujeres construyeron casas en un terreno rural de 121 hectáreas al nordeste de Alabama, donde las fundadoras de la comunidad de Florida, la Pagoda, se restablecieron en 1997.
Detrás de un portón cerrado cuyo código de seguridad es cambiado frecuentemente, las mujeres llevan una vida tranquila en la comunidad que llaman Alapine, que ha pasado en gran parte inadvertida a sus vecinos del Cinturón Bíblico -una tribu perdida de la era de principios de los años setenta, de comunas y feminismo radical. "Me vine a vivir aquí porque quería estar en la naturaleza y quería tener vecinas lesbianas", dijo Greene, una enfermera jubilada. Espera que las mujeres, de entre cincuenta y setenta y cinco años, puedan reunir suficiente dinero para construir en el lugar instalaciones de viviendas asistidas e iniciar una residencia.
Todos los días saca a pasear por el bosque a sus dos perros -Lily, una mestiza de border collie, y Rita Mae, una mestiza de terrier Jack Russell y beagle bautizada así en homenaje a Rita Mae Brown, activista feminista y autora del clásico de la literatura lésbica ‘Rubyfruit Jungle’. Greene recorta las ramas de un roble y se detiene ante la tumba de un venado que enterró en el bosque después de que fuera atropellado por un coche. Lo llamó Milagro [Miracle]. "Hablo con Milagro todos los días", dijo Greene. "Es una de los placeres de vivir aquí".
En estos días, ella y otros miembros se preocupan sobre el futuro de Alapine, que es una de cerca de cien poco conocidas comunidades de lesbianas de América del Norte, llamadas ‘tierras de mujeres’ [womyn’s lands], cuyas filosofías rectoras datan de una era que prácticamente ya quedó atrás en el tiempo.
Las comunidades, la mayoría en áreas rurales desde Oregon hasta Florida, tienen al menos dos miembros; Alapine es una de las más grandes. Con el paso del tiempo, muchas comunidades han perdido a sus residentes porque se han mudado o muerto. A medida que el movimiento de retirarse de la sociedad heterosexual pierde su atractivo para las lesbianas más jóvenes, las tierras de mujeres hacen frente a las mismas dificultades que los conventos católicos que luchan por atraer a mujeres a su modo de vida enclaustrado.
"La generación más joven no ha pasado por lo que pasamos nosotras", dijo Greene. Ella y otras mujeres de Alapine contaron que, de jóvenes, llevaban vidas dobles, pretendiendo en sus trabajos e incluso en sus matrimonios que eran heterosexuales. "Salí del clóset a mediados de los años sesenta, y entonces ni siquiera existía la palabra lesbiana", dijo Greene.
"Realmente tendremos que ver cómo seguimos con esto", agregó. "Podríamos desaparecer de aquí a veinte o veinticinco años".

Detrás del portón de Alapine, a unos ocho kilómetros del pueblo más cercano al sur de las montañas Apalaches, cerca de Georgia, las mujeres viven en casas sencillas o en caravanas dobles en caminos que han bautizado en homenaje a diosas, como Camino de Diana. Se reúnen para comer informalmente, ver películas o jugar y para sus "círculos comunitarios de luna llena", donde cantan, leen poemas y comparten ideas sobre tópicos como ‘Mercurio en retroceso: ¿Cómo afecta nuestra comunicación?’
Las mujeres accedieron a ser entrevistadas a condición de no revelar la ubicación exacta de sus casas, debido a que temen que sean hostigadas. Muchas de las tierras de mujeres de la red han evitado durante décadas la publicidad, llevando vidas protegidas y ofreciendo casas y propiedades disponibles de boca en boca o en pequeños boletines informativos y revistas lésbicas.
Pero las mujeres de Alapine accedieron a ser entrevistadas debido a su temor de que su comunidad de mujeres desaparezca si no llegan mujeres más jóvenes.
Winnie Adams, 66, que se describe a sí misma como una "lesbiana separatista y feminista radical", vendió su casa en Florida en 1999 para mudarse a Alapine. Antes en su vida había estado casada y tuvo dos hijas (ninguna de las cuales podría vivir aquí, porque no son lesbianas). Trabajaba como consultora de gestión de sistemas de información para reparticiones gubernamentales, dijo, pero cuando reconoció que era lesbiana el estrés y la discriminación la alejaron de su trabajo.
La pareja de Adams, Barbara Moore, 63, estuvo en el ejército en los años sesenta, cuando lo que describió como una "caza de brujas" de homosexuales y lesbianas en las fuerzas armadas la obligaron a marcharse.
Ambas mujeres, que como la mayoría de las otras en Alapine estuvieron casadas en el pasado y tuvieron hijos, dijeron que habían quedado profundamente afectadas por sus experiencias.
"Hice todo lo que se suponía que tenía que hacer", dijo Adams. "Fui a la universidad, conseguí un trabajo, me casé, tuve dos hijos. Pero no me sentía bien. No sabía que era lesbiana porque no sabía lo que era. Eran los años cincuenta y sesenta y nadie hablaba sobre eso. Reconocerlo y aceptarlo me tomó un buen tiempo".
Para Adams todas las decisiones que toma hoy -a qué restaurante ir, qué contratistas aproximar, qué música escuchar- son guiadas por su preferencia de estar rodeada de mujeres.
"Para mí, este es el mundo real", dijo. "Y es un mundo muy apacible. Lo único que oigo es el caer de las hojas. Me levanto en la mañana, salgo a la terraza y bailo y digo: ‘Otro glorioso día en la montaña’. Los hombres son violentos. Desde el momento en que entra un hombre, la dinámica cambia inmediatamente. Entonces prefiero no estar cerca".
Además de las veinte mujeres que viven en Alapine, algunas solas y algunas en parejas, quince más poseen terrenos para cuando se jubilen o para construir una casa de campo. Terrenos de una hectárea cuestan veinticinco mil dólares, y siete están todavía a la venta. Algunas residentes plantan frutas y verduras, y una pareja, Ellen Taylor, 75, y su pareja, Mary, 63, que no quiere revelar su apellido, tienen cuatro gallinas a las que llaman las Chicas Doradas.
Las residentes mantienen un bajo perfil entre sus vecinos, entre los cuales hay muchos bautistas, y dicen que no han habido incidentes hostiles, a diferencia de otras tierras de mujeres.
"Simplemente no queremos divulgar nuestro lesbianismo", dijo Morgana MacVicar, 61, una de las fundadoras de Alapine, que vive con su pareja de los últimos veinte años. "La gente sabe quiénes somos. Pero aquí no queremos a mujeres que lo transformen en política".
Las mujeres dijeron que a veces oyen referencias en el pueblo sobre "esas artistas", o "esas artesanas". En una cena hace poco en un restaurante local, quince miembros de Alapine, que hablaban en voz baja en torno a una mesa, atrajeron las miradas de algunos curiosos.
Un obstáculo para atraer a mujeres más jóvenes es el empleo. Muchas de las comunidades de lesbianas están ubicadas lejos de las ciudades y otras fuentes de empleo. Sólo una residente de Alapine tiene un trabajo de tiempo completo, como asistente social del pueblo. Las otras viven de los ahorros o de ingresos por asesorías o trabajos ocasionales.
Hay un estridente debate dentro y entre las tierras de mujeres sobre a quién aceptar. Muchas residentes apoyan un estricto separatismo lésbico, lo que quiere decir que los hombres sólo son admitidos como visitantes y que las mujeres heterosexuales y transexuales son excluidas.
Hace poco cuando una residente de Alapine recibió la visita de un nieto de seis años, se distribuyó un mensaje por correo electrónico entre las residentes, que solo era parcialmente humorístico: "Hay un hombre en el terreno".

Jane R. Dickie, profesora de estudios de la mujer y psicología en el Hope College de Chicago, que ha estudiado las tierras de mujeres, en Missouri, dijo que le asombraban las diferencias entre las residentes -feministas de una era anterior- y sus estudiantes.
"Entonces existía la necesidad real de identificarse como mujer y tener un espacio propio", dijo la doctora Dickie, 62, sobre el movimiento feminista de los años sesenta y setenta. "Sentíamos la necesidad de apartarnos, de hacer acopio de nuestras fuerzas y de nuestras propias capacidades. Pero hoy las jóvenes feministas retroceden ante la idea de una política de identidad, de ser uno en esta categoría". Entre las pocas mujeres más jóvenes que forman parte del movimiento, existe la preocupación de que las lesbianas de la vieja guardia son demasiado rígidas en una época en que se necesita mayor flexibilidad, aunque no sea más que por sobrevivir.
"Veo la situación y la idea de la utopía de las tierras de mujeres, y a menos que tengas una fuente ilimitada de dinero para ti misma, he visto que se marchan todas en la bancarrota", dijo Andrea Gibbs-Henson, 42, que vive en Camp Sister Spirit, una tierra de mujeres en Ovett, Mississippi, donde llegó a ser directora ejecutiva cuando su madre, una de las fundadoras, murió el año pasado. "Lo esencial es que el mundo es muy diverso. La idea misma de una utopía feminista es simplemente un ideal. Si nos dedicáramos a ofrecer servicios solamente a las lesbianas separatistas no sobreviviríamos".
Camp Sister Spirit tiene una política más flexible sobre a quién admitir en la comunidad; inclusive en Alapine, algunas mujeres no creen en el separatismo puro.
Pero Rand Hall, 63, una de las más nuevas residentes de Alapine, cuya hijastra de cincuenta años, se ha unido a ella en la propiedad, dijo que el separatismo todavía tiene sentido.
"Al otro lado del portón, está todavía el mundo de los hombres", dijo Hall, que se jubiló como editora de un diario homosexual y lésbico de Tampa y St. Petersburg, Florida, y se mudó a Alapine en 2006. "Y las mujeres allá no están seguras, punto. Es tan simple como eso".
"No tengo cortinas", dijo. "Y no tengo que preocuparme de si alguien está mirando cuando me desnudo o visto. Hay un sentido de comunidad, de apoyarnos unas a otras".
Hall agregó: "No somos competitivas. Las mujeres, cuando estamos juntas, tendemos a cooperar más. No se trata de que una tenga éxito y todas las demás fracasen, como en el mundo convencional, donde alguien tiene que estar arriba para que todos los demás estén abajo".
En Alapine, una fundación inmobiliaria de tres mujeres que empezaron una temprana comunidad de mujeres en Florida, vende terrenos a propietarias individuales. Si alguien decide vender, la fundación tiene el derecho a comprar la propiedad. Las mujeres de Alapine han decidido que serán una comunidad exclusiva de lesbianas. Reconocen que esto las podría hacer vulnerables ante impugnaciones de compradoras no-lesbianas, pero dicen que de momento no ha habido ninguna.
"No queremos pasar los últimos veinte años de nuestras vidas luchando por otra gran causa", dijo MacVicar. "Ya ha sido bastante duro vivir luchando estos últimos treinta años. Pero ahora somos una familia que quiere vivir y morir aquí".

30 de mayo de 2009
30 de enero de 2009
©new york times
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sobreviviendo con un poco de suerte


Shakhar Sahni se escapó de casa a los doce años para vivir en las calles de Dehli, donde aprendió rápidamente a ganar dinero y eludir a los matones.
[Mark Magnier] Nueva Dehli, India. Shekhar Sahni tiene un aspecto chulo, y un reproductor de música lleno de melodías indias y una arrogancia digna de alguien que venció al destino en una cultura en la que te machacan desde niño que tienes que aceptarlo.
El joven de veintiún años creció en las rudas calles de India y sueña con convertirse en una estrella de Bollywood. A Sahni le gustó la taquillera ‘Slumdog Millionaire’, pero no le impresionó mucho el modo en que describe la vida en la calle.
En una cosa no se equivoca, dijo Sahni, que trabaja para una organización benéfica de Nueva Delhi: la importancia del adiestramiento en la calle.
"Las calles te hacen listo", dijo. "Creces rápido".
Viven en las calles de Nueva Dehli trescientos mil niños con sus familias. Cincuenta mil niños viven solos, según Praveen Nair, miembro del consejo de administración del Salaam Baalak Trust, que ayudó a Sahni a salir de la calle. Los centros de gobierno y redes de beneficencia como Salaam Baalak no dan abasto, mientras que las bandas, con sus promesas de ropas elegantes y dinero fácil son a menudos los mejores reclutadores.
Sahni nació en la aldea de Kalyanpur en Bihar, un estado al este del país notorio por su pobreza y corrupción. Dijo que su familia era de clase media, pero su padre bebía y le golpeaba. Dijo que él mismo no era un hijo modelo, considerando sus vicios: fumar, jugar a las apuestas y mirar televisión interminablemente.
A los doce, impulsado por una impetuosa rabia, abordó un tren con destino a Nueva Delhi con algo de dinero que había robado -unos diez dólares.
Cuando estaba en el andén preguntándose qué hacer, un hombre llamado Dutta se acercó a él y le ofreció ayuda. Sahni había oído sobre ladrones que sedaban a los niños, les robaban el dinero, e incluso les mutilaban y les obligaban a mendigar. Pero estaba desesperado, y, según se dieron las cosas, la suerte estaba de su lado. Dutta lo alimentó, le indicó un lugar donde dormir en la estación de trenes y le enseñó a hurgar en la basura para recuperar reciclables.

Camaradería
Sahni se unió a otros tres niños solos. Dormían debajo de una escalera en el andén número doce, o en el tejado de un quiosco en el andén cinco mientras la gente se apresuraba a sus casas, bodas y reuniones de negocios. Pese a los ocasionales estallidos de nostalgia, se sentía libre viviendo en la calle.
"Era divertido", dijo, riendo. "Realmente divertido".
Los cuatro niños no hacían un fondo común con lo que ganaban hurgando en la basura, vendiendo los artículos en los sucios tenderetes de reciclaje cerca de la estación. Pero trabajar en grupo impedía que otros invadieran su territorio. En un día bueno hacía seis dólares. Pero lo normal era ganar dos dólares.
Algunos de los mejores botines venían en los trenes de larga distancia que llegaban al andén uno, que contenían desechos de mejor calidad. Recogían todo lo que valía algo, incluyendo las bandejas de metal de la estación, antes de que los aseadores y la policía ferroviaria los corrieran. Sahni fue golpeado dos veces por la policía, que tendía a capturar a los chicos más lentos, débiles o con menos experiencia. Después de eso, estuvo más alerta.
Las niñas se funden más rápido que los niños, dijo Sahni. A menudo se quedan embarazadas o se convierten en prostitutas, a veces por presiones de las bandas o de sus propios padres, desesperados por reunir dinero para comprar drogas. Y algunos de sus amigos, chicos y chicas, son abusados sexualmente en los albergues de la ciudad que alojan a adultos y a niños, agregó.
La poca educación sexual que reciben muchos niños de la calle, la reciben a menudo de sus compañeros, dijo.
Sahni, que nunca pidió limosna porque lo consideraba indigno, dijo que el negocio está bien organizado. Los matones reclutan a niños de la calle y algunas mujeres ‘alquilan’ a sus bebés a los mendigos por uno a dos dólares al día. A menudo los sedan, para que no lloren.
Después de seis meses de hurguetear en la basura, Sahni conoció a un hombre llamado Rahul que lo contrató para vender un refresco casero hecho en casa con agua y químicos, fundamentalmente a conductores de calesa, taxi y autobús. Ganaba trece dólares al mes, menos que con la basura, pero Rahul lo dejaba vivir con su familia.
Sahni dijo que también aprendió a cobrar más a los clientes para guardarse la diferencia.
Después de seis meses, se peleó con Rahul y volvió a la estación de trenes. Pero para entonces Dutta estaba en la cárcel y los niños a los que conocía habían desaparecido.
Un día cuando pensaba qué hacer, un funcionario de Salaam Baalak, que fue fundada por el director Mira Nair con las ganancias de su película de 1988 sobre niños de la calle, ‘Salaam Bombay’, se acercó a él y le ofreció comida, alojamiento y ropa.
Sahni no quería perder su independencia. Entonces el hombre le dijo lo que terminó de convencerlo: también podía mirar televisión.
Meses más tarde, volvió a su aldea a ver a sus padres, cinco hermanos y dos hermanas. Estaban aliviados de verlo vivo, y muchos en la aldea le pidieron que se quedara. Pero después de unas semanas, volvió, convencido de que su hogar y oportunidades estaban en Delhi.
"Allá me sentía como si fuera extranjero", dijo.

Adicción a las Drogas
A los dieciséis, pese a la organización que lo estaba ayudando, cayó en las drogas. Un tipo que lo impresionó por hablar bien el inglés le preguntó si quería esnifar el líquido del tipo que se usa para corregir errores de tipeo. Aceptó de buena gana, impresionado por su nuevo amigo, que esperaba le enseñara inglés.
Mientras Sahni describía su pasado, indicó dos pequeñas tiendas en la avenida Sangtrashan, en Paharganj, junto a la estación, que venden ese fluido a los niños, lo que es ilegal. Pasó un joven entonces, con la cara cubierta de fluido.
"Vuelve cuando quieras", dijo el tendero. "Siempre tenemos. ¿La policía? Mire, la estación está ahí. No hay motivos para preocuparse".
Sahni dijo que se enganchó al fluido. Lo echaba en un pañuelo e inhalaba profundamente o lo soplaba contra un ventilador, y luego se sentaba a mirar las hojas giratorias durante horas. "Me perdí", dijo. "Puede destruir todo: pulmones, células cerebrales".
Finalmente terminó en un centro de rehabilitación. Dejó de esnifar, aunque ha tenido recaídas.
Sahni lleva varios años trabajando para ayudar a los niños de la calle. La organización de beneficencia se plantea objetivos modestos, dicen los administradores: alimentar a los niños, alentarles a asearse en los grifos y a dibujar -cualquier cosa para sacarlos de la calle durante algunas horas.
Hace poco empezó a estudiar francés y español con la esperanza de convertirse en un guía profesional si acaso no consigue convertirse en una estrella de Bollywood.
"Todos tenemos sueños, pero la realidad es la realidad", dijo Sahni. "Tienes que ser práctico".

2 de mayo de 2009
21 de febrero de 2009
©los angeles times
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los nombres de salomon


Sol Berger, judío polaco, sobrevivió la Segunda Guerra Mundial asumiendo otras identidades. Volvió a ser él mismo a los 89 años.
[Tami Abdollah] A sus 89 años, Sol Berger ha tenido muchos nombres. Comenzó su vida en Polonia como Salomon Berger, luego se convirtió en Jan Jerzowski. Luego fue Ivan Marianowicz Jerzowski, luego Shlomo Harari, luego Sol.
Durante la Segunda Guerra Mundial y en el periodo de posguerra, esos nombres lo protegieron de los campos de concentración y finalmente le permitieron refugiarse en Estados Unidos.
Pero los nombres también obligaron a Berger, un joven judío, a vivir en constante temor debido a que entre las identidades que asumió se encontraban la de un guerrillero polaco y la de un teniente ruso. Con cada nombre, y cada historia de vida que tenía que recordar, podía ocultar un poco más del hombre verdadero.
Después de la guerra se instaló en Los Angeles y empezó a construir una nueva vida, esta vez como Sol Berger. Durante décadas no habló con nadie sobre lo que tuvo que vivir como Jan, Ivan y Shlomo.
Pero Berger llegó a descubrir que esas identidades, aunque falsas, eran una parte integral de su historia de vida. Y para honrar la memoria de sus padres y hermanos que murieron en la guerra, tenía que contarle al mundo cómo y por qué había adoptado todos esos nombres.

Salomon Berger (1940-1942)
Salomon fue golpeado severamente.
"Ya tuvo suficiente por hoy", oyó decir a un nazi después de dos horas de interrogatorio. Cuando sus interrogadores salieron del cuarto, Salomon, entonces de 20, vio una oportunidad para escapar. Delgado como riel con sus 45kilos, pasó por una pequeña ventana que tenía alambre de púa en el marco y descendió hasta el segundo piso.
Salomon había sido arrestado porque se había negado a presentarse para una cuadrilla de trabajos forzados. Después de escapar se ocultó en una casa judía en las cercanías, pero cometió el error de volver a casa en el sudeste de Polonia. Era 1940, un año después de la invasión alemana.
"Pensé que nadie iba a saber quién era yo", recordaría décadas después. "Volví a Krosno después de tres semanas, y la Gestapo me estaba esperando".
Los agentes de la Gestapo conocían el aspecto de Salomon porque habían estado usando la tienda de sastrería de su familia para lavar y remendar sus uniformes. Lo llevaron a una cárcel con otros prisioneros políticos, donde estuvo con diez católicos, incluyendo un sacerdote que decía misa y leía diariamente sermones sobre el cristianismo. Salomon escuchaba atentamente. Después de seis meses, sus padres sobornaron a los funcionarios para obtener su libertad.
La vida volvió a adquirir un aire de normalidad, pero en los siguientes dos años se empezaron a oír rumores sobre deportaciones y cámaras de gas.
La historia de lo que ocurrió después se basa en los recuerdos y documentos de Salomon. Archivos conservados en Yad Vashem, un museo dedicado al holocausto judío, corrobora que Sol y otros de sus familiares vivían en Krosno durante la guerra. Aaron Breitbart, investigador en el Centro Simon Wiesenthal de Los Angeles, dice que detalles claves de sus relatos coinciden con los antecedentes históricos.
Salomon recuerda, y Breitbart lo confirma, que la comunidad judía de Krosno recibió su orden de ‘reasentamiento’ el 9 de agosto de 1942, y los dos mil quinientos judíos de la ciudad se presentaron en el mercado a las nueve del día siguiente. El padre de Salomon fue incluido entre otros quinientos ancianos, hombres y mujeres, a los que ordenaron abordar un camión. Salomon empezó a llorar.
"Esta es la última vez", les dijo su padre a Salomon y sus tres hermanos. "Sé que nadie va a volver de este viaje. Pero quiero que me hagan una promesa. Traten de sobrevivir para poder contar esta historia".
Los camiones volvieron vacíos.
Salomon y sus hermanos -Moishe, Michael y Joshua- integraron junto a otros seiscientos prisioneros las cuadrillas de trabajos forzados de la zona.
Tres de sus cinco hermanas ya habían emigrado a Estados Unidos y una cuarta había muerto en un incidente violento contra los judíos en Alemania en 1938. Pero su hermano y la hermana restante estaban todavía en Polonia. Los dos fueron subidos a un vagón de ganado, trasladados al campo de exterminio de Belzec y asesinados en una cámara de gas.
Una parte de Krosno fue aislada como gueto. Un mes después, la Gestapo se llevó a otras cien personas, incluyendo a Michael y Moishe.
Quedaron sólo Salomon y Joshua. Poco después, conocieron a alguien que vendía documentos de identidad falsos. Como Jan Jerzowski, un nombre cristiano, Salomon logró salir de Krosno. Al día siguiente de su fuga, el gueto fue eliminado.

Jan Jerzowski (1942-1944)
Jan viajaba en un tren con destino al este de Polonia cuando la policía le pidió sus documentos.
Los agentes persistieron y le preguntaron si había hecho la Primera Comunión. Les aseguró que sí. No satisfechos, le pidieron que rezara algo. Recordando lo que había aprendido del sacerdote, Jan recitó el Padrenuestro.
La policía lo dejó ir.
Joshua no tuvo tanta suerte. Los hermanos se habían separado para pasar la noche, pero no lo volvería a ver nunca más.
Jan se mudó a Niznow, donde conoció a Tadeusz Duchowski, el marido de una amiga de la familia que lo había ayudado a escapar de Krosno. Duchowski supervisaba una cuadrilla de construcción y Jan se incorporó al equipo, todos ellos cristianos.
Duchowski no podía inscribir a Jan en los libros -apuntarlo como un trabajador adicional podría despertar sospechas- y no tenía dinero para pagar a un trabajador extra. Pero el trabajo servía como fachada. Para ganar dinero, Jan hacía peguitas; también había ahorrado treinta dólares americanos, comprados en el mercado negro, cosiéndolos en su ropa.
Un día, un miembro del equipo lo apartó a un lado y le dijo: "Vamos a dar un paseo". El hombre lo miró inquisitivamente. "¿Eres tú...?"
"No, no lo soy", dijo Jan, cortándolo.
La conversación se desvió hacia la guerra. Y entonces el hombre le dio algunos consejos.
"Déjame corregirte en dos cosas", dijo el hombre. "Cuando bebas té y tengas un cubo de azúcar, pónlo en la taza, no lo muerdas. Y nunca comas semillas de girasol".
"¿Por qué?"
"Porque los judíos tienen el hábito de comer y beber esas cosas de ese modo".
Luego le señaló algunas palabras que Jan pronunciaba con "acento". Jan nunca admitió que era judío, pero escuchó atentamente. Le preocupaba que, de noche, pudiera delatarse a sí mismo hablando mientras dormía.
Después de tres meses, el puente estuvo terminado y Jan se unió a guerrilleros polacos que luchaban contra los alemanes colocando minas en los rieles del ferrocarril y cometiendo otros actos de sabotaje.
Una vez oyó decir a uno de sus camaradas que, aunque los nazis eran terribles, "mataron a los judíos por nosotros".
Pretendía ser un combatiente decidido. Algunos de sus compañeros guerrilleros hablaban ruso, así que empezó a aprender el idioma. Se obligaba a tragar vasos de vodka hecho en casa y luego se escabullía para vomitar. Cuando llegaban a un río y tenía oportunidad de bañarse, Jan lo hacía en ropa interior para que los otros no vieran que estaba circuncidado.
Una vez, cuando estaba siendo interrogado por un oficial alemán cuando partía en tren hacia una misión para la resistencia, replicó en polaco: "No entiendo alemán", aunque lo hacía. Sabía que los polacos cristianos rara vez hablaban alemán; los judíos, con su yiddish, podían entenderlo.
El oficial lo dejó pasar.
En marzo de 1944 los rusos llegaron a Polonia y Jan fue obligado a enrolarse en el ejército soviético. Le dieron nuevos papeles de identidad, ahora con un nombre ruso. Debido a que el padre de Jan Jerzowski había sido inscrito como Marian, ahora se llamaría Ivan Marianowicz Jerzowski.

Ivan Marianowicz Jerzowski (1944-1945)
Muchos guerrilleros polacos y otros soldados rusos enrolados recientemente eran enviados al frente, pero Ivan no quería morir. Vio a un prisionero alemán con un reloj de oro y se lo quitó para negociar su vida con un comandante ruso. Ivan podía hablar polaco, ruso y alemán, observó. ¿No podría ser usado en algo?
Ivan, entonces de veinticinco años, fue destinado a la sección de interrogatorios para traducir las respuestas de los prisioneros alemanes. En abril de 1945 tuvo permiso del ejército y empezó a buscar a amigos y familiares sobrevivientes. En el camino se enteró de que su hermano Moishe había sido ahorcado en Auschwitz.
Durante los últimos años, Ivan había jugado con la idea de seguir siendo católico. Había vivido como tal durante tanto tiempo, yendo a la iglesia todos los días, que el cristianismo parecía estar grabado en su mente, y la vida era más fácil como cristiano que como judío.
Pero una vez que se volvió a ver con judíos en Cracovia, retornó a su legado. "No quiero vivir una vida llena de mentiras", se dijo a sí mismo. "Nací judío, sobreviví y eso es lo que voy a ser".
Tomó contacto con un comité judío que ayudaba a sobrevivientes de campos de concentración a conseguir documentos de identidad falsos que eran necesarios para viajar a Palestina. En la sede del comité conoció a una guapa joven polaca llamada Gusta Friedman. Había sobrevivido haciéndose pasar por cristiana, bajo el nombre de Waldislava Urbanska.
Ivan se presentó a sí mismo.
"No salgo con rusos", le dijo ella, mirando su uniforme. Le dijo que en realidad era judío, y que viajaba a Palestina al día siguiente. Si quería ir con él, debería volver al día siguiente a las diez de la mañana.
A la mañana siguiente estaba ahí.
Planeaban viajar a Rumania, desde donde zarpaban buques en dirección a Palestina. Pero Ivan oyó que era más fácil entrar al país si se viajaba desde algún país del sur de Europa, antes que del norte. Eso quería decir que tenía que buscarse otro apodo.

Shlomo Harari (1945)
Se quitó el uniforme soviético y se puso un traje verde marrón que había comprado en Cracovia. Viajaría a Rumania a través de Checoslovaquia en un vagón para el ganado, abierto -una más de las millones de personas que cruzaban Europa en todas direcciones buscando a los sobrevivientes y una nueva vida.
"Me convertí en Shlomo Harari, un griego que volvía a casa".
El 7 de mayo de 1945 el tren llegó a Debracin, Hungría, y los pasajeros pasaron la noche en el suelo de una escuela. En la mañana, Shlomo despertó en medio de gritos de júbilo y fuegos artificiales. Alemania se había rendido.
Dos semanas después, Shlomo y Gusta se casaron en la ciudad rumana de Klush. Pero no había luna de miel en Palestina. En Bucarest se enteraron de que no había buques disponibles y en lugar de eso se marcharon a Italia, a un campo para personas desplazadas.
"Y aquí me convertí de nuevo en Salomon Berger", dijo décadas después. "Sabía que si quería llegar a un algún lugar, tenía que mostrar un pasaporte válido".

Sol Berger (1946-presente)
Mientras contactaba a sus hermanas en Estados Unidos para conseguir un visado de trabajo, Salomon se enteró de que su hermano menor, Michael, había sobrevivido Auschwitz y estaba viviendo en Los Angeles.
Pasaron cinco años -tres en el campo para personas desplazadas, donde nació su hijo Jack, y dos años en Inglaterra antes de que Salomon recibiera una llamada de la embajada estadounidense en Londres para que pasara a recoger las visas de la familia.
En junio de 1950 llegó a la Union Station en Los Angeles. Michael le dijo: "Si te preguntan cómo lograste sobrevivir, no digas nada. Porque la gente aquí... dicen que ellos también sufrieron. Teníamos que hacer la cola para comprar gasolina. Teníamos que estar en lista de espera para comprar un coche, y no teníamos carne...".
Salomon vivía en Los Angeles Oeste, sobrevivían haciendo peguitas y como modisto y finalmente abrió con Michael una botillería cerca del Coliseo. Con su nueva vida quería un nuevo nombre: Sol. Es el nombre que aparece en sus documentos de identidad.
A los 57 se inscribió en el West Los Angeles Community College y estudió derecho comercial, contabilidad y administración de bienes raíces. Se convirtió en el mejor vendedor de Fred Sands Realtors en Beverly Hills y prosperó, aunque a veces tuvo que luchar contra la depresión, una de las secuelas de la guerra.
Finalmente Michael decidió que mantener el silencio sobre la guerra no tenía ningún sentido y solicitó a la posición de docente en el Museo de la Tolerancia. Sol, sin embargo, todavía obedecía la temprana admonición de su hermano y nunca habló sobre esos terribles años.
En 1994, Michael, fumador en cadena, se estaba muriendo de cáncer. Como recordó Sol: "Me dijo: ‘Quiero que me hagas un favor. Quiero que cuentes la historia de cómo sobrevivimos, y todo lo demás que recuerdes".
Tras la muerte de Michael, Sol entró al museo por primera vez.
En los últimos quince años Sol ha dictado charlas a los visitantes del museo hasta tres veces a la semana. Al principio le resultaba difícil. A menudo se echaba a llorar. Pero lo fue superando y contar la historia de su familia y sus años como Jan, Ivan y Shlomo fue para él como seguir una especie de terapia que lo ayudó a combatir su depresión.
No puede andar muy bien, pero cuando habla, lo hace de pie durante una hora, sus mechones blancos bailando en su cabeza cada vez más calva mientras gesticula para dejar claro algún argumento.
"Esto es lo que tengo que hacer", dice.
Había resuelto no volver nunca a Polonia y a sus dolorosos recuerdos, pero en diciembre pasado sintió la necesidad de viajar a Auschwitz, donde murió su hermano Moishe. Recitó el kaddish, la oración de los difuntos, ante la fosa común cerca de Krosno, donde fue enterrado su padre.
Visitó el antiguo gueto que quedaba a una cuadra de donde había crecido. Allá conoció a Henryk Duchowski, el hijo de una pareja que le habían ayudado a escapar con vida. Duchowski lo llama ‘Yashu’, como se llama a los Juanes. Pero para todos los demás, fue y sigue siendo Sol Berger.

10 de abril de 2009
16 de febrero de 2009
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mansión misteriosa


Asesinato en el cerro Los Feliz. La mansión en la cima del cerro donde el doctor Harold Perelson mató a su esposa y luego se suicidó en 1959, ha estado vacía desde entonces. En la casa, es como si el tiempo se hubiese detenido en 1959. Hay regalos todavía sin abrir. ¿Por qué?
[Bob Pool] Es un enigma policial que ha intrigado al barrio de Los Feliz desde 1959.
El caso criminal fue resuelto parcialmente en poco tiempo. Según los detectives de homicidios el doctor Harold Perelson aporreó a su mujer hasta la muerte con un martillo de bola, golpeó salvajemente a su hija de dieciocho y luego se envenenó a sí mismo tragándose un vaso de ácido.
Las autoridades retiraron a otros dos niños de la enorme mansión en el cerro con vista al centro de Los Angeles, clausurando la puerta principal de la mansión de media hectárea, y se marcharon.
Cincuenta años más tarde, la casa de Glendower Place sigue vacía.
Los terrenos en terraza de la mansión están salpicados por hoyos de taltuzas y la hierba que brotó después de las últimas lluvias -hierbas que los vecinos saben que se volverán marrones cuando vuelva el verano. La lluvia ha rellenado una de las fuentes. La hierba emerge por entre las grietas del camino asfaltado que lleva a la casa.
Desde fuera, pareciera que la mansión se deteriora poco a poco.
A través de los ventanales sucios y rajados, se pueden ver los muebles cubiertos de polvo, incluyendo un televisor de los años cincuenta, aparentemente congelado en el tiempo. Sobre una mesa hay lo que parece ser un alegre regalo de Navidad.
Y en los cerros cercanos al Teatro Griego, las preguntas persisten:
¿Por qué el dueño actual de la casa la mantiene tal como estaba el 6 de diciembre de 1959? ¿Volverá una familia a llenar de vida esta mansión descrita en letreros de venta en el pasado como "bonita" y "agradable"?
Construida en 1925, la casa de estilo español de tres plantas tiene un sótano que era el cuarto de la criada. La primera planta tiene un vestíbulo flanqueado por un invernadero de cristal y un enorme salón. En la parte de atrás hay un cuarto de estar, un comedor y una cocina.
En la segunda planta hay cuatro dormitorios principales. Un bien equipado bar que mide seis por once metros se encuentra en el tercer nivel.
Expertos en propiedad inmobiliaria han sugerido que la mansión, con su espectacular vista de la Cuenca de Los Angeles y la Península de Palos Verdes, podría reportar hasta 2.9 millones de dólares, de llegar a venderse.
"Desde el asesinato, no ha vivido nadie allí", dijo la doctora Chery Lewis, que se crió al otro lado de la mansión y todavía vive en el barrio.
Lewis recuerda vívidamente la mañana cuando Perelson, 50, mató a su esposa de 42 años, Lillian, y golpeó salvajemente a su hija adolescente.
Cuando los dos hijos menores despertaron con los gritos de las víctimas, Perelson les dijo que habían tenido una pesadilla, contó la hija pequeña a la policía. "Vuelvan a dormir. Fue una pesadilla", le dijo a Debbie, de once. Ella y su hermano de trece, Joel, escaparon ilesos.
Judye Perelson, de dieciocho, escapó corriendo de la mansión y llegó a duras penas a una casa vecina. Fue atendida en el Central Receiving Hospital y luego llevada al Hospital General, posiblemente con el cráneo fracturado, informó el Times al día siguiente.
"Judye llegó a nuestra puerta. Recuerdo haberme manchado con su sangre", recuerda Lewis, ahora una dentista en Beverly Hills.
"Yo trabajaba allá cuidando a los niños. En realidad, se suponía que tenía que pasar la noche siguiente con ellos".
La policía encontró a Perelson muerto en el suelo junto a la cama empapada de sangre de su mujer. Todavía tenía el martillo en su mano. En una mesita de noche junto a la cama, los detectives hallaron un ejemplar abierto de la ‘Divina Comedia’ de Dante, abierta en el Canto 1.
"A mitad de camino en el viaje de nuestra vida, me encontré a mí mismo en la oscuridad de un bosque, pues había perdido el camino recto...", decía el pasaje.
Los detectives especularon que Perelson, médico afiliado a una clínica Inglewood, estaba desesperado por sus problemas económicos.
En el coche deportivo de Judye Perelson la policía encontró una nota escrita a una tía que decía "empezó nuevamente el carrusel, los mismos problemas, los mismos aprietos, pero multiplicados por diez. Mis padres están en apuros económicos". La adolescente hablaba de buscar trabajo para ayudar a la familia.
Después del desastre, los familiares se llevaron a los niños de Perelson a la Costa Este, dijo Lewis. Se desconoce el paradero actual de los tres.
La historia del homicidio con suicidio y la mansión cerrada se ha contado y vuelto a contar innumerables veces desde entonces, toda vez que llega alguien a vivir al barrio o cuando llegan visitantes.
El pintor de brocha gorda, Steve Kalupski, se asombró un día de verano hace ocho años cuando miró hacia la mansión desde una casa vecina donde estaba trabajando. A través de una ventana sucia, dijo que pudo ver regalos apilados junto a lo que parecía ser un árbol de Navidad.
"Le pregunté a la dueña de la casa donde estábamos trabajando por qué estaba allá, y ella me contó la historia", dijo Kalupski, residente de Hollywood que ahora trabaja en una agencia publicitaria.
Sus amigos no le creyeron cuando les contó lo que había visto. Así que empezó el ritual de llevarlos al cerro Los Feliz para mostrarles la mansión abandonada. Hace dos meses llevó allá a la empresaria de internet de Hollywood, Babette Papaj. "Estaba oscuro y me dio miedo. No me atreví a salir del coche", dijo.
Sheree Waterson, una vecina de Glendower Place, dijo que un amigo de ella trató una noche de entrar a la mansión en lo que describe como un "momento de Nancy Drew".
La mujer empujó una puerta trasera y entró, pero no llegó demasiado lejos porque sonó la alarma antirrobo. Se volvió y se marchó, bromeando más tarde sobre  "fantasmas" cuando volvió a casa de Waterson. Pronto sintió un punzante dolor en la mano.
"Había sido mordida por una viuda negra. Se le empezó a hinchar una vena roja. Teníamos que buscar un doctor", dijo Waterson, ejecutiva de la compañía de ropa.
"Dos noches después se echó a sonar la alarma en la puerta de atrás de mi casa. Pero no había nadie. Era como si nos estuviera siguiendo un fantasma".
Un año después del asesinato, en 1960, la mansión fue vendida en una acción por un juzgado de sucesiones a una pareja de Lincoln Heights, Emily y Julián Enríquez. Los vecinos recuerdan que la pareja visitó la casa y compraron algunos muebles que almacenaron, pero no se mudaron a vivir allá.
Con el tiempo, la mansión empezó a deteriorarse. Las lámparas antiguas que databan de los años veinte, desaparecieron del jardín.
Con los años los vecinos dicen que han ayudado a mantener la propiedad pintando un garaje que da a la calle y arreglando el jardín. Colocaron una cadena en el camino que lleva a la parte de atrás de la mansión, dando a cada residente una llave del candado.
Hace algunos años el ayuntamiento exigió que el dueño actual, Rudy Enríquez, remplazara el estuco que se había descascarado de las paredes laterales y del frontis de la casa y volviera a pintar la casa, dicen los vecinos.
"Tuvimos problemas serios", explicó Jude Margolis, ex vecina que ahora vive en Hancock Park.
"Empezaron a llegar putas. Todo el mundo llevaba allá a sus invitados. Una noche estaba sentada fuera y vi a un grupo de gente haciendo picnic en el patio trasero", contó Margolis, artista. (La alarma antirrobo fue instalada después de eso).
Enríquez heredó la mansión cuando murió su madre en 1994. Desde entonces, ha sido aproximado muchas veces por compradores potenciales, pero se ha negado a vender. Les dice a todos que todavía no decide qué hacer con la propiedad.
"Le pregunté que por qué no la arrendaba. No puedes tener una casa vacía durante cincuenta años sin que se arruine. Ahora está para ser demolida. Es una pena", dijo Margolis.
Enríquez nunca la invitó a la mansión cuando la visitó. Otro vecino, Steven Hurley, tampoco ha estado nunca dentro.
"Circulan todo tipo de historias sobre la casa. Rudy es un hombre muy amable. Simplemente no tiene ningún interés en hacer nada con la casa. No la venderá nunca", dijo Hurley, gerente de ventas de una compañía de electricidad.
Enríquez, gerente de una tienda de discos jubilado, dijo que no tiene planes específicos. "No sé dónde quiero vivir. No sé si quiero quedarme aquí", dijo. Podría marcharse a Hawai o a Arizona, agregó.
Pero eso no tiene nada que ver con el violento pasado de la mansión.
"Nunca la he visto como si estuviera embrujada", dijo. "Durante un tiempo tuve dos gatos en la casa y tenía que ir a menudo a alimentarlos. Todavía voy allá a menudo -de hecho, estuve allá la noche pasada. Creo que voy a ir más a menudo.
"La única cosa espeluznante que hay allá soy yo. Diga a la gente que recen todas las mañanas y noches y estarán bien".

Robin Mayper contribuyó a este reportaje.

15 de febrero de 2009
6 de febrero de 2009
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lo llaman capitán nemo


Las autoridades dicen que Enrique Portocarrero es un imaginativo creador de submarinos furtivos, llamados semi-sumergibles, utilizados por traficantes de cocaína para eludir su detección.
[Chris Kraul] Tumaco, Colombia. Rechoncho, de cuello grueso y aspecto huraño, Enrique Portocarrero no se parece en nada a los elegantes personajes de las novelas de ciencia ficción de Julio Verne.
Pero funcionarios policiales lo han apodado aquí ‘Capitán Nemo’, por el siniestro genio de ‘Veinte mil leguas de viaje submarino’. Dicen que el hombre de 45 años ha diseñado y construido hasta veinte submarinos de fibra de cristal, extrañas embarcaciones con aspecto de criaturas del mar, para que los traficantes de drogas transporten cocaína desde esta zona del sur de Colombia hasta América Central y México.
Redondeando una investigación de tres años realizada por agentes antinarcóticos estadounidenses y británicos, el equivalente colombiano del FBI, el Departamento de Seguridad Administrativa, arrestaron a Portocarrero el mes pasado en la violenta ciudad portuaria de Buenaventura donde se dice que llevaba una doble vida como pescador de camarones.
Un día después allanaron el ‘astillero’ clandestino de Portocarrero en un pantano de mangle a unos treinta y dos kilómetros al sur de aquí y destruyeron dos de los buques, que según la policía tenían una tara de ocho toneladas de cargo.
"Tenía una maravillosa visión criminal", dijo el capitán de marina colombiano Luis Germán Borrero. "Introdujo innovaciones,  como una proa que produce muy poca estela, una torreta que se eleva a sólo un pie sobre el nivel del agua y un sistema de válvulas que permite que la tripulación sumerja el submarino en apenas diez minutos. Es muy creativo".
Las autoridades dicen que saben poco sobre Portocarrero, excepto que fue detenido en 2003 por cargos de narcotráfico y liberado al poco tiempo, un hecho que contó con una sonrisita cuando fue capturado el mes pasado. Más importante, trabajó en el pasado en un dique seco en Buenaventura, donde aparentemente aprendió su oficio.
Portocarrero vivía bien. La policía, que informó que había encontrado doscientos mil dólares escondidos en una llanta de repuesto, dijo que había invertido sus ganancias de un millón de dólares en la compra de cinco lanchas camaroneras.
Funcionarios de Seguridad Administrativa dicen que Portocarrero ayudó a inventar los ‘semi-sumergibles’, como se llama a los navíos de los narcos, porque no se sumergen y vuelven a la superficie como los verdaderos submarinos, sino que navegan justo debajo de la superficie.
Para los funcionarios de antinarcóticos, las naves de Portocarrero son difíciles de detectar en mar abierto debido a que su pequeña estela crea una ‘huella’ de radar desdeñable. Además, dicen las autoridades, los gases son soltados por tuberías debajo de la superficie, lo que elude a los equipos sensores de calor de los aviones policiales.
"Conocía los rudimentos del diseño de navíos, pero probablemente contó con la ayuda de algún ingeniero náutico", dijo Borrero.
Portocarrero desarrolló un diseño propio, dice la policía: un casco liso en forma de V; una quilla sólida, que es la espina dorsal de la nave; y un sistema de tuberías que hace que la nave se vea como un monstruo marino.
Ha habido un salto cuántico en la detección y captura de semi-sumergibles en los últimos dos años. Este año se han requisado, destruido o hundido en el Pacífico y el Caribe quince naves, en comparación con sólo una en 2006, dijo el contralmirante Joseph Nimmich, director del Comando Conjunto Sur [Joint Interagency Task Force South], el centro de antinarcóticos del Pentágono, en Key West, Florida.
Calculó que hasta sesenta navíos han eludido a las patrullas para entregar cocaína en México y América Central. Agentes colombianos dicen que Portocarrero puede haber estado a cargo de la construcción de casi un tercio de los submarinos de este año.
La tendencia preocupa a funcionarios de seguridad estadounidenses debido al potencial de las embarcaciones para el transporte de armas y terroristas.
"Si no pueden ganar dinero transportando drogas, siempre pueden dedicarse a otra cosa, como el transporte de cargos ilegales", dijo Nimmich.
El mes pasado un congreso sobre el tema en la ciudad colombiana de Cartagena contó con la asistencia de autoridades de veintiséis países, incluyendo a Venezuela, que ha puesto fin a su colaboración con agentes antinarcóticos norteamericanos.
Se trata del más reciente episodio de este juego entre el gato y el ratón entre los narcotraficantes y los funcionarios antinarcóticos. Las autoridades creen que los mayores controles de los pesqueros colombianos y ecuatorianos, a menudo utilizados en el transporte de drogas, fueron un factor que influyó en el giro hacia los submarinos. Desde mediados de 2007, todas las lanchas pesqueras de la región han sido obligadas a llevar dispositivos GPS de modo que la policía pueda trazar sus movimientos.
La armada y policía colombianas también dicen que las lanchas motoras llamadas Midnight Express, proporcionadas por Estados Unidos, han mejorado sus posibilidades de perseguir a las lanchas con motores fuera de borda, que eran antes el modo de transporte preferido.
"La velocidad ya no estaba ganando", dijo un alto funcionario de la Administración Antinarcóticos de Estados Unidos (DEA), estacionado en Colombia, que observó el "aumento exponencial"en el uso de embarcaciones semi-sumergibles en los últimos años. Habló a condición de conservar el anonimato debido a medidas de seguridad.
La policía dice que varios narcotraficantes, con la intención de recuperar la ventaja, se reunieron para combinar sus cargos y comprar los navíos de Portocarrero, que demoraba unos seis meses en construir cada uno, dijo un informante que llevó a los funcionarios de la guardia costera colombiana al astillero de Portocarrero en el pantano de mangle. Cada navío era diseñado de acuerdo a la carga de drogas, dijo el informante, con un máximo de diez toneladas de cocaína, por un valor de 250 millones de dólares a precio de calle.
Los navíos de Portocarrero medían hasta dieciocho metros de largo y estaban equipados con complejos sistemas de lastre, comunicaciones y electrónico, dijeron los funcionarios. Normalmente poseían máquinas diesel de 350 caballos de fuerza, y las tripulaciones de cuatro hombres contaban con comunicaciones radiales, GPS y de teléfono satelital de vanguardia.
Los submarinos tienen un rango de tres mil doscientos kilómetros, más que suficiente para llegar desde aquí hasta la Bahía de Tehuantepec, en México, un destino favorito, dijo Borrero.
Aunque los submarinos ponen a prueba la capacidad de los funcionarios antinarcóticos, funcionarios de la DEA dicen que están obteniendo mejores resultados en su detección de los submarinos, gracias a los sistemas computarizados de los aviones patrulleros británicos.
La policía también ha contado con una ley aprobada en octubre por el Congreso estadounidense que hace posible condenar a la tripulación de un navío sobre la base de evidencias visuales de que estaban tripulando los submarinos. Antes, las tripulaciones eludían la persecución judicial simplemente hundiendo la nave y deshaciéndose de las drogas, privando a los agentes de policía de las evidencias que necesitaban.
Las autoridades colombianas dicen que esperan que Portocarrero sea extraditado a Estados Unidos, aunque este país todavía no presenta cargos contra él.
Algunos funcionarios temen que sólo sea una cuestión de tiempo antes de que los narcotraficantes den el siguiente paso "lógico": el uso de submarinos de verdad. Aunque no se han detectado nunca a submarinos con cocaína, las autoridades descubrieron uno cerca de Bogotá en 1995, que estaba siendo construido con planos rusos.
"A medida que aumentan las capturas de semi-sumergibles, como viene ocurriendo, los narcotraficantes volverán a las lanchas rápidas con motores fuera de borda, o darán el siguiente paso: un navío completamente sumergible, sin tripulación, manejados por control remoto", dijo el funcionario de la DEA. "Esto último preocupa a muchas más agencias que sólo la DEA".

7 de febrero de 2009
14 de diciembre de 2009
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ojo por ojo


Musulmán despechado dejó ciega a mujer.
[Thomas Erdbrink] Teherán, Irán. A Ameneh Bahrami le gustaban la fotografía y las vistas de montaña. Su trabajo para una compañía de equipos médicos le garantizaba su independencia económica. Varios hombres la habían pedido en matrimonio, pero la electricista de ojos de color castaño los había rechazado a todos. "Me quería casar, pero con el hombre al que quisiera de verdad", dijo.
Hace cuatro años, un pretendiente despechado vertió un cubo de ácido sulfúrico sobre su cabeza, dejándola ciega y desfigurada.
A fines del mes pasado, un tribunal iraní ordenó que se echaran cinco gotas del mismo químico en los ojos de su agresor, acogiendo la demanda de Bahrami de que fuera castigado según un principio de la jurisprudencia islámica que permite que la víctima pida retribución por un crimen. La sentencia no ha sido ejecutada aún.
La aplicación de castigos corporales permitidos por la ley islámica, incluyendo los azotes, las amputaciones y la lapidación, ha provocado a menudo polémicas en Irán, donde mucha gente denuncia esas sentencias como bárbaras. Este caso es diferente.
La periodista de Teherán, Asieh Amini, que escribe sobre derechos humanos y se opone a la sentencia, dijo que las protestas habían sido apagadas porque la gente se sintió conmovida por la historia de Bahrami. "Es difícil no emocionarse cuando sabes lo que le pasó", dijo Amini.
Bahrami, 31, dijo que ha luchado durante mucho tiempo para conseguir lo que considera que es justicia.
"A una edad en que yo debería estar probándome un vestido de novia, estoy pidiendo que le arrojen ácido a los ojos a una persona", dijo en una entrevista hace poco, mientras la lluvia golpeaba las ventanas del pequeño departamento de sus padres en un barrio de clase media baja de Teherán. "Lo estoy haciendo porque no quiero que esto le vuelva a ocurrir a otra mujer".
Algunos funcionarios dijeron que el castigo podría ser un disuasivo.
"Si hacemos difusión sobre cómo castigamos a los que atacan con ácido, impediremos que este crimen se vuelva a cometer en el futuro", dijo a periodistas Mahmoud Salarkia, fiscal general de Teherán, después de que se diera a conocer la sentencia del tribunal.
En Irán no hay estadísticas sobre el número de ataques con ácido contra mujeres. "Este es un caso extremo de violencia social. Pero los asesinatos de esposas y los crímenes por honor están aumentando en Irán", dijo Amini. "Estos crímenes son reacciones violentas contra las restricciones sexuales en este país".
En la vida pública, en Irán hombres y mujeres son a menudo segregados, y el sexo antes del matrimonio es ilegal.
Amini dijo que dudaba que la sentencia contra el atacante de Bahrami pueda revertir la tendencia. "La violencia social no se curará con más violencia social", dijo.
En 2002, Bahrami era una estudiante de electrónica de veinticuatro años en una universidad en Teherán. Ella y sus amigos sintieron compasión por un desaliñado estudiante más joven, de nombre Majid Movahedi, de modo que reunieron suéteres y pantalones y le pidieron a un empleado de la universidad que se los entregara.
""Ameneh era siempre muy amable con todo el mundo", dijo su madre Shahin, llevando cuidadosamente una taza de té a los labios de su hija.
Bahrami causó una profunda impresión en Movahedi, aunque los dos no habían hablado nunca.
"Él estaba completamente loco por ella", dijo Aziz Movahedi, padre de Majid. "En algunos períodos se encerraba en su cuarto, diciendo que lo único que quería era casarse con ella".
Bahrami no compartía sus sentimientos. "Lo recuerdo como un chico raro, con una mirada obsesiva", dijo. En 2003, la madre de Mavahedi llamó a los padres de Bahrami para proponerles un matrimonio. "Yo lo rechacé cortésmente", dijo Bahrami.
Movahedi, que no aceptaba ser rechazado, empezó a esperarla frente a su trabajo y a pararla en la calle, gritando que se suicidaría si ella no se casaba con él.
La policía dijo que no podían intervenir si no había delito, así que Bahrami decidió actuar. "Las cosas se estaban descontrolando. Estaba frente a un desequilibrado", dijo Bahrami.
En 31 de octubre de 2004 se acercó a Movahedi cuando él esperaba cerca de su oficina. "Le conté un cuento, diciéndole que ya estaba comprometida y a punto de casarme. Le dije que siguiera con su vida, que nosotros no teníamos ningún futuro".
Cuando se dio vuelta para volver a la oficina, le gritó que la mataría.
Tres días después, en una clara y fría tarde de otoño, Bahrami volvía a casa por uno de los más frecuentados parques de Teherán cuando alguien la tocó por la espalda. Cuando se volvió, un líquido hirviente se derramó sobre su cara.
"Sentí como si me hubieran metido la cabeza en un cuenco de agua hirviendo", contó Bahrami. "Me agaché para que el líquido escurriera de mi cara, pero el dolor era intolerable. Caí sobre el pavimento, clamando por ayuda".
En la entrevista, Bahrami se mostró tranquila al contar el incidente. Su madre, sentada junto a ella en el sofá, la abrazaba fuertemente.
Bahrami recuerda que se formó una multitud a su alrededor. "Un transeúnte se acercó a mí con un bidón de agua fría. La arrojó sobre mi cara, pero eso sólo provocó que el ácido escurriera sobre mis brazos y mi cuerpo".
Alguien la recogió y trasladó al hospital más cercano. Los doctores ordenaron a un empleado que la mojara con una manguera en el patio del hospital.
"No la desnudaron ni le lavaron los ojos. Eso habría podido mitigar la intensidad de las quemaduras", dijo Farid Karimian, un oftalmólogo iraní que empezó a tratar a Bahrami unos días después. "Estaba muy mal".

Movahedi se entregó a la policía dos semanas después del ataque. Durante una audiencia preliminar, reconoció haber atacado a Bahrami y fue encarcelado a la espera del juicio.
"¿Qué pecado cometí? ¿Querer elegir yo misma, libremente, a mi futuro marido?", dijo Bahrami. "¿Qué pensaba él?"
Bahrami fue transferida a la unidad de quemados de otro hospital, donde fue intervenida en siete ocasiones en los siguientes seis meses.
"Durante todo ese tiempo tuve que dormir de pie. Estaba completamente ciega", dijo.
Después de las operaciones, los doctores la enviaron a una clínica oftalmológica en Barcelona para un último intento de recuperar parte de su visión.
Pero Bahrami no tenía seguro médico. El presidente iraní de entonces, Mohammad Khatami, que se había enterado de la historia de Bahrami a través de su abogado, pagó personalmente un gran parte de sus cuentas y prometió que el gobierno se encargaría de las cuentas pendientes.
"‘No te preocupes de nada; te cuidaremos’, me dijeron", contó Bahrami.
Los doctores del Instituto de Microcirugía Ocular de Barcelona se quedaron impresionados con Bahrami. "Era una paciente asombrosa. Muy valiente. Venía desde un país extranjero, ciega, sin conocer el idioma. Sólo quería una cosa: volver a ver", dijo Ramón Medel, un cirujano de párpados del hospital.
Medel y otros doctores se concentraron en el ojo derecho de Bahrami, que había sufrido menos daño.
"Después de algunas operaciones, pudo al menos empezar a ver sombras", dijo Medel. "Pero teníamos que seguir trabajando en ella".
En agosto de 2005, casi un año después del ataque, Mahmoud Ahmadinejad asumió la presidencia y los pagos de los costes médicos de Bahrami en el hospital y su departamento en Barcelona fueron suspendidos repentinamente.
El embajador iraní en España en la época, Morteza Alviri, dijo que había tenido pesadillas después de encontrarse con Bahrami. "Lo sentí mucho por ella. Traté de hacer todo lo que pude", dijo.
Pero cuando Ahmadinejad remplazó a varios de los embajadores, que eran partidarios del gobierno anterior, Alviri fue el primero en marcharse. "No sé qué pasó con Ameneh después de eso", dijo.
El asesor en medios de Ahmadinejad, Medhi Kalhor, dijo que sólo podía suponer por qué habían suspendido las remesas. "¿El señor Khatami le arrojó el ácido? No. Él no debería haberle pagado a ella con el dinero de los contribuyentes", dijo. "Si Bahrami hubiera sido un viejo con una uña encarnada, nadie habría hecho nada por él... Hay mucha gente que necesita ayuda. Simplemente no podemos ocuparnos de todos".
Bahrami fue finalmente desalojada de su departamento y miembros de una organización española la llevaron a un refugio de personas en situación de calle en Barcelona.
"Después de algunos días me di cuenta de que estaba rodeada de drogadictos, borrachos y prostitutas", dijo. "¿Que había hecho yo para merecer todo eso?"
"La llevaron a un lugar horrible, alucinante", dijo Amir Sabouri, presidente de la Asociación de Amistad Iraní de Nueva York, una organización benéfica que ayuda a iraníes en todo el mundo. Sabouri viajó a España para ayudar a Bahrami después de enterarse de sus penurias.
Poco después, Bahrami sintió que fluía líquido de su ojo derecho.
"Desafortunadamente su ojo, que estaba muy débil, no resistió", dijo Medel. "Debe haberse pegado una bacteria en algún lugar".
Bahrami volvió a Teherán en junio.
Con poco que perder, Bahrami tomó la inusual decisión de solicitar al tribunal la aplicación de la qisas, la ley del ojo por ojo que permite la ley islámica.
Los tribunales usualmente condenan a las familias de los acusados a pagar el precio de la sangre en casos de delitos. Pero Bahrami insistió en el castigo. Tuvo varias reuniones con el presidente del poder judicial iraní, el ayatolá Mahmoud Hashemi Shahroudi, que tiende a favorecer las interpretaciones menos estrictas de la ley islámica.
"Shahroudi me presionó para que exigiera dinero en lugar de castigo. Me explicó que una sentencia de ese tipo significaría muy mala publicidad para Irán. Pero yo me negué", dijo.
El poder judicial no respondió nuestras solicitudes de una entrevista.
Hace más de dos semanas, Movahedi fue escoltado hasta el tribunal por dos agentes de policía. No mostró remordimiento cuando la corte resolvió sobre su caso. Cuando el juez le preguntó si estaba preparado para aceptar el castigo, Movahedi dijo que todavía amaba a Bahrami, pero que si ella pedía que le sacaran los ojos, él trataría de sacárselos a ella.
"Deberían sacarle todos los ojos, porque no estoy seguro de que ella no pueda ver, en secreto", dijo. "Los diarios han hecho un gran escándalo con esta historia, pero yo no he hecho nada malo".
Movahedi fue sentenciado a recibir cinco gotas de ácido sulfúrico en cada ojo. Su padre dijo que "lamentaba mucho" lo que había ocurrido. "Si Ameneh quedó realmente ciega, mi hijo debe ser sometido a la sentencia", dijo.
Según la ley iraní, un condenado tiene veinte días para recurrir la sentencia. Si Movahedi no lo hace, el castigo será impuesto en la fecha que decida el tribunal.
Medel, el doctor de Barcelona, dijo que estaba consternado de que su ex paciente hubiera pedido que le sacaran los ojos a otra persona.
"Oí en la radio aquí en España sobre ese caso", dijo. "Nunca lo asocié con Ameneh. Es una sentencia dura, pero ella tuvo que pasar por un montón de cosas. No sé que habría hecho yo si eso le hubiera pasado a mi hija".

3 de enero de 2009
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en georgia adoran a stalin


Todavía veneran a Stalin.
[Dam Bilefsky] Gori, Georgia. Con su característico bigote, el uniforme de mariscal soviético salpicado de medallas y la insistencia en que le llamen ‘Camarada’, el imitador de Stalin, Jamil Ziyadaliev, podría estar en el paro en Georgia, un país que todavía sufre las secuelas de su guerra con Rusia.
Pero el señor Ziyadaliev, 64, un padre de dos hijos que se viste como Stalin incluso en sus días libres, insiste en que su negocio nunca ha estado mejor. Es un frecuente invitado pagado en bodas, donde baila al son de música soviética katyusha de la Segunda Guerra Mundial.
Se jacta de que los beneficios de parecerse increíblemente al antiguo dictador incluyen comidas gratis, reparaciones de su coche gratis -y salvoconducto para pasar por los puestos de control rusos.
"En Georgia, parecerse a Stalin es como tener visa", dijo Ziyadaliev, un musulmán de Azerbaiyán, que fue taxista, verdulero y contable antes de decidirse por su carrera como la moderna encarnación del brillante, brutal y diabólico tirano soviético.
"Todos los georgianos respetan a Stalin, porque fue un gran presidente que creó un gran imperio, y, por supuesto, es el georgiano más famoso de la historia", dijo Ziyadaliev.
No todo el mundo está de acuerdo. Nika Jabanashvili, un obrero de la construcción georgiano cuyos abuelos fueron deportados por Stalin desde Tiflis a Asia Central en el marco de la represión de las minorías étnicas, ve a Stalin como poco más que un asesino.
"Stalin era un demonio", dijo. "Mató a más gente que el faraón. No me importa si era georgiano. Era un hombre malo".
Cualquiera sea el rango de opiniones, el culto a Stalin persiste en este pequeño pero orgulloso país de 4.6 millones de habitantes, donde el hijo georgiano de un zapatero remendón se convirtió en un titán del siglo veinte sigue siendo un personaje destacado, aunque polémico. Un reciente estudio del Foro de Tiflis, una popular página web política, preguntó a la gente si se sentían orgullosos de que Stalin fuera georgiano; una ruidosa minoría de 37 por ciento de varios cientos de encuestados dijo sí, mientras que el 52 por ciento dijo no y el once por ciento dijo que no le interesaba.
Vakhtang Guruli, un historiador de Georgia que trabaja en los archivos de la KGB en Tiflis, dijo que la mayoría de los georgianos consideraba a Stalin como "más que hombre, más que humano y menos que Dios".
Dijo que los libros de historia de Georgia contemporáneos todavía ensalzan a Stalin por vencer al fascismo de Hitler y transformar a la Unión Soviética en una superpotencia industrial, aunque le critican por montar la invasión del Ejército Rojo que puso fin a la breve independencia de Georgia en 1921.
El ansia de poder de Stalin, agregó Guruli, fue decididamente de carácter georgiano, como consecuencia de tener un ego agigantado en un pequeño país machista consumido por el bandolerismo.
"Los rusos tienden a olvidar que Stalin tenía un apellido georgiano, Dzhugashvili, que fue eclipsado cuando adoptó el nombre de guerra Stalin, que quiere decir hombre de acero, cuando estaba en sus treinta", dijo Guruli. "Pero todos los georgianos saben que Stalin es de aquí. Puede haber dado sus órdenes de ejecución en ruso, pero lo hacía con un pesado acento georgiano" -un linaje, dijo Guruli, que aprovechó Kruschef después al denunciar el régimen de Stalin en1956, burlándose de él y sus matones, diciendo que eran burdos campesinos georgianos.
Simon Sebag Montefiore, autor de ‘Young Stalin’, que hace la crónica de la violenta educación de Stalin como un seminarista que se convirtió en marxista revolucionario en Tiflis, dijo que incluso cuando Stalin se convirtió en el líder supremo soviético, conservó un profundo vínculo con Georgia.
Escribía frecuentemente a su madre aquí, pasaba sus vacaciones en balnearios costeros en Abjazian y conservó una leal predilección por los vinos, las comidas, la poesía y la música popular georgiana.
"Hay dos Stalin: el Stalin ruso y el Stalin georgiano", dijo Sebag Montefiore. "En la versión georgiana, Stalin sigue siendo el marxista callejero, el niño georgiano de Gori. En la versión rusa, Stalin es el presidente más importante del siglo viente y su identidad georgiana ha sido blanqueada y rusificada".
Liana Imanidze, 71, cuya magnífica casa en Tiflis alberga en el patio una estatua de Stalin y está decorada con una réplica de su máscara mortuoria colocada en un pedestal, lamentó que los jóvenes georgianos ignoraran todo sobre Stalin, incluyendo a sus propios biznietos, de los que se quejó que estaban más interesados en Paris Hilton que en la Segunda Guerra Mundial.
Lamentó que su marido, que adora a Stalin, "estaba más enamorado de Stalin que de mí", pero sin embargo elogió a Stalin como un genio.
Los sociólogos aquí dicen que el residual atractivo proviene de la falta de un ajuste de cuentas histórico con el lado oscuro de Stalin después de que Georgia ganara su independencia de la Unión Soviética en 1991.
En Gori, el lugar de nacimiento de Stalin, una polvorienta ciudad provincial donde una estatua de Stalin en mármol domina la plaza mayor, los brindis a "nuestro gran camarada", siguen siendo habituales en bautizos y bodas. Avergonzados georgianos en el ministerio del Interior dijeron en privado que lamentaban que una bomba rusa no hubiera reventado encima de la estatua durante la guerra de agosto.

Un día hace poco, en el Museo Stalin de aquí, un grupo de jóvenes empleados georgianos, ataviados con uniformes militares soviéticos, vendieron camisetas con Stalin, libros de poesía sobre Stalin y botellas de vino tinto con la imagen repujada de Stalin, en los momentos mismos en que los limpiadores barrían los restos de proyectiles que quedaron después del último bombardeo ruso.
Olga Topchishvili, la encargada de visitas guiadas en el museo, dijo que ella había ensalzado los logros de Stalin durante casi treinta años, hasta hace tres meses, cuando el museo agregó una ‘sección gulag’. La sección consiste en un trozo de papel laminado, del tamaño de una carta, con tres frases de un número de Pravda, el diario ruso, de 1997: "Entre 1921 y 1954 fueron procesadas 3.8 millones de personas", dice el diario. "Cerca de 643 mil fueron condenadas a muerte. Y esto ocurrió en un país que vivió tres revoluciones, dos guerras mundiales, una guerra civil y varias guerras locales".
Se desconocen cifras exactas, pero los historiadores dicen que la realidad fue mucho peor: que durante el régimen de Stalin cerca de dieciocho millones de personas fueron sentenciadas al gulag, mientras que murieron cerca de diez millones de campesinos, asesinados durante la colectivización de principio de los años treinta, y casi un millón de personas fueron ejecutadas en las purgas de los años 37 y 38.
Pero Topchishvili dijo que la nueva exposición estaba avanzando: "Hasta hace tres meses, nadie quería saber nada sobre esta parte de la historia".
Jacob Jugashvili, 36, biznieto del dictador y artista de Tiflis, dijo que los georgianos sentían nostalgia por Stalin, era porque él había convertido en una superpotencia a un país pequeño. Jugashvili, que creció en Moscú, dijo que cuando los georgianos oyen su famoso apellido, casi siempre dicen: "Stalin era georgiano; por eso era uno de los grandes".
Jugashvili, que prefiere la transcripción occidental de su nombre, dijo que crecer como biznieto de Stalin en la Rusia de los años ochenta fue emocionalmente difícil, porque el liderazgo de Stalin fue atacado por Mijaíl Gorbachov. En esa época, dijo, los georgianos mostraban mucho más respeto por su legado, aunque en la Rusia de Vladimir P. Putin, dijo Jugashvili, la estatura de Stalin había vuelto a subir.
En 1989 estaba en la escuela secundaria "y la perestroika había llegado a su punto máximo", dijo, agregando que "los diarios de Moscú publicaban historias con titulares como ‘Dzhugashvili Es un Asesino’. Yo tenía dieciséis años, estaba indignado y no sabía cómo defenderme".
En estos días, el respeto por Stalin puede unir a georgianos y rusos.
Nodari Baliashvili, 72, un nativo de Gori que exhibe un enorme tatuaje de Stalin en su espalda y otro de Stalin y Lenin en su pecho, dijo que después de que estallara la guerra a principios de agosto, estaba trabajando como guardia de seguridad en una terminal de buses cuando entró violentamente un coronel ruso  y le apuntó con una pistola.
Baliashvili dijo que se sacó la camiseta y el coronel "bajo su arma, me besó en la mejilla, me dio una botella de vodka y chocolates, y me dijo: ‘Abuelo, váyase a casa’".
Baliashvili, que se hizo tatuar cuando era un joven soldado en el ejército soviético, dijo que su propio abuelo, un pobre huérfano de Gori, había sido adoptado por el padre de Stalin, que le enseñó a trabajar como zapatero.
"Estoy orgulloso de que Stalin fuera de Gori", dijo Baliashvili said. "Construyó la Unión Soviética. Trajo orden donde había caos. Hoy todo está a la venta".

13 de octubre de 2008
1 de octubre de 2008
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la muerte de un trotamundos


Joe Sanderson recorrió el mundo durante años hasta su muerte en medio de rebeldes de izquierda que luchaban contra el régimen militar salvadoreño apoyado por Estados Unidos. Más de veinticinco años más tarde, su diario de vida revela detalles sobre sus últimos días.
[Héctor Tobar] Perquín, El Salvador. Joe Sanderson dejó su ciudad natal en el centro-norte de Estados Unidos con una mochila, un bloc y el sueño de llegar a ser escritor.
Salió a mediados de los años sesenta, cruzó el Pacífico en un buque de carga, escaló el Monte Kilimanjaro en Tanzania, y siguió viajando, durante dos décadas en total, recorriendo más de sesenta países. Donde quiera que iba, llevaba un diario de vida y escribía a mamá y papá a Urbana, Illinois.
Poco después de llegar a este país centroamericano en 1979, Sanderson inició su proeza más audaz: Se incorporó a un ejército guerrillero.
"Las rocas no te protegen demasiado, y las balas, como dicen, son muchas y rápidas", escribió Sanderson en su diario, describiendo un ataque de helicóptero contra su columna de combatientes rebeldes. "Sonaban como niños tratando de silbar después de comer galletas. Pfffittt, pfffittt".
Poco después de escribir estas palabras en 1982, las andanzas de Sanderson habían terminado, a diecisiete días de su cumpleaños número cuarenta, en un hospital de campaña improvisado con su diario de vida todavía en su mochila.
Joe Sanderson es uno de los dos estadounidenses que se sabe que lucharon y murieron con las guerrillas del Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí (FLNFM), los rebeldes de izquierda cuya guerra contra la junta militar salvadoreña apoyada por Estados Unidos fue uno de los últimos conflictos de la Guerra Fría.
Rescatado del campo de batalla por un historiador rebelde, el diario de Sanderson, de 330 páginas, y otros escritos, yacieron abandonados y olvidados durante décadas. El veterano guerrillero que rescató el diario me permitió hace poco que lo hojeara. Fue la primera vez que lo consultó un desconocido.
El diario y los cientos de cartas que Sanderson escribió a casa cuentan la inverosímil historia de las aventuras de un estadounidense. Llevan la crónica de un peripatético y alegre chico del Medio Oeste que se hizo camino a través de cinco continentes y finalmente tomó las armas contra un ejército respaldado por su propio gobierno.

Sanderson creció en un próspero barrio de Urbana, sede de la Universidad de Illinois, donde su padre era profesor de entomología, especializado en escarabajos.
Roger Ebert, el que sería crítico de cine, vivió en la misma cuadra, y egresó con Sanderson de la Escuela Secundaria de Urbana en 1960. Ebert recuerda a Joe como un amigo que coleccionaba escarabajos y reptiles y que se marchó de casa con billetes de cien dólares que su madre había cosido entre sus ropas. "Desde una pequeña y bonita casa rodeada de árboles de hojas perennes al otro lado de la calle de Washington, se marchó para encontrar algo que necesitaba encontrar", escribió Ebert en una reseña de la película ‘Hacia rutas salvajes’ [Into the Wild], en 2007. La película, dijo a sus lectores, le recordaba a un amigo de infancia con una historia similar.
‘Hacia rutas salvajes’ cuenta la historia de un solitario y finalmente mortal viaje en las planicies de Alaska. Sanderson pasó los últimos meses de su vida en los bosques de pino que rodean la ciudad de Perquín, al nordeste de El Salvador.
Se había unido a un ejército compuesto en su gran mayoría por campesinos, estudiantes universitarios y sindicalistas -junto con un puñado de extranjeros reclutados por el movimiento de solidaridad internacional que apoyaban la causa de los rebeldes contra el gobierno militar relacionado con escuadrones de la muerte de extrema derecha.

"Parece extraño llamar al M-1 que estoy usando, La Virgencita", escribió Sanderson en su diario después de una frenética balacera en la que él y los soldados enemigos se gritaron insultos en español. "La culata pulida, definitivamente bonita... al menos para un rifle".
El nombre de guerra de Sanderson entre sus compañeros era ‘Lucas’. "A menudo trabajaba con Carlos Consalvi, alias ‘Santiago’, un activista nacido en Venezuela que dirigía la radio clandestina de los rebeldes, Radio Venceremos. Consalvi rescató el diario y lo tiene ahora en la colección del museo de San Salvador que fundó para preservar la historia de los rebeldes.
"Lucas era un buen amigo, una persona que nos alegraba con su optimismo", dijo Consalvi hace poco. "El gobierno norteamericano gastó millones de dólares peleando contra nosotros. Pero nosotros teníamos a un norteamericano a nuestro lado".
Escribiendo en el curso de varias semanas en los baratos cuadernos con espiral usados por los escolares salvadoreños, Sanderson recuenta sus aventuras en un inglés condimentado con generosos aderezos del habla salvadoreña y del argot de la guerrilla, pasando rápidamente de lo mundano a lo terrorífico, a medida que describe los detalles diarios de la vida en los campos rebeldes: la alegría de poder beber café después de días de privación, y los diecisiete cuerpos de los soldados que yacieron durante horas en el campo de batalla después de una victoria de los rebeldes.
"Y ahora empieza una nueva fase", escribió Sanderson el 22 de marzo de 1982, cuando marchaba con su columna hacia las montañas de la provincia de Morazán. "Y con un poco de suerte y una buena planificación estratégica de nuestra parte, y de mala suerte de los cuilios [soldados], será incluso la última".
Apuntó las ironías y cosas absurdas que presenció en un país pobre en guerra: los rebeldes deteniéndose una vez durante una retirada para comer mangos en un huerto; los campesinos aventurándose hacia sus asuntos en el mercado y haciendo lo que podían para ignorar a las fuerzas rivales que se movían entre ellos.
En su última entrada, el 27 de abril de 1982, describió la muerte y entierro a la luz de las linternas de un compañero revolucionario la noche anterior.
Allá no hubo "ni lágrimas ni tristeza", escribió Sanderson, solamente combatientes examinando la herida del cadáver como si fuera el "capullo tropical" de una flor y revisando los bolsillos de sus ensangrentados pantalones para encontrar "botones... y un arrugado paquete de Kool-Aid".

En su casa en Estados Unidos, Steve Sanderson guarda una caja de recuerdos de su hermano muerto; el certificado de Star Scout que ganó Joe cuando tenía quince años; su insignia de ‘Instructor de Seguridad Acuática’; la bitácora de los vuelos de Joe en Illinois después de que obtuviera su licencia de piloto; tres cajas y diez carpetas con cientos de cartas de Joe.
Hay varias fotos de Joe adolescente con sus gafas de carey de la época. Una de ellas lo muestra haciendo el payaso en una moto en una carretera, con una botella de vino en una mano y un par de bongós en la otra: Era la idea que se hacía Joe de un trotamundos bohemio.
"Era el intelectual y el idealista de la familia, y se parecía a mi padre", dijo Steve, ahora de 68 años. "Yo era más práctico y conservador, y más parecido a mi madre".
Steve egresó de la secundaria y se convirtió en contador, como su madre, Virginia Coleman. Joe estudió teología en el Hanover College de Indiana, pero abandonó los estudios en el último año. Luego se echó a la calle.
En los años posteriores, Joe rellenó los buzones de Urbana con tarjetas postales y sobres adornados con coloridos sellos: un loro gris de Nigeria, un avión a reacción de la República de África del Sur, una mezquita de Jordania.
Steve dice que la llegada de una carta de Joe era un evento que la familia celebraba con una cena familiar. "Mi madre nos llamaba para decirnos: ‘Vénganse por acá, tenemos carta de Joe’".
Después de la cena, Coleman se encargaba de leer para la familia las cartas de Joe. Sus palabras llenaban la salita de exóticos parajes: el Pso Khyber en Afganistán, los terrosos llanos de Iraq, las aguas del Lago Victoria en Uganda.
En 1969, Joe llegó a Nigeria, entonces en medio de una guerra civil. Se consiguió un trabajo para colocar inyecciones a bebés en los campos de refugiados. El trabajo era terrible, pero en sus cartas a casa Sanderson describía sus tareas y la guerra con su habitual sarcasmo. "La Cruz Roja", escribió en una de ellas, "busca desesperadamente gente que entre a la selva y beba gin, contraiga la malaria y le disparen al desayuno".
También viajó al Paralelo 38 que separa a las dos Coreas, fundó un "hospital hippie" en un pueblo en las montañas de Bolivia -Sorata- y se hizo pasar como periodista que cubría la guerra de Vietnam.
En sus periódicos viajes a casa en Estados Unidos, pintaba astas de banderas y campanarios de iglesias -un trabajo peligroso que le permitía reunir el dinero para sus viajes.
Su madre trató de que sentara cabeza y estudiara una carrera.
"Cuando tu hijo tiene diecinueve y es un hippie trotamundos, no hay ningún problema", dijo Steve. "Pero cuando tu hijo tiene treinta o cuarenta años y sigue siendo un hippie trotamundos, entonces te das cuenta de que eso es lo que va a ser".

Sanderson viajó a El Salvador como turista en 1979. Al principio pareció una aventura más.
"Hola a todos", escribió desde La Libertad, El Salvador, en enero de 1980. "Estoy aquí en la playa a una hora de la capital... y en medio de una revolución suspendida me encuentro con una maldita colonia de surfistas. ¡Vaya revolución!"
"[...] Mi primera noche en la ciudad me emborraché en la casa del Guardia de Marina de la embajada estadounidense, así que quiero que sepan que vuestras contribuciones están siendo bien utilizadas".
Poco después Sanderson se aventuró en una barriada pobre de San Salvador, controlada parcialmente por los revolucionarios. Un vehículo blindado había disparado contra una barricada de los rebeldes y un grupo de revolucionarios buscaba ayuda para un compañero herido.
Sanderson dijo que él podía ayudar -había sido médico reservista en el ejército norteamericano. Trató al herido, y luego dijo a los rebeldes que quería "participar en la lucha".
"Nunca pensé que pudiera ser un espía", dijo el ex guerrillero Adolfo Sánchez, entonces conocido como el ‘Comandante Fito’. "La amabilidad con que trató a un compañero herido me dijo que él no podía ser un espía".
Los rebeldes se prendaron del serio Sanderson, pero tomaron precauciones. Lo hicieron quedarse en un escondite en El Salvador durante semanas, y le dieron un ‘adiestramiento’ que consistía en dar vueltas en una cancha de fútbol.
Finalmente lo integraron en una columna rebelde que se dirigía hacia la provincia de Morazán al este del país.
Con un metro 55, ojos azules y cabellos rojizos, llamaba la atención. En un ejército compuesto en gran parte por adolescentes y veinteañeros, él era un viejo.
Los veteranos de su columna todavía cuentan historias de sus proezas en tiempos de guerra. Lo recuerdan como un filósofo "metafísico" y un narrador que adoraba los libros de Ernest Hemingway.
"Usaba vaqueros y una camisa beige, y un pañuelo rojo... pero nunca el uniforme, porque no le gustaba el estilo militar", dijo ‘Eduardo’, un cirujano en Ciudad de México que dirigía un hospital de los rebeldes que pidió que no mencionáramos su nombre. Los dos hablaban durante horas sobre religión y aviones.
Varias de las habilidades que llegó a dominar Sanderson en su juventud le resultaron muy útiles en la guerrilla.
"Me gustaba tener a Lucas a mi lado, porque era un excelente tirador", dice José Ismael Romero, entonces un líder rebelde de veinticinco años conocido como ‘Comandante Bracamontes’.
Una vez Sanderson retó al comandante a una competencia de tiro, y le ganó.
Sus compañeros no sabían que Sanderson había aprobado una prueba de puntería en la Asociación Nacional del Rifle, en Illinois. Jorge Meléndez, alias ‘Comandante Jonas’, un comandante rebelde al que Joe llama ‘la Ballena’ en su diario, recuerda una larga discusión que tuvo con Sanderson sobre la pésima puntería de los rebeldes.
"Mira, hombre", recuerda que le dijo Sanderson. "El M-16 es un buen rifle, un arma muy versátil. El problema es que los compañeros no saben cómo usarlo. Tienes que enseñarles a usarlo como se debe".
"La luna está menguando, y se están acabando las pilas de mi linterna, pero quería mandarte unas líneas a Arizona", escribió Sanderson el 14 de febrero de 1982, en la que sería su última carta a su padre, que estaba viviendo en Arizona después de divorciarse de su madre.
"Así que aquí estoy, todavía gordo y sano (gracias a las tortillas y frijoles)", escribió. "Todavía me río, y estoy siempre dispuesto a cambiar mi red de cazar mariposas salvadoreña por una caña de pescar de Arizona".
Dos meses más tarde, cuando corría a recuperar una ametralladora enemiga en la engañadora tranquilidad después de una batalla, lo hirió una granada o un mortero que estalló cerca.
Eduardo, el cirujano mexicano, trató de detener la hemorragia de la herida de metralla, pese a que las tropas del ejército avanzaban sobre el quirófano improvisado.
Pero el hospital rebelde carecía de plasma, dice el doctor, que de otro modo habría salvado la vida de Sanderson.
"Tenía una mirada profunda y me cogió de la mano", recordó el doctor antes este año. "Nos miramos a los ojos, y me dijo: ‘No te preocupes, Eduardo. Todo va a salir bien’".
Los combatientes se retiraron y enterraron rápidamente a Sanderson junto a un río que cruzaba el territorio rebelde. Consalvi rescató sus diarios y los envió clandestinamente a un archivo del FLNFM en Nicaragua por un correo que arriesgó la vida para escabullirse entre las líneas enemigas.
Cuando llegó a Urbana la noticia de la muerte de Sanderson, fue de manera incompleta, vaga, y nunca demasiado convincente.
Un artículo inicial de una agencia de noticias mencionó a "Joe S. Anderson" como un estadounidense muerto en combate.
El FLNFM nunca tomó contacto con la familia Sanderson. La embajada norteamericana no dio casi información, aparte de confirmar que Sanderson había muerto.
La guerra en El Salvador terminó con un tratado de paz en 1992. Pero durante más de dos décadas, los Sanderson -su padre, ahora nonagenario; su madre murió hace algunos años- nunca supieron las circunstancias exactas de la muerte de Joe, ni dónde había sido enterrado, hasta que yo se los dije este año.
Incluso aunque la compañía de seguros de vida pagó a los Sanderson la póliza que Joe había contratado, la posibilidad de que todavía estuviera viajando por el mundo en algún lugar nunca abandonó a su hermano.
"Me convencí definitivamente de que no había ninguna posibilidad de que Joe llegara a golpear a la puerta", me dijo Steve, "cuando hablé contigo".

hector.tobar@latimes.com

Alex Renderos en San Salvador contribuyó a este reportaje.

15 de septiembre de 2008
23 de agosto de 2008
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